Por Fernando Morales[1]
10 de agosto de 2016
Ciertamente, no he de
ser yo, querido amigo lector, quien guíe su pensamiento y fuerce una conclusión
respecto al sainete criollo vivido en torno a la orden de detención librada por
el juez Marcelo Martínez de Giorgi con el único propósito de que la señora Hebe
Pastor (ex Bonafini, ya que está separada) comparezca ante la Justicia casi
como si fuera un mortal común.
En lo que sí me
gustaría entretenerlo un rato es en reflexionar sobre algunas temáticas que
corren en forma paralela al personaje en cuestión y a sus particulares formas
de relacionarse con la sociedad. Al menos con la inmensa mayoría de la sociedad
a la que, de una forma u otra, siempre ataca, denuesta o ningunea.
La avanzada edad de
la "rebelde" necesariamente
ameritaba que se tomaran algunos recaudos para que el comparendo compulsivo no
tuviera consecuencias lesivas para su integridad física. Pero el poco eficiente
juez federal no pudo haber tenido más desafortunada elección de día, hora y
lugar para intentar que su ya inoperante orden de comparendo se cumpliera.
Es bastante sabido
que este magistrado en particular se caracteriza por protagonizar
complicaciones para citar ciudadanos a su presencia; algunas veces lo hace a
domicilios equivocados (este caso fue uno de ellos) y otras veces cita a
personas equivocadas, o con sus apellidos y sus documentos errados.
Pero la historia
judicial reciente aquilata sobradas muestras de megaoperativos nocturnos donde
decenas de efectivos federales son movilizados para apresar a ancianos
militares que, al margen de las imputaciones que pesen sobre ellos, ya no están
físicamente en condiciones de representar amenaza de resistencia alguna. Al
parecer, para la Justicia argentina hay viejos de primera y viejos de segunda.
Otro
aspecto interesante de esta especie de novela policial es la patética obsesión
de "su señoría" para
aclarar que no detenía a la "defensora
de los derechos humanos", sino a la presidente de una empresa
constructora; como si haber tenido un papel
destacado en algún momento de nuestras vidas nos cubriera de cierto barniz
especial que nos eximiera de someternos al imperio de la ley.
Muchos cultores de
los derechos humanos se mostraron horrorizados el pasado 10 de julio, cuando
Aldo Rico desfiló junto a los veteranos de Malvinas. Una interesante
comparación se puede hacer entre ambos personajes del presente nacional: Rico
fue un bravo combatiente en Malvinas, respetado y por sobre todo querido por
superiores y subordinados. Luego, equivocó el rumbo, pero, con indulto o sin
él, pagó por su yerro y hoy es un ciudadano libre al que los sectores "progres" pretenden borrar del
mapa.
Hebe ganó un lugar en
la historia nacional e internacional por la lucha llevada adelante enfrentando
a un gobierno de facto. Posteriormente, abandonó el rumbo y se erigió en
censora de jueces, políticos, periodistas y, como frutilla del postre, se transformó en presunta cómplice de un
desfalco millonario a las arcas del Estado. Rico cumplió su pena, Hebe se
niega a sentarse en el banquillo.
"Macri,
sos la dictadura", "Pará la mano, Macri", "Se viene una noche de bastones muy largos", y otras
estupideces por el estilo fueron repetidas a coro por un grupo de loros
parlanchines, mientras contribuían como escudo humano a que doña Hebe violara
el mandato judicial que ordenaba su captura. El terrible agravante está dado
por la circunstancia de que muchos de esos porristas de la ilegalidad son
miembros del Poder Legislativo de la nación, funcionarios públicos que entre
todos contribuimos a mantener, como también lo hacemos con los choferes y los
custodios que fueron utilizados para sumar masa crítica a "resistencia popular".
No voy a intentar
ponerme en los zapatos de la ministra de Seguridad que, en plena vigencia de la
(luego retirada) orden de captura, debió ordenarles a los efectivos federales
que hicieran todo lo posible por no llevarla adelante. De allí la facilidad que
tuvo la octogenaria madre para eludir con una combi que transitó sobre la
vereda el accionar policial de decenas de efectivos que se sentían más cerca de
un sumario interno que de una medalla parecida a la que obtuvieron los que
detuvieron a José López.
Todo
patético, desde la sonrisa nerviosa de un juez que vaya a saber uno cómo hará
para volver a infundir respeto en sus dependientes actuales y de sus próximos
indagados hasta la seguidilla de apreciaciones de buena parte de la clase
política nacional. En forma válida tenemos los ciudadanos
comunes derecho a preguntarnos si para tomarnos el pelo se han puesto de
acuerdo o se van turnando.
Podar el árbol de la
puerta de nuestras casas, no colocarnos el cinturón de seguridad o sacar la
basura fuera de horario son actos que, de ser descubiertos, nos conducen
inexorablemente al pago de suculentas multas, a enfrentar a un inquisidor
abogado verificador, y hasta a la apertura de un sumario municipal, y no le
estoy diciendo, mi amigo, que ello esté mal.
¿Pero, en efecto,
vivimos en dos dimensiones diferentes? ¿Será que realmente son ellos y
nosotros, siendo ellos unos pocos y nosotros, casi todos? ¿Lázaro Báez es quien
dice que lo usaron de "preservativo"?
¿Lo dice ahora desde la celda o lo decía también cuando disfrutaba de sus
incontables mansiones, estancias y aviones? ¿Y a nosotros, entonces, de qué nos
estarán usando?
¿No siente, por
momentos, ganas de preguntar a gritos: "¿Qué
más quieren de mí?" Un día, una presidente mandó a su ministro Aníbal "al rincón y con bonete" por
confesar que tenía unos pocos dólares en su colchón. Meses después, su propia
hija, que nunca tuvo trabajo conocido, nos sorprende con más de cuatro millones
de verdes en su caja de seguridad. Nos desayunamos con bolsos que se pesan y
nos vamos a dormir con monjas que no son monjas y criptas que son bóvedas, y
mientras todo pasa ante nuestros ojos, pedimos permiso para pagar la luz, el
agua y el gas en cuotas, sólo para alargar la agonía.
Podrá decir, estimado
lector, con justa razón, que estoy mezclando todo con todo. Tiene razón, lo
hago porque así se nos brinda la realidad cada mañana, porque somos usted, yo y
algunos millones de argentinos los que debemos simplemente acatar, seguir la flecha,
portarnos bien, mientras vemos atónitos cómo "las chicas y los chicos malos" no la pasan para nada
mal, violando una y mil veces los semáforos en rojo de la vida misma.
Podemos esforzarnos
para no bajar los brazos, podemos animarnos y levantar la voz, podemos
enfurecernos hasta perder las formas, difícilmente a alguien le importe
ocuparse de una buena vez de esos seres menores, secundarios y prescindentes
(excepto a la hora de votar) que se llaman ciudadanos.
@fermorales40
NOTA:
Las imágenes no corresponden a la nota original.
[1] El autor es Capitán de Fragata
(RN), maquinista naval superior (veterano de guerra de Malvinas), licenciado en
Administración Naviera.
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