En el flamante "Fue Cuba", el escritor y ex
funcionario menemista Tata Yofre
examina los vínculos entre La Habana y los movimientos guerrilleros de los 70. Infobae publica el prólogo del
explosivo libro
Crédito: Reuters |
La escena se llevó a
cabo el 16 de marzo de 1976. Faltaba una semana para que cayera en la Argentina
el período constitucional que había nacido el 25 de mayo de 1973, tras el
estruendoso fracaso del gobierno militar que había depuesto al presidente
Arturo Umberto Illia en 1966. Esa noche, la sociedad escuchó atentamente al
líder de la oposición fijar su postura ante lo que sostenía la calle que estaba
próximo: un nuevo golpe militar. Se prendieron las luces de las cámaras de
televisión y Ricardo Balbín comenzó a hablar con su estilo alambicado y
poético.
Era un intento vano
por frenar lo irreparable, y en un momento se preguntó, nos preguntó: "Ahí está la guerrilla —¿por qué vino y
quién la trajo?— poniendo al país en peligro y encendiendo una mecha en el
continente americano. Nadie se preocupa de eso. Pero para la construcción por
la violencia de la Argentina, la guerrilla intensificada en el país pasa las
fronteras. Y puede llegar el día en que, sin querer o queriendo, encuentre
convulsionado su país, amenazada su República".
Avalando sus
palabras, al día siguiente, salía el primer ejemplar del vespertino La Tarde,
bajo la dirección del joven Héctor Timerman, con un título de tapa a varias
columnas: "Argentina hoy: bombas,
secuestros y carestía". Días más tarde, el mismo diario título: "Un récord que duele: cada 5 horas
asesinan a un argentino."
"La
guerrilla"
era la cuestión. No toda, pero sí en gran medida la excusa para lo que estaba
por venir. "Cuanto
peor mejor", sostenía el líder de la organización Montoneros. "A las armas", clamaba un jefe
del Ejército Revolucionario del Pueblo. Todos empujaban al país hacia el vacío.
Y las Fuerzas Armadas ya habían tomado la decisión de derrocar al gobierno
constitucional unos meses antes.
Parecía difícil
imaginar cómo Balbín ignoraba la génesis de la guerrilla. El fenómeno armado,
en América Latina y la Argentina en particular, había comenzado varios años
antes. Fue en Cuba cuando los nuevos
dueños del poder decidieron exportar su revolución. Que no era una revolución liberadora de las dictaduras existentes, sino
marxista-leninista. No son simples suposiciones. En este libro están varios
de los documentos inéditos que lo demuestran. Son los que surgen del archivo
del antiguo Ministerio del Interior de Checoslovaquia, con más de 10.000
folios, de los cuales elegí algunos de los más emblemáticos.
El comienzo de todo
este proceso se remonta a tiempos anteriores a la llegada de Fidel Castro al
poder, en la primera semana de enero de 1959. Hay un trabajo previo muy bien
llevado entre el Kremlin, los comunistas cubanos enrolados en el Partido
Socialista Popular y el cuartel del Movimiento 26 de Julio, de Fidel y Raúl
Castro con Ernesto Guevara de la Serna. Con el paso de las semanas, una vez
asidos al poder, establecieron un gobierno en las sombras que preparó la futura
dictadura comunista. Contaban a su favor con el efecto sorpresa y la ignorancia
de las capas directivas de la isla.
Esa fue la primera
estafa. Luego llego el segundo engaño. Promocionar su movimiento "liberador" en los países de
Hispanoamérica, con la ayuda de un gran aparato propagandístico y la complicidad
de brillantes intelectuales. Vendedores de mercadería falsa. En mal estado.
En el plano general,
la expansión castrista se desarrolló bajo la indolencia de las dirigencias de
América Latina y, especialmente, de los Estados Unidos de América. En plena
Guerra Fría, en un clima de pachanga, se estacionó un portaviones soviético a
90 millas de sus costas y cuando tomaron conciencia del error ya era tarde. En la Argentina la infiltración fue un
éxito. Quizá el mayor logro político del gobierno castrista. Colarse entre las
fisuras y los resquebrajamientos de su sociedad, cuya dirigencia no tenía
respuestas, en especial, de qué hacer con el peronismo después de 1955.
Aunque parezca
exótico traerlo a colación, el general Eduardo Lonardi, el mismo jefe que echó
a Juan Domingo Perón en septiembre de 1955, les previno a quienes lo sacaban
del poder sesenta días más tarde, con la intención de disolver por la fuerza el
Movimiento Peronista e intervenir la central sindical, que "sería un procedimiento muy poco hábil, desde el punto de vista
democrático, poner al movimiento peronista en la clandestinidad y robustecerlo
con la persecución". Pues bien,
lo hicieron, y el vasto peronismo, con el tiempo, fue infectado.
Entraron a jugar "los simuladores", como los llamó
el jefe del Movimiento, porque en nombre de Perón —a quien despreciaban—
intentaron, con diferentes artilugios, terminar con el peronismo. Y años más
tarde, en medio del incendio político, social y económico, los que lo echaron
lo volvieron a traer para que apagara la hoguera.
Amárico Latina no fue
ajena a este fenómeno. También lo sufrió. Ahí están Venezuela, Colombia, Perú,
Bolivia, Chile y Uruguay, entre otros, para atestiguarlo. Como Balbín, el ex
presidente uruguayo Julio María Sanguinetti reconoció que "sin guerrilla no hay una explicación al golpe de Estado de
Uruguay".
Como ha sido mi
estilo, todo lo que afirmo está respaldado por documentos desconocidos,
buscados en Checoslovaquia, la Unión Soviética, Cuba, Alemania Oriental y la
Argentina. A ellos se suman archivos particulares de personajes de la época,
también inéditos. Eso no es todo: conté para este largo relato con la confianza
y la sinceridad de viejos militantes de la izquierda radicalizada. Aquella que
prefirió el lenguaje de las armas. En esos encuentros intentamos reconstruir el
pasado, hacerlo comprensible, a pesar de las lógicas diferencias con cada uno
los entrevistados. Nadie engañó a nadie: hicimos una reconstrucción en común de
nuestra historia, de la peor parte que nos tocó vivir.
Muchos observarán que
trato la situación interna cubana. El papel de Fidel, en primer lugar. Luego,
el Che Guevara con su fracasada formula:
guerrilla-revolución-triunfo-socialismo, sembrando de muerte por donde pasaba. En todos lados, lo mismo, sin reparar en
los costos. Hablaba de principios morales mientras fusilaba sin desdén. De no intervención,
mientras se colaba dónde podía. Llegó a privilegiar una invasión con
extranjeros en su propio país. Ahí está, hoy reivindicado con su imagen en
la Galería de Patriotas Latinoamericanos de la Casa de Gobierno. Un mensaje
tétrico para las futuras generaciones o una muestra de frivolidad suicida.
Con este libro,
cierro una cuestión tratada, parcialmente, en mis anteriores trabajos. Es una
deuda de varios años con los lectores: el papel de La Habana en la fratricida
guerra argentina y latinoamericana.
La que explica cómo, cuándo
y quienes la desataron abriendo las puertas a Lucifer. Algunos jefes
terroristas dieron a la sociedad la explicación de sus conductas. Los militares
también. Falta aún que los hermanos Castro se excusen con todos por tanto daño
gratuito. No lo harán. No está en su ánimo. Los tiranos no aceptan errores.
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