El país que lidera
Juan Manuel Santos logró enormes avances en materia de inclusión, a partir del
trabajo de la Agencia para la Reintegración. Cómo funciona y por qué parece una
fórmula para imitar
Por Silvia Mercado
@SilMercado
Mauricio Macri escucha atentamente a Juan Manuel Santos en una conferencia de prensa |
La Academia Sueca le
tendría que haber dado el Premio Nobel
de la Paz 2016 a la Agencia
Colombiana para la Reintegración (ACR), una organización que depende de la
Presidencia y viene desarrollando lo que su director general, Joshua Mitrotti, llama "una política de Estado robusta",
que se viene perfeccionando paso a paso, desde su creación original en el 2003
como Programa para la Reincorporación a la Vida Civil.
En ese momento
gobernaba Andrés Pastrana, que
imaginaba un plan para dos años, pero Álvaro
Uribe continuó y profundizó esa política, creando la Alta Consejería para
la Reintegración. En el 2011, Juan Manuel Santos creó por decreto la
agencia, con personería jurídica propia y presupuesto autónomo.
Desde el 2003 ingresaron
al programa 49.165 desmovilizados de la
guerrilla y las organizaciones paramilitares, de los cuales 90% tenían
afectaciones psicológicas severas, 75% eran analfabetos funcionales, 50% fueron
reclutados cuando eran menores de edad, es decir, son víctimas. Actualmente,
22.000 de los desmovilizados que pasaron por la ACR hicieron la escuela
primaria, 14.000 la secundaria, 2.800 tomaron educación superior y 500 son
profesionales. El 74% trabaja normalmente.
Entrevistado por Infobae TV, Mitrotti dijo que "la cárcel nunca es una solución,
además de ser más cara. En Colombia, el presupuesto de un preso es de USD6.000
al año, el de la reintegración USD1.900 al año, y tenemos probado un éxito del
76% de los desmovilizados, que con sus nuevas habilidades y competencias
adquiridas se incorporan a la vida en sociedad en forma sostenible y tienen la
capacidad de generar espacios de convivencia con su familia y el resto de la
comunidad".
Macri en Cartagena, adonde viajó por la firma del fallido acuerdo de paz (Presidencia de la Nación) |
Mitrotti vino a la
Argentina a participar del seminario Diálogos Globales que organizó el
secretario de Integración Federal y Cooperación Internacional, Iván Petrella, en la Casa Rosada, un encuentro que pasó casi
desapercibido pero que marcó como pocos el tono de este nuevo tiempo político: "¿Es
posible la convivencia después de la polarización?". Ese fue el
subtítulo de la convocatoria, pero había más preguntas. ¿Cómo lograr prácticas
de reconocimiento del otro y apertura hacia sus razones en sociedades
polarizadas por el conflicto? ¿Cómo encontrar puntos en común cuando chocan
cosmovisiones distintas? ¿Cómo reconocer la humanidad aún en el que parece no
querer reconocerla?
Al abrirlo, Petrella,
que es filósofo y experto en teología, dijo que el diálogo "es un desafío existencial,
no técnico", porque se necesita "coraje para encarar
conversaciones difíciles" y propuso "vivir nuestra democracia de una manera más ambiciosa",
profundizándola. "El diálogo no sea
el escape a posturas cómodas", dijo, porque se trata de "dar paso a algo nuevo, que incorpore
lo distinto".
El no habló de "reconciliación",
sin embargo, esa palabra se coló en los dos días de exposición de experiencias
y debates, donde -entre otros- hablaron Patricia
Balbuena, que se pasó 20 años promoviendo el caceo de justicia de las
poblaciones más vulnerables; Charles
Villa-Vicencio, director de la Comisión para la Verdad y Reconciliación que
que se confortó en Sudáfrica luego del apartheid, donde asesoró directamente a
Nelson Mandela y Desmond Tutu; Paulette
Regan, redactora principal del informe final de la Comisión de la Verdad y
Reconciliación de Canadá, que buscó saldar las heridas con los pueblos
originarios; y Najeeb Michaeel, padre dominico iraquí de gran
actuación allí donde el diálogo ya no es posible, preservando manuscritos del
siglo XI y XII ante la amenaza cierta de fundamentalistas del ISIS.
Al cierre, el
ministro de Cultura Pablo Avelluto
reconoció que no se habló de nuestra propia experiencia: "Buscamos dejar afuera ex profeso a la Argentina para que seamos
oyentes y dejáramos de pensar que lo nuestro es singular, porque hay infinidad
de experiencias como la nuestra".
Ram Krisham Singh Khalsa y Anibal Guevara (ambos en el centro) durante Diálogos Globales |
Justamente, en el seminario estuvo presente Aníbal Guevara, hijo de un militar que está preso en Marcos Paz con
prisión preventiva desde el 2006, condenado en primera instancia por cuatro
desapariciones cometidas en San Rafael, donde él estaba destinado. No hay
pruebas y sólo el testimonio de la mujer de un desparecido que asegura que
Guevara padre, que tenía 24 años en ese momento, fue el secuestrador de su
marido. El militar lo niega enfáticamente y exhibió pruebas para demostrarlo.
También estuvo el hijo de un desaparecido, Ram Krisham Singh Khalsa, sacerdote sikh argentino que le contó al hijo
del militar detenido que una vez estaba con su madre en la playa y que ella
reconoció al secuestrador de su padre. "Pero no tienen que hablar de
esto", le exigió su mamá y él cree que en ese comentario nació su
conversión religiosa, ya que se trata de un culto donde el silencio es la
práctica habitual.
A ambos los presentó la periodista y escritora Norma Morandini, quien, cuando le tocó a hablar, se refirió especialmente
a la experiencia de los hijos de los militares argentinos que armaron la
organización Puentes para la Legalidad con el objetivo de favorecer las
condiciones de igualdad democrática en la justicia y de dialogar con los hijos
de desaparecidos.
Pero la dolorosa grieta entre hijos de militares e hijos
de desaparecidos, ese diálogo que hoy parece imposible -aunque sin duda llegara
más pronto de lo que parece-, no es la única que existe en la Argentina.
Hay otra todavía
peor, porque no está corporizada en personas con nombre y apellido que puedan
hablar y reclamar frente a una cámara de televisión o ante un poder del Estado.
Nelson Castro la mostró con brutal claridad esta semana, reproduciendo imágenes
de jóvenes armados de 17 y 18 años de la
villa Carlos Gardel regodeándose con el delito y la muerte. Se trataba del
grupo que atacó la casa de Miriam Coppolillo, la mujer de Palomar que fue
asesinada en momentos en que salía a festejar el cumpleaños de su esposo.
"Estas personas viven en un estado presocial.
Es decir, ninguna de las normas que aplicamos para nuestras vidas son sus
normas", dijo Castro. Y agregó: "Hoy están presos. ¿Cuánto tiempo van a
estar en la cárcel? ¿10 o 12 años? Un día van a salir. ¿Saldrán mejor de lo que
están?".
Parece imposible que una Argentina que después de 33 años
de democracia no pudo saldar las heridas de la violencia de los 70,
pueda tener éxito en sacar a cientos de jóvenes de la violencia que nace en la marginalidad, el narcotráfico y el crimen más
o menos organizado. Sin embargo, urge poner manos a la obra con todo lo
pendiente porque las deudas internas son acuciantes y no hay ningún tipo de
posibilidad de que aún los más ricos y protegidos puedan vivir en paz si la
misma paz -y la armonía y la justicia social- no llega a los hogares más
humildes en la escala social.
La cuenta del debe es
inconmensurable en nuestro país, mucho más después de 12 años excepcionalmente
buenos que sólo beneficiaron a los que supieron sacarle ventajas personales al
Estado a través de la corrupción. Sin embargo, Colombia es la prueba de que las democracias, aún con altos y bajos,
avanzan si las mejores políticas son de Estado y se perfeccionan con la
inclusión de nuevos actores en los procesos más complejos. Como dice Petrella,
se necesita coraje. Y agrego: creatividad.
En diálogo con
Infobae, el colombiano Mitrotti
contó que la experiencia de la Agencia
para la Reconciliación empieza a ser estudiada en geografías sin guerrillas
pero con grietas sociales severas, como El Salvador y Río de Janeiro, donde
pandillas -o maras- adquieren cada vez más poder, sostenidas en la injusticia
social de sus sociedades y la incapacidad para generar condiciones de inclusión
a los jóvenes. Tal vez un programa similar en la Argentina pueda empezar a ser
explorado como vehículo de integración
sustentable de esos pibes que hoy no tienen nada que perder y no les genera
culpa matar. Es que nunca tuvieron empatía con la vida y sólo conocen la
violencia, la droga y la muerte. Si ellos no están adentro, ninguno de nosotros
lo estará. Y como en Colombia, sólo con la paz llegarán las inversiones.
NOTA:
El resaltado en color amarillo no corresponde a la nota original, solo pretende
llamar la atención sobre las graves consecuencias de la guerra revolucionario
de los años ’70… aún sin solución.
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