Hasta que la realidad
indique lo contrario (y no lo hace), no hay país sin estado y no hay estado sin
FFAA. El gran experimento argentino post-Malvinas, dejar a sus FFAA sin el “hardware” de armamentos y el “software” de recursos humanos para
construirlos o usarlos, no debe ni puede seguir más. Imposible otro papelón
porque un juez comercial en Nueva York y otro en Ghana nos expropien un barco
de guerra en un puerto africano, como una decisión sub-nacional. Los estados
nación del mundo no deben siquiera poder imaginarse la posibilidad de hacernos
algo así. Pero si dejamos que nuestros propios barcos de la Flota de Mar
naufraguen en puerto por falta de mantenimiento, estamos dando pie a destratos
futuros de pesadilla.
Ese futuro supone
pérdidas graves más de soberanía que de territorios, es decir sin que el país
deba aceptar protectorados “soft” y
que le indiquen, sin siquiera levantar la voz, qué hacer con su territorio, sus
recursos, su población y sus finanzas. Y deba obedecer.
Basta leer las
noticias. Este es el siglo de las mayores migraciones de la historia humana, ya
sea por guerras, por catástrofes climáticas o incluso por la presión demográfica
expulsiva de economías que, como las del Sureste asiático, necesitan exportar
inmensos excedentes poblacionales, centenares de millones de humanos que
excedieron la “capacidad de porte” de
sus ecosistemas y economías nativas. Los estados fracasados de África y Medio
Oriente derraman refugiados sobre una Europa aterrorizada, y el super-estado
chino, para salir de su laberinto demográfico, dentro de poco estará exportando
infraestructura costosa a África y Sudamérica, pero con financiación y trabajadores
incluidos. Serán “ofertas paquete”.
Si queremos la
continuidad de la Argentina como estado nación; solo tenemos que hacer como la
generación del 80. Ante un desafío conceptualmente similar, cuando había poca
gente criolla y la Pampa Húmeda tenía más población extranjera que nativa, “argentinizó” a enorme velocidad a los
hijos de inmigrantes mediante una escuela pública de altísima calidad. Pero al
tiempo que hacía esto, la Argentina se dotaba en Europa de la última tecnología
en armas livianas y artillería, así como de una envidiable Flota de Mar y otra
Fluvial. Sarmiento, que veía más allá de la tiza y el borrador, en 1872 había
fundado además la Escuela Naval Militar para construir una Armada de cuño
profundamente tecnológico. El mensaje fue un clásico de la Roma Republicana: “Si vis pacem, para bellum” (si quieres
la paz, prepárate para la guerra). El mundo escuchó: cada tanto nos invadían, y
no lo hicieron más.
¿Qué
mensaje estamos dando ahora?
La educación pública
de calidad, incluida la posterior repotenciación académica que fue la Reforma
Universitaria de 1918, logró algunos milagros argentinos entonces únicos en la
región. Fueron la creación de la Fábrica de Aviones de Córdoba en 1927, la de
Fabricaciones Militares en 1941, y la de Astilleros Río Santiago en 1953. Estos
hitos, obra de presidentes tan disímiles como Alvear, Castillo y Perón, abrió
la puerta de un camino de autosuficiencia en diseño y construcción de armamento
que llegó a ser de excelencia. Lo único que se le puede reprochar a ese sistema
es el no haberse unificado en proyectos transversales entre armas, y tratado de
llegar a una calidad y escala que nos volviera exportadores o socios con
desarrollos propios, como hoy lo son Brasil en aviación o Israel en naves no
pilotadas. Hoy, una política de Defensa debe coordinarse e imbricarse con el
sistema científico tecnológico nacional, que innegablemente está en avance.
Con las FFAA
actuales, en estado sub-operacional por armamento y capacitación, estamos en
peligro no inmediato, pero sí a mediano plazo. El que no lo quiera ver, está
ciego.
El corolario del
mensaje es que todo esto es solucionable. La actualización de la legislación
vigente permitirá definir los escenarios futuros, elaborar un diseño
estratégico de las FFAA y debatir un presupuesto militar para alcanzar un
determinado fin. Se podrán establecer los requisitos de formación y
perfeccionamiento que deben ser adoptados a fin de posibilitar una apropiada
educación. La educación militar y la civil deben confluir. Necesitamos que la recientemente
creada Universidad de la Defensa desarrolle un Estatuto y un Proyecto
institucional que permita gestionar y administrar una universidad despolitizada
y desideologizada, sin burocracia, con vocación de transparencia y de calidad
en las carreras universitarias para formar profesionales para las Fuerzas
Armadas y la Defensa, incrementando en nuestros oficiales y suboficiales, su
perfil científico, técnico, de gestión y en idiomas. Porque hoy estos son
saberes de combate tan legítimos como el uso de armas.
En los 90 los MD
iniciaron este cambio educativo con la creación de los Institutos
Universitarios de cada una de las Fuerzas, en los marcos de las leyes
23554/1988 de Defensa Nacional, 24848/1998 de reestructuración de las FFAA y
24521/1995 de educación superior, con éxito. Luego este nuevo rumbo se frenó.
La inversión que
necesitamos en “cerebros y fierros” debe
mantenerse al menos una generación para dar resultados en el plano de Defensa
Nacional. Este y no otro deben y pueden ser el principio del rearme de la
Argentina, el regreso de la República como dueña indiscutida de su propia casa,
y vecina o socia interesante.
No aspiramos a volver
a ser un país políticamente militarista. Solo queremos regresar, con pleno
acuerdo civil, al status de “demasiado
caros de invadir, de agredir o simplemente patotear”. Lo fuimos durante la
mayor parte del siglo XX. Desgraciadamente, ya no lo somos.
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