Elecciones 2015
Por Luis Alberto Romero | Para LA NACIÓN
Con elecciones a la vista, la
Argentina política entra en un período de decisiones importantes. ¿Cómo se
organizará el electorado? Con un sistema de partidos débil, reglas electorales
rígidas y necesidad de hacer alianzas, el riesgo de errar en el diagnóstico es
muy grande. Fuera del ámbito del peronismo, muchos apuestan a la contraposición
entre dos alianzas partidarias, de izquierda y derecha. Sin duda la democracia
necesita partidos organizados, capaces de construir la agenda pública, proponer
las grandes opciones y construir alianzas. No tuvimos muchos de ésos en el
pasado, y sería bueno llegar a tenerlos. Es discutible, en cambio, que
izquierda y derecha sea la única forma de organizar las opciones y, sobre todo,
que ésa sea hoy la opción principal. Dudo incluso de que alguna vez lo haya
sido, en los cien años que llevamos de experiencias democráticas.
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Crédito: LA NACIÖN |
En 1912, con la ley Sáenz Peña, se
imaginó un sistema de dos grandes partidos, organizados y de ideas, como los
conservadores y liberales de la época. El sistema de lista incompleta aseguró
el lugar de las minorías y la posibilidad de la alternancia. Pero el sistema de
partidos no llegó a constituirse. Los socialistas, adecuadamente organizados,
sólo existían en la Capital; los conservadores, fuertes en muchas provincias,
fracasaron una y otra vez en conformar un partido nacional. El radicalismo fue
el único partido organizado, aunque su jefe, Hipólito Irigoyen, convencido de
encarnar a "la Nación misma", estaba poco interesado en el diálogo.
En el gobierno, el radicalismo recurrió a los trucos de la vieja política:
distribuir puestos públicos y usar la policía en las elecciones. Con todo eso,
conformó una fuerza electoral imbatible, a la que sus adversarios llegaron a
calificar de comunista o de fascista. ¿Era de izquierda o de derecha?
En la década de 1940 pudo haberse
constituido una alianza de partidos de centroizquierda, estimulada por la
polarización ideológica del mundo contra el fascismo. Radicales, socialistas y
comunistas esbozaron un frente popular antifascista al que se sumaron
sindicatos, organizaciones civiles e intelectuales, y que terminó de cuajar en
1943, con un gobierno militar, con simpatías por el nazifascismo. En 1945 el
triunfo de los aliados auguró el triunfo de la coalición antifascista, con un
programa de democracia institucional y reformismo social de posguerra. Pero
Perón cambió todo. Con el respaldo del Ejército y de la Iglesia, convocó a los
sindicatos con una propuesta tangible de reformas sociales y amalgamó otros
sectores, interpelados en nombre del pueblo y de la Nación. En el gobierno,
combinó la democratización social con el autoritarismo dictatorial y la
facciosidad. No fue un partido, sino un movimiento, confundido con el Estado.
¿Fue de izquierda o de derecha?
Desde 1955, los militares digitaron la
democracia, proscribieron el peronismo y condenaron así a la ilegitimidad a los
otros partidos. Cuando Onganía pasó del pretorianismo a la dictadura, los
partidos acordaron las bases de una transición democrática. Con el abrazo de
Perón y Balbín se cerró la vieja brecha, y en 1973 hubo un presidente electo,
respaldado por sus opositores, de izquierda y de derecha. Al fin había reglas
compartidas y diálogo entre adversarios. Pero, por otro lado, lejos de los
partidos y del Congreso se desarrolló una fortísima conflictividad, presente en
la puja distributiva, en el seno del peronismo y alrededor de la lucha armada.
No sé quién estaba entonces a la derecha y a la izquierda. Pero es claro que la
armonía de los partidos no alcanzó para que el gobierno, envuelto en una crisis
fenomenal, pudiera sostenerse.
En 1983, con la ilusión democrática se
reconstruyeron los partidos políticos, con los mejores augurios. Hubo
afiliación masiva, nuevos dirigentes, programas y debates. El peronismo se
reorganizó, aceptó ser una fuerza entre otras y entró en el juego democrático.
En 1988 tuvo una elección interna ejemplar y en 1989 venció al radicalismo.
Compitieron Angeloz y Menem. No sé bien quién estaba entonces a la izquierda,
pero el sistema parecía empezar a funcionar.
Pero la hiperinflación de 1989 y la
crisis de 2001 contribuyeron a destruir la ilusión democrática, deslegitimar la
representación política y pulverizar el sistema de partidos. A caballo de ambas
crisis, el peronismo volvió al poder y de hecho no lo abandonó hasta hoy.
Algunos consideran que Menem fue una versión peronista de derecha y Kirchner,
otra de izquierda. No me parece; para el punto de vista que aquí nos interesa,
ambos son uno solo. Desde 1989 el peronismo dejó de ser un partido o un
movimiento, para convertirse, más sencillamente, en la herramienta política de
un conjunto de gobernantes que, cada uno en su nivel, construyen su poder con
recursos del Estado. Esa notable máquina política, engrosada con no pocos
tránsfugas, sólo se preocupa por la caja y el poder. En estas dos décadas
largas, el Estado no sólo desertó de sus funciones básicas, sino que perdió la
capacidad para controlar a sus gobernantes, limitar el saqueo o corregir los
gruesos errores de gestión. Un Estado destruido y una máquina política
gigantesca, aferrada a un cuerpo exangüe, es lo que dejan a quien tome la posta
en 2015.
En suma, nuestra centenaria tradición
política no nos ha dejado partidos de derecha e izquierda, y ni siquiera muchos
partidos; salvo la UCR, el resto son hoy construcciones potenciales en torno de
dirigentes que, como polos magnéticos, procuran atraer a una nube de políticos
de convicciones débiles y apetencias grandes. Tampoco hay instituciones, ni
Estado, ni república, sino un gran desquicio en cualquier lugar que se mire.
Hoy, en las vísperas, creo que la opción política principal pasa por la
continuidad de este estado de cosas o su reversión, que consiste en primer
lugar en reconstruir el orden y las reglas, y también los partidos.
Un buen sector de los políticos,
especialmente entre los peronistas, preferirá eludir los grandes riesgos,
limitarse a cambiar las cosas ligeramente, eliminar lo más escandaloso, mejorar
el diálogo, hacer una limpiada de cara y mantener lo sustantivo de un estado de
cosas caótico pero altamente productivo para quienes lo gobiernen. Suele
llamarse a esta alternativa "transformismo": el famoso "cambiar
algo para que nada cambie". No sé si es una alternativa de derecha o de
izquierda, pero estoy seguro de que no me gusta.
Al otro lado están quienes consideran
prioritaria la reconstrucción de las instituciones, el Estado, la sociedad y
todo lo demás. Entre ellos hay peronistas; no sé cuántos ni con qué convicción.
Su tarea se asemejará a la de desactivar una bomba de tiempo. Habrá problemas
técnicos y de gestión, pero sobre todo inmensas dificultades políticas, pues
cualquier propuesta que altere el statu quo deberá enfrentar los intereses
constituidos, de muchos prebendados por el Estado y de otros que se acostumbraron
a vivir en la amplia zona de legalidad gris de estas décadas.
Quienes coinciden en que ésta es la
tarea prioritaria tienen ideas diferentes sobre el destino final deseado. Por
ejemplo, querrán un poco más de Estado o de mercado. Será una discusión muy
importante, pero que no tiene mucho sentido hoy, cuando el Estado y el mercado
están corroídos por el prebendarismo y lo seguirán estando si el país es
gobernado por alguna variante transformista.
Para llegar a esa discusión, hay
tareas previas que requieren la construcción de una voluntad política muy
fuerte y muy convencida, todavía inexistente. Que pueda superar las duras
condiciones del régimen electoral y las mucho más duras de gobernar. Los políticos
tienen hoy en sus manos esa construcción, pero la opinión pública puede
orientarlos, estimularlos en un sentido u otro. La opinión puede atraer a la
causa de la reconstrucción a quienes son algo permeables a la opción
transformista. También puede ayudar a que confluyan quienes, teniendo
diferentes ideas sobre el futuro, coinciden en qué es lo que hay que hacer
ahora. Creo que plantear hoy las cosas en términos de izquierdas y derechas no
sólo es erróneo respecto de la historia del país, sino inadecuado para las
opciones de la hora.
El
autor es miembro del Club Político Argentino y de la Universidad de San Andrés
FUENTE: http://www.lanacion.com.ar/1686389-mas-alla-de-izquierdas-y-derechas
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