Por Jorge Sigal
Hace apenas diez
meses, en un escenario montado de cara a la populosa Villa 21, en el barrio de
Barracas, Cristina Fernández de Kirchner
le ofrendó un preciado regalo a Víctor
Ramos, hijo de Jorge Abelardo,
legendario fundador del Frente de
Izquierda Popular. “Mañana me matan
todos, pero lo tengo que decir igual: debo reconocer que voté al FIP”,
confesó la Presidenta con
inocultable picardía. Hablaba de las elecciones del 23 de septiembre de 1973,
las primeras en las que Juan Domingo Perón volvió a presentarse
luego de casi veinte años de proscripción y persecuciones. En esos históricos
comicios, la fórmula Perón-Perón
cosechó una cifra que hizo historia: el 61% del total de los sufragios. El FIP, que había tenido la astucia de
llevar boleta propia para apoyar al General “por
izquierda”, se alzó con 900 mil votantes y quedó en óptimas condiciones
para negociar una cuota de poder en el futuro gobierno del líder justicialista y su esposa, María Estela Martínez.
Víctor Ramos |
Esto me va a costar “la excomunión del partido peronista y la
tarjeta roja del Consejo Nacional”, bromeó Cristina para coronar su insólita revelación. Víctor Ramos no podía acreditar lo que acababa de oír. La jefa le
estaba firmando un cheque al portador para su trabajo político. En ese momento,
hablamos del 8 de septiembre de 2013, además de ocupar un lugar de segundo
orden (director del Museo del Cabildo) en la entonces Secretaría de Cultura
capitaneada por otro ex fipista, el cineasta
Jorge Coscia, Ramos afrontaba
una fuerte presión de los muchachos de La
Cámpora, quienes –acicateados por el diputado
Andrés “Cuervo” Larroque–
intentaban desplazarlo de su trabajo territorial en la villas de la Ciudad. Ese
era (y aún lo sigue siendo) el frente en el cual el hijo del creador del
socialismo nacional desarrolló su principal bastión militante. En “La
21”, donde funciona La Casa de
la Cultura, una moderna estructura de 1.500 metros de cemento creada por la
gestión Coscia “para acercar el arte al pueblo”, hay mucha gente que luce las
pecheras amarillas con la inscripción Patria
Grande, precisamente el nombre de la
agrupación de Víctor Ramos. Pero también en “La 31” (Retiro) y en
otras barriadas populares de la Ciudad, Ramos
cuenta con referentes que lo reconocen como líder. Ese es su capital político
más preciado. Y ése es el motivo fundamental de la guerra que se desató esta
semana, cuando la chamamecera Teresa
Parodi –convertida en insospechada comisaria política al servicio de los
pibes de la liberación– decidió lanzar su contraofensiva popular para recuperar
el histórico edificio. El hombre que había despertado el nostálgico recuerdo de
Cristina cuando agonizaba el
invierno del año pasado se quejó amargamente: “Tomaron el Cabildo por
asalto. La ministra Teresa Parodi me
mandó una intervención de diez personas con actitud patoteril, que ocuparon el
lugar y mi despacho”. Nadie puede imaginar, sin embargo, que semejante
circo se pudiera montar sin la expresa orden de la patrona de Olivos.
¿Qué
había sucedido para que Cristina tomara tan grave determinación?
Sin duda, la gota que
desbordó la paciencia de la señora y sus
niños guardianes fue un mensaje que Ramos
subió a su cuenta de Twitter el miércoles 23 con una temible proclama: “Patria
Grande con @danielscioli. Mañana en plenario definimos agenda. Arrancamos la
campaña en Capital!”. El texto estaba acompañado por una foto en la
cual se ve al gobernador bonaerense
junto al susodicho, al historiador revisionista Mario Pacho O’Donnell y a un puñado de militantes
villeros. Imperdonable.
Es inimaginable el
temporal que se desató a partir de entonces: las nerviosas llamadas que
antecedieron a la toma del predio, las idas y vueltas para disponer de las
tropas adecuadas para el asalto, la estrategia mediática a utilizar. En estos
operativos (estratégicos, digamos), el factor sorpresa es fundamental. Ya en
las horas previas se habían puesto en marcha algunas medidas “de ablande”, como retirar insumos
(nafta para la ambulancia, elementos de limpieza, lapiceras) asignados a la
Casa de la Cultura de Barracas, presión a punteros y otras disposiciones
acordes a los objetivos de tan importante misión.
Apenas se enteró, Ramos salió como un cohete a propalar
el atropello entre los periodistas. Pero a las pocas horas se llamó a silencio.
E incluso, ensayó una ambigua desmentida. El comandante Scioli hizo lo propio. Seguramente, se tejen en este
momento nerviosas negociaciones. La recompensa en juego bien lo vale: la caja del (ahora) Ministerio de Cultura,
pero, sobre todo, adónde irán a parar
las huestes villeras que conduce el hijo del autor de Revolución y
contrarrevolución en la Argentina. La Cámpora no parece dispuesta a
resignar esa cantera inagotable de votos y fuerza de movilización para que un
veterano ex dirigente de la izquierda nacional se la ofrende al enemigo interno
número uno. El final sigue abierto.
Para un viejo
observador de la política, siempre existe la tentación de encontrar, detrás de
las simples peleas de alcoba, los ingredientes ideológicos que le dan sustento.
¿Esconderá esta guerra de baja intensidad una puja de proyectos antagónicos?
¿Se estará poniendo en juego, otra vez, la antigua disputa por los caminos más
adecuados para la transformación social? ¿Nacionalismo popular versus
peronismo? ¿Izquierda versus derecha? ¿Liberación versus dependencia?
El
kirchnerismo, con su setentismo impostado, ha hecho un enorme aporte a la
confusión general.
Sin embargo, cuanto
más se escarba menos se encuentra.
Caja
y territorio son los únicos
sustantivos que habitan el lenguaje de la política hegemónica actual. No es casual
que la pequeña escaramuza desatada en la semana que termina se haya producido
fronteras adentro del Ministerio de
Cultura. Allí se ha refugiado la base operativa del relato, la retaguardia del cristinismo duro. Y
ahora, cuando comienza la pelea por la supervivencia, lo que cuenta es el
botín. Al alinearse con Scioli, Ramos puso en riesgo algo más preciado
que la ideología: la batalla por el poder real. Y con eso no se juega.
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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