Sorprenden
algunas reacciones al editorial de “La
Nación” publicado el lunes 23. Más allá de la oportunidad o inoportunidad de
esa publicación, hay que remitirse a lo que allí se dice, antes que leer entre
líneas. Adjudicar intenciones o afirmaciones que no se desprenden del texto, es
imponer el cierre del debate antes de abrirlo.
En
ese texto hay un llamado a superar para siempre el deseo de venganza. Lejos de
ser reprochable, esto es bueno, saludable y necesario. En Occidente, la
venganza fue la herramienta de la fuerza privada, arbitraria y sangrienta cuya
extinción, posibilitada por la construcción de Estados nacionales dotados del
monopolio de la fuerza pública y de un sistema jurídico, dio lugar al imperio
de la ley. La venganza solo genera más venganza, en una rueda infinita e infernal.
Ese
editorial, de forma contundente, llama “aberrante
terrorismo de Estado” al accionar con que se respondió a la violencia de grupos
que protagonizaron la guerra sucia en los ’70. Denuncia el uso ideológico de la
exaltación de tales grupos por parte del relato oficial. No justifica aquellos
procedimientos y tampoco a quienes violaron los derechos humanos practicando la
misma moral de quienes querían combatir.
Mantener
en prisión común a militares -condenados, imputados, o meramente sospechosos- a
pesar de su edad y deterioro de su salud, es violatorio del Art. 18 de la
Constitución Nacional que declara abolido todo tipo de tormento, y establece
que las cárceles serán “para seguridad y
no para castigo de los reos detenidos en ellas, y toda medida que a pretexto de
precaución conduzca a mortificarlos más allá de lo que aquélla exija, hará
responsable al juez que la autorice”. “El
fin del establecimiento de las penas no puede ser la de atormentar a un ser
sensible”, dijo Cesare Beccaria en 1764.
También
viola los incisos a), b) y d) del Art. 1º de la Ley 26.472, sobre ejecución de
la privación de libertad. Señalarlo no significa absolver a los culpables, sino
reclamar el cumplimiento de la ley. Sobre todo implica no emplear los mismos
métodos de violación de los derechos humanos que empleó un régimen de facto que
abusó de su poder ilegítimo.
La
izquierda celebra la mejora del régimen carcelario de más de cien terroristas
presos, y el reciente indulto otorgado por el gobierno colombiano a
guerrilleros de las FARC acusados de delito de lesa humanidad. Lo aplaude pero se
escandaliza cuando se hace pública la inhumana situación de militares
argentinos en prisión. El editorial pide el cese de la persecución a
magistrados. Es de esperar que el nuevo gobierno garantice la independencia del
Poder Judicial, como prometió en campaña.
No
se trata de impunidad sino de que cese la cultura de la venganza, que se
establezcan plenamente la verdad y la justicia, que impere la ley. Mandela consideraba
que humillar al otro es infligirle un sufrimiento innecesario: trató de
evitarlo. Antes y después de ser presidente, dialogó con cada uno de sus
enemigos. Con humildad, perseverancia y voluntad de inclusión, logró que
blancos y negros perdieran el miedo mutuo, superaran el peso de conductas
anteriores, construyeran la verdad sobre sus más oscuros crímenes, y se
integraran en un esfuerzo común por construir un país para todos.
Rodrigo A. Caro Figueroa
14.022.309
SALTA
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