Por Carlos Alberto
Montaner | Miami | 5 Jun 2015
“No
se trata de criticar a Obama por haber ensayado una política nueva. El problema
es que es una política mala.”
Al Prof. Guillermo Lousteau
Este es uno de esos
raros casos en los que conviene comenzar por el final. Estos papeles están
dedicados a contar rápidamente cómo han sido las relaciones entre EEUU y Cuba
desde 1959 a la fecha, con el objeto de poder analizar la nueva política cubana
anunciada por el presidente Barack Obama y el general Raúl Castro en diciembre
de 2014.
Ese recorrido me
precipita formular siete advertencias. No son recomendaciones ni conclusiones.
Son observaciones que se desprenden naturalmente de la propia historia que relataré
en breve.
Consignémoslas:
La
primera advertencia es que el Gobierno de los hermanos
Castro mantiene en 2015 exactamente la misma visión de EEUU que tenía cuando
los guerrilleros llegaron al poder en enero de 1959.
Para ellos el enorme
y poderoso vecino, y sus supuestas prácticas depredadoras en el terreno
económico, están en la raíz de los problemas fundamentales de la humanidad.
Como leen poco y
observan mal, continúan creyendo que las calamidades del Tercer Mundo se deben
a la mala voluntad de las naciones desarrolladas, y muy especialmente a EEUU
con sus perversos términos de intercambio y su explotación inclemente de los
recursos de las naciones pobres.
La
segunda advertencia, como consecuencia de la primera, es
que ese régimen, absolutamente coherente con sus creencias, continuará tratando
de afectar negativamente a EEUU en todas las instancias que se presente.
Ayer se colocó bajo
el paraguas soviético. En la etapa postsoviética, echó las bases del Foro de
Sao Paulo y, más tarde, del circuito conocido como el Socialismo del Siglo XXI,
extendido a los países de la llamada ALBA. Hoy se alía firmemente a Irán, y ya
se apunta al bando chino-ruso en esta nueva y peligrosa Guerra Fría que está
gestando. Para los Castro, el antiamericanismo es una cruzada moral a la que no
van a renunciar nunca.
La
tercera advertencia es que no existe en la dictadura
cubana la menor intención de comenzar un proceso de liberalización que permita
el pluralismo político o las libertades, tal y como se conocen entre las
naciones más desarrolladas del planeta.
Los demócratas de la
oposición se toleran mientras sus movimientos y comunicaciones estén regulados
y vigilados por la policía política.
El régimen domina
perfectamente las técnicas de control social. Al margen de la policía
convencional, para mantener a raya a la oposición cuenta con al menos 60.000
oficiales de contrainteligencia adscritos al MININT, y otras decenas de miles
de colaboradores. Para ellos la represión no es un comportamiento oscuro y
vergonzante, sino una labor constante y patriótica.
La cuarta advertencia
es que el sistema económico que está erigiendo Raúl Castro no ha sido concebido
para que florezca la sociedad civil. Esa que un día, mágicamente, derrocará la
dictadura, sino es un modelo de Capitalismo Militar de Estado (CME), cuya
columna vertebral es el ejército y el Ministerio del Interior, instituciones
que controlan la mayor parte del aparato productivo del país.
Dentro de ese
esquema, como se deduce de las palabras del economista oficial Juan Triana
Cordoví, el Estado (en realidad, el sector militar) se reserva el manejo y
explotación de las 2.500 empresas medianas y grandes del país, dejándoles a los
cuentapropistas un sinfín de actividades menores para no tener que sostenerlos.
Contrario a lo que
piensan en Washington y en los sectores cubanos no gubernamentales que apoyan
esas reformas económicas, Raúl Castro y sus asesores suponen, acertadamente,
que los cuentapropistas serán una fuente de estabilidad del sistema de
Capitalismo Militar de Estado, no por afinidad ideológica, sino para no perder
los pequeños privilegios y ventajas que obtienen.
La
quinta advertencia es que el régimen de los Castro no
tiene el menor interés en propiciar el enriquecimiento de los empresarios
extranjeros. Desprecian el ánimo de lucro de los capitalistas, les parece
repugnante, aunque muchos de ellos mismos, de alguna manera, lo practiquen
discretamente.
Las inversiones del
exterior serán bienvenidas solo y únicamente cuando contribuyan a fortalecer el
Capitalismo Militar de Estado que están forjando. Para el Gobierno cubano esas
inversiones son un mal necesario, como el que se amputa un brazo para salvar la
vida.
Si alguien piensa que
ese régimen permitirá el surgimiento y crecimiento de un tejido empresarial
independiente, es porque no se ha tomado el trabajo de estudiar los textos y
discursos de los propios personeros del régimen, y ni siquiera de examinar la
conducta que exhiben.
Tiene toda la razón
el inversionista en bienes raíces y notable millonario Stephen Ross cuando,
tras regresar de un viaje a Cuba, declaró que no había visto en la Isla la
menor oportunidad seria de hacer negocios. En realidad, no la hay, salvo en
aquellas actividades que exista un rédito claro para el Gobierno o que sea
absolutamente indispensable para la supervivencia del régimen.
Es obvio que la
prioridad de los Castro es mantener el poder y no desarrollar un vigoroso
tejido empresarial que saque a los cubanos de la miseria. Para explicar esas
carencias han desarrollado la coartada de la austeridad revolucionaria y la
crítica al consumismo (el gusto por la "pacotilla")
como una forma heroica y abnegada de afrontar la pobreza.
La sexta advertencia
es que, ante este cuadro deprimente de atropellos e insistencia en los
disparates de siempre, la renuncia de Washington al containment y su sustitución por el engagement, a lo que se agrega la cancelación del objetivo de
tratar de propiciar el cambio de régimen, como dijo Obama en Panamá, es una
peligrosa e irresponsable ligereza que perjudicará a EEUU, alentará a sus
enemigos, descorazonará a sus aliados y afectará muy negativamente a los
cubanos que desean libertades, democracia real y terminar con la miseria.
¿Qué sentido tiene
que EEUU —y con él la Iglesia Católica— contribuya al fortalecimiento de un
Capitalismo Militar de Estado, enemigo de las libertades, incluidas las
económicas, violador de los Derechos Humanos, que perpetúa en el poder a una
dictadura colectivista que ha destrozado a Cuba y hoy contribuye a destruir a
Venezuela porque no puede enseñar otra cosa que lo que ha hecho durante 56
años?
La
séptima advertencia es que nunca la oposición democrática
ha sido más frágil ni ha estado más desprotegida, pese al impresionante número
de disidentes y al heroísmo que despliegan. Nunca ha estado más sola.
¿Por qué nadie va a
tomarla en cuenta si EEUU ha renunciado al cambio de régimen y está dispuesto a
aceptar a la dictadura cubana sin exigirle nada a cambio?
EEUU ha renunciado a
indicarle claramente a La Habana que el verdadero cambio comienza en el momento
en que la cúpula de la dictadura acepta que el primer paso es dialogar con la
oposición y admitir que las sociedades son plurales y albergan diferentes
puntos de vista.
¿Qué argumento tienen
ahora los callados y siempre asustados reformistas del régimen para reclamar sotto voce cambios políticos y económicos si nadie se los exige al
Gobierno de los Castro?
En suma, ha sido un
grave error de Obama separarse de la política seguida por los diez presidentes,
demócratas y republicanos, que lo precedieron en la Casa Blanca.
Uno no puede decretar
que su enemigo súbitamente se ha convertido en su amigo y ha comenzado a pensar
como a uno le conviene. Eso es
infantil.
No se trata de
criticar a Obama por haber ensayado una política nueva. El problema es que es
una política mala.
No se puede ignorar
la realidad sin abonar por ello un alto precio. Lo triste es que lo pagaremos
los cubanos.
Este artículo es un
fragmento de la conferencia "Las
relaciones entre EEUU y Cuba en la nueva etapa del deshielo. ¿Sentido común o
ligereza irresponsable?", pronunciada por el autor el 4 de junio de
2015, en la sede del Interamerican Institute for Democracy en Miami.
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