"Lo
siniestro es la irrupción
del horror en lo cotidiano".
Sigmund Freud
del horror en lo cotidiano".
Sigmund Freud
La sociedad parece
haber dejado atrás la preocupación por los problemas de la economía para
privilegiar la inseguridad, esa que todos los días cubre de sangre las páginas
de los diarios y las pantallas de los televisores, ligada estrechamente al
incremento geométrico del narcotráfico durante la larga noche kirchnerista.
Como sucede en muchos otros campos de la información, llama más la atención lo
que sucede en nuestro inmediato ámbito geográfico -el Conurbano, Rosario,
etc.-, algo comprensible si la propia Gobernadora bonaerense ha debido mudar su
domicilio a una base militar, que en el interior del país, donde también la
inseguridad y la droga están presentes y producen graves daños en el tejido
social.
Por eso resulta
necesario establecer dos escenarios, diferenciados por el tamaño de la
concentración humana. Porque una cosa es combatir esa plaga en las grandes
ciudades y otra, muy diferente, es hacerlo en las pequeñas poblaciones en las
que, como es sabido, todo el mundo se conoce y donde el delito adquiere otras
formas adicionales, como el abigeato. Voy a comenzar por éstas y, para ello, me
he puesto a pensar en algunas recetas que han sido probadas, con éxito, en
otras latitudes.
La ciudadanía,
unánimemente, vincula la inseguridad a la corrupción policial y su necesaria
complicidad con el delito, y a la ineficiencia y el "garantismo" judicial, que privilegia el amparo al
delincuente sobre su víctima. Entonces, ¿por qué no mirar alrededor e imitar
fórmulas eficaces para solucionar gradualmente el problema?
Los gobernadores
deben enviar a sus respectivas legislaturas sendos proyectos de ley para
reformar todo el sistema judicial y policial en el interior de sus provincias
y, una vez probado el éxito de las iniciativas, progresivamente acercarlas a
las ciudades de mayores dimensiones. Básicamente, se trata de copiar el sistema
que tantos beneficios han traído a los Estados Unidos con los "sheriffs", es decir, poner a
cargo de las comisarías de pueblos y ciudades pequeñas a civiles, domiciliados
en el mismo sitio y elegidos por el voto popular cada cuatro años. Las ventajas
que adoptar esta idea traerían aparejadas son obvias, porque el control sobre
la eficiencia de la actividad y la licitud del patrimonio del funcionario
serían controladas por sus propios vecinos.
Lo mismo habría que
hacer con los fiscales y los jueces de pequeñas causas, también electos por
iguales períodos entre sus mismos conciudadanos, ya que sumaría al beneficio de
la transparencia, la rápida descongestión de los juzgados de mayor cuantía, que
hoy se ven impedidos de ejercer eficazmente su actividad por la falta de medios
adecuados, espacio físico y personal.
El otro aspecto, como
dije, es la seguridad y la lucha contra el delito en las grandes
concentraciones humanas de todo el país. Para entender mi propuesta, que
seguramente encontrará resistencias principistas, es necesario reconocer que
estamos, literalmente, en guerra; hemos sido llevados a ella por la lucha entre
los diferentes carteles para hacerse de territorios de producción y consumo y
rutas para importar y exportar drogas, sean de origen natural o sintético. Y es
una guerra en la cual llevamos las de perder, porque esas organizaciones
disponen de cantidades tan siderales de dinero que les resulta extremadamente
fácil comprar voluntades en la política, en la Justicia y en la policía, amén
de permitirles acceder al armamento y a los medios de transporte más
sofisticados, obviamente muy superiores a los que disponen quienes se le
oponen.
El Gobierno se
encuentra ante una disyuntiva, la misma que acosó a sus homólogos de otras
latitudes: dónde utilizar a las fuerzas de seguridad federales, ¿cumpliendo sus
funciones específicas en las fronteras o masivamente enfrentando al delito en
el territorio? Creo que la opción ha dejado de existir, ya que la corrupción e
ineficacia de las policías locales se ha vuelto innegable y la sociedad así lo
percibe; para evitar el riesgo de contaminación, resultará necesario rotar al
personal, impidiendo su contacto permanente con los narcotraficantes locales.
Claro que eso
significa desguarnecer los lugares por donde la droga y el terrorismo -no lo
olvidemos, ya que sigue plenamente vigente- ingresan al país. Como se ve hoy en
numerosísimas países, es necesario desplegar en las fronteras terrestres,
aéreas, fluviales y marítimas a las fuerzas armadas, con todo su potencial y
con los equipos tecnológicos necesarios para encarar ese desparejo combate. Por
supuesto, antes habría que dotarlas de las leyes indispensables, tanto para
permitirles actuar con eficacia cuanto para garantizarles que no serán luego
perseguidos por cumplir sus obligaciones, como sucedió con aquéllos a quienes
la democracia convocó a defenderla y luego fueron encarcelados por hacerlo,
juzgados y condenados por los mismos terroristas a quienes habían vencido
militarmente.
Ya que construir
prisiones de alta seguridad, adecuadas para alojar a narcotraficantes,
violadores, corruptos y asesinos, resulta hoy una utopía presupuestaria, el
Gobierno debe convocar a una licitación nacional e internacional para que
empresas privadas se hagan cargo de hacerlo y de administrar la "hotelería", reservando a las
fuerzas penitenciarias -también rotándolas con frecuencia- exclusivamente la
seguridad. Naturalmente, habría que ubicar estas cárceles en zonas alejadas y
de difícil acceso -por ejemplo, la Patagonia central- e impedir, seriamente, la
utilización de medios de comunicación por parte de los internos, para evitar
que éstos continúen gerenciando desde ellas sus negocios ilícitos. Seré
criticado porque impediría la cercanía entre los detenidos y sus familias, pero
creo que no debemos privilegiar ese presunto derecho a la tranquilidad de la
sociedad entera, perdida por el accionar de los delincuentes.
Insisto en que el
Consejo de la Magistratura debe ponerse las botas, "desratizar" la Justicia (Fiscal Germán Moldes dixit) y
controlar de cerca a los jueces, para evitar que continúen ejerciendo su
ministerio quienes lo han utilizado para sostener cualquier proyecto político y
garantizar la impunidad de los corruptos o quienes se encuentren sospechados de
connivencia con el delito; una vez desplazada la penosa Procuradora General,
Alejandra ¡Giles! Carbó, idéntico procedimiento deberá aplicarse a los
fiscales.
Aplaudo el proyecto
de reforma que envió el Ejecutivo al Congreso, que impedirá el funcionamiento
de la puerta giratoria que tanto ha beneficiado a los delincuentes, en especial
durante la era Zaffaroni. Pero coincido con las críticas que se le formulan, ya
que su aplicación no podrá ser inmediata, precisamente por aquellas
dificultades que señalara la Dra. Servini y muchos de los fiscales.
Para terminar, todos,
todos debemos exigir a nuestros representantes que se sienten a la mesa de
discusión de una buena vez, y establezcan políticas de estado respecto al tema
de la inseguridad porque, como hemos visto en Colombia y México, si no lo
hacemos la guerra será prolongada y, sobre todo, enormemente costosa en vidas
humanas.
Bs.As., 8 Oct 16
Enrique
Guillermo Avogadro
Abogado
E.mail: ega1@avogadro.com.ar
E.mail: ega1avogadro@gmail.com
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