Como sociedad, debemos apostar a superar las divisiones, sin
rencores, sin mezquindades, con justicia y con una clara voluntad de unión
MARTES 24 DE NOVIEMBRE DE 2015
El triunfo de Mauricio Macri en las elecciones
presidenciales marca un punto de quiebre en el país, cuya significación
política está muy lejos de acotarse en el solo acto comicial. Ha sido una
victoria electoral clara -posiblemente más amplia de lo que muestra el
escrutinio provisional-, un testimonio contundente de un largo proceso de
hartazgo de los modos y las formas kirchneristas. Ha sido un basta rotundo al
relato que reescribe la historia en beneficio de un sector determinado, al
revanchismo, al populismo y al sometimiento que éste implica, y a una forma de
gobernar autoritaria, totalmente sorda e insensible a la opinión ajena.
Ha significado un basta al odio, a las tensiones generadas
desde el poder, a la voz única de las cadenas nacionales; un basta al dedo
índice que acusa sin pruebas, que mancha reputaciones y condena sin juicios. Ha
sido un decidido freno al "vamos por
todo", un reclamo manifiesto de rendición de cuentas y un rechazo a
alianzas con países que violan las libertades individuales.
Sin dudas que hay muchos pedidos más de parte de quienes,
con su voto, ungieron a Macri presidente y -muy probablemente- también de
quienes, aun habiendo apoyado al candidato oficialista, Daniel Scioli, aspiran
a que se reinstale la concordia entre los argentinos, a que haya consensos para
definir cuestiones básicas y al mismo tiempo de fondo para nuestro presente y
porvenir.
El frente Cambiemos llega a la presidencia con promesas de
diálogo, de normalidad institucional, de un profundo respeto por la Justicia,
cuestiones todas que le serán recordadas a cada paso, cada día, por una
ciudadanía que hoy disfruta de bocanadas de aire fresco que no quiere volver a
perder.
Macri ha sido ungido jefe del Estado con una base electoral
importante, producto de apoyos y gestos de confianza que deberá consolidar y
ampliar. Los avales que obtuvo no han sido producto de un cheque en blanco de
quienes lo votaron y mucho menos de un voto cautivo, sino de una demanda
largamente insatisfecha cuya concreción la ciudadanía espera poder ver.
Hubo un mensaje fuerte hacia toda la dirigencia política. El
kirchnerismo ha sufrido una derrota importantísima de parte de extraños, pero
también de muchos propios que ya no soportan vivir en un estado de
confrontación permanente, basado en la mentira y en la provocación.
Los números de las urnas muestran que el electorado ha
quedado virtualmente partido en dos. Macri se impuso, pero no con la diferencia
que le pronosticaban muchas encuestas. Es un dato que debe ser tenido muy en
cuenta. Urge que su gobierno avance sobre consensos firmes, que incluyan a
todos los sectores posibles. Esta nueva oportunidad de alternancia en el poder
no debe ser desaprovechada. Representa un quiebre en una asfixiante manera de
gestionar que la ciudadanía ha dicho que quiere ver desterrada.
Es un desafío para el nuevo gobierno, una enorme apuesta no
exenta de dificultades, pero que sin dudas vale la pena intentar.
La mayor derrota en los comicios de anteayer la ha sufrido
una manera de gobernar basada, entre otras tantas cosas, en la petulancia, el
atropello a las instituciones, el dispendio de los dineros públicos y el miedo
como método de campaña. Fueron 12 años de pretender instituir desde el poder
una sola campana; más de una década de desfachatado enseñoreo de la mentira y
de incesantes denuncias por actos de corrupción.
Debemos, como sociedad, apostar a superar esa división sin
rencores, sin mezquindades, con justicia y con mucha voluntad de unir.
Cada sector político deberá hacer internamente los análisis
que necesite para explicarse cómo fue que sucedieron las cosas y tomar las
medidas sectoriales que crea necesarias. Es un debate que se merecen tanto los
militantes como los dirigentes de todas las fuerzas que compitieron en la larga
sucesión de elecciones que tuvieron lugar en 2015.
Esa introspección partidaria debiera servir como punto de
partida para iniciar todos juntos un nuevo camino: el del diálogo franco y
abierto que nos permita mantener la expectativa de la hora, avanzar en acuerdos
hacia un futuro previsible, superar las diferencias y, muy especialmente,
brindar por la República.
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