Por Gabriela Pousa
“Estás desorientado y no sabés que trole hay que tomar para seguir, y
en éste desencuentro con la fe querés cruzar el mar y no podés. La araña que
salvaste te picó, qué vas a hacer… Y el hombre que ayudaste te hizo mal, dale
nomás… Y todo el carnaval gritando pisoteó la mano fraternal que Dios te dio
(…)” Cátulo Castillo (Desencuentro)
Qué desencuentro le ha jugado el destino a Daniel Scioli. Llegó al debate presidencial ansioso de repuntar una
intención de voto que no lo beneficia, y salió desencontrado del electorado y
de sí mismo. Lo que sería su “salvación”, a juzgar por su propio equipo,
se transformó en un salvavidas de plomo. Un mar de palabras en un oasis de
ideas, y la imposibilidad de prometer aquello que demostró no saber, no poder o
no querer hacer. Difícil convencer de que harás lo que no has hecho cuando se
han pasaron doce años en el poder.
Desde el momento del primer planteo de Mauricio Macri,
Scioli quedó noqueado, pretender no tener nada que ver con el gobierno saliente
además de imposible, es un descaro. “Daniel,
sos la continuidad. Vos elegiste estar con Zannini, con Aníbal Fernández, con
Milagros Sala, con Máximo… Nosotros somos el cambio”, fue lapidario el representante de Cambiemos
con solo apelar a una verdad que cualquier ciudadano puede comprobar. A los analistas, el debate nos dejó sin la
posibilidad de un desafío intelectual: básico, llano, previsible y con un “ganador” claro.
El candidato oficialista intentó ser opositor sin decir a
qué ni a quién, en consecuencia quedó opuesto a la coherencia y el sentido
común de la gente. Doble falta al no
respetar los tiempos, atolondrado como repitiendo un libreto. Un émulo del
personaje creado por Jery Kosinski en su obra “Desde el Jardín“.
La conducta del candidato oficialista permite argumentar
también, la tesis de que el debate sólo
serviría y sirvió para que se refuerce el voto de quienes ya estaban decididos.
El 86% adujo que la presentación no haría cambiar su votación. En ese
sentido, puede inferirse que el intercambio entre ambos no ha sido una
herramienta en exceso útil para la elección. Si bien es un acto que suma a la
democracia – es políticamente correcto para definirlo de alguna manera-, después de una campaña en exceso larga
donde cada uno mostró a las claras quién es, qué pretende y hacia a dónde va,
el debate se tornó insustancial.
Se escuchó aquello que, en lo cotidiano, se escucha en
spots, entrevistas, o se lee en revistas y diarios. Nada se ha sumado: lo que estaba bajo el sol sigue estando y lo que no,
no. La “sorpresa” con la que
especulaban los seguidores de FPV faltó. Todo demasiado pautado, muchas reglas
en un país donde paradójicamente, hay ausencia de estas.
Si acaso Scioli quizo demostrar que es “más Scioli que nunca”, se
equivocó. Tarde para despegarse del kirchnerismo que lo acunó primero, y lo vapuleó
luego. Tarde para el perdón. Scioli la erró porque el espectador embebido de
política ya sabía de antemano quien es quien. Y aquellos cuyo desinterés
los hace estar ajenos o perdidos en el tema, quedaron sin poder responder la
pregunta que justamente, el debate debería responder: ¿Cuál es mi candidato?
Indecisos, que no son tantos como pretenden hacer creer las
encuestadoras para cubrirse después, deberán acudir tan solo a su conciencia…
Un detalle o no tanto, ha sido el nivel
de audiencia alcanzado: para los argentinos el show es siempre bienvenido,
aunque el fenómeno se explica también si se tiene el cuenta el nivel de
participación ciudadana en los últimos comicios. Ahí ya hubo cambio.
Asimismo, es justo resaltar que los candidatos cuando
lideran las encuestas se niegan a participar en debates, lo hizo Scioli el 4 de
octubre pasado cuando se debatió por la
primera vuelta y se suponía que lideraba el electorado. Tras esa ausencia su
imagen negativa pasó del 22 al 49%. El hombre de teflón se volvió vulnerable.
Sin embargo, y considerando la ventaja que tiene Mauricio Macri (entre 6 y 10
puntos) en todos los sondeos de opinión, dio la cara, no dudó.
Lo cierto es que lo que llamaban un “encuentro crucial” no fue tal. Dejó por un lado, una definición
conocida: el titular de Cambiemos, sin
máscara ni prolegómenos, sin una oratoria complicada proponiendo el cambio,
quizás no de políticas sino de algo aún más
necesario, el cambio de sistema, de modus operandi, de la concepción de
poder y mando.
Por otro, un gobernador abatido, desesperado por disimular
el extravío, zigzagueante, aturdido entre ser y parecer sin afianzar en
definitiva, ninguna de estas opciones. Scioli
puede ser tan kirchnerista como menemista o tan peronista como ambos “ismos” lo son, lo han sido.
En síntesis, una hora que sirvió para confirmar quién es “más
de lo mismo” y quién es distinto. Es verdad que simultáneamente, dejó al
descubierto de qué lado está el capital necesario para encarar una
transformación de base del Estado, y quién pretende llegar para satisfacer una
ambición personal encarada bajo la premisa de que el fin justifica los
medios, aunque los medios precisamente, se ocuparon de demostrar la naturaleza
de los fines y también del candidato.
Para el bonaerense fue como acudir a un laboratorio para
hacerse una radiografía, y que ésta ofreciera luego con claridad supina, la
imagen de un nudo gordiano entre sus deseos, las presiones y las consecuentes
imposibilidades de cambio. El gobernador
de Buenos Aires llegó desnudo y se fue desnudo, no encontró un traje a su medida
ni mucho menos a la medida de un electorado que -si de independientes se trata-,
está expectante de algo concreto, definitorio y claro.
La agresión de la que
se valió en todo momento es paradójicamente, uno de los elementos que mayor
rechazo causa en la sociedad, y que terminó de sepultarlo en su provincia
donde, días atrás, se plasmó la disyuntiva: Aníbal
Fernández – María Eugenia Vidal. Scioli se olvidó o pretendió olvidar
que la gente optó por la tranquilidad y la dignidad más allá de la garantía de
gestión que pudiera realizar.
Al gobernador le
faltaron “s”, a Macri le sobraron
otras tantas pero habló sin titubeo, seguro de sí, quizás tibio en algún
momento. Diferencias insondables a la hora del análisis.
A la interpelación directa, el candidato del gobierno
respondía en tercera persona como si desconociera a su contrincante. Solo al
final, cansado ya, usó el tuteo para volver luego a hablarle a la nada, perdida
la mirada. Ofuscado desde el vamos olvidó la popular sentencia “el que se enoja
pierde“. Empezó y terminó con el pie izquierdo. Uno le hablo al “compañero trabajador” del peronismo, el otro a la
totalidad del pueblo argentino…
Scioli no fue Scioli.
Scioli fue Cristina y ahí estuvo el mayor error, ahí estuvo su peor pesadilla.
Después de años de someterse a todo tipo de bajeza con tal de vestir la banda
presidencial, el ex motonauta hizo lo mismo: rebajó a su rival. Craso error, la gente demanda mesura y
conciliación aún desde la desmesura y el enfrentamiento. De ese modo, el debate
favoreció a consolidar aquello que la sociedad expresó con el voto en la última
elección: el deseo de cambio y la certeza que este pasa por otro lado.
El riesgo que Scioli intentó posar en su adversario se vio
dentro de su propio yo. El encuentro si se quiere, puso también en evidencia
que aquello a lo que debe temerse es a
repetir el oprobio de la perversión. Y perverso es querer disfrazar al otro de lo
que no es. Perverso es no tener razón y querer tenerla a costa de la necedad y
la mentira, del descrédito y la actuación.
Se vio un hombre desbordado y lo que es peor, se lo vio
encadenado a un andamiaje del pasado, vencido y ciego de sí mismo. Daniel Scioli no pudo ser, apenas pareció
la encarnación de la Presidente a quien en vano trató de dejar de lado. Una
versión masculina de la soberbia y la ambición de Cristina. No se explica,
máxime cuando la gente ya se había expedido a favor de un cambio radical en el
trato, amén de en la política.
El que sería un
momento histórico y crucial en la vida institucional de la Argentina quedó
reducido a un duelo donde solo uno venia armado. ¿El otro? El otro, sin cisne
negro en el escenario, será el futuro jefe de Estado.
A lo lejos, a la sombra del hombre de “fe, de esperanza y de trabajo”
se la vio irse tarareando bajito la última del estrofa del viejo tango: “Por eso en tu mortal fracaso de vivir, ni
el tiro del final te va a salir”
Gabriela Pousa
Ver un corto video
NOTA: Las
imágenes no corresponden a la nota original.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!