Para el progresismo
argentino queda mal criticar a Maduro. Así de leve. No sería bien visto.
Por Jorge Lanata
Para la mayoría de la
izquierda la democracia ha sido, en el mejor de los casos, un atajo cínico hacia el poder. En nuestra propia historia el
argumento de ejercer el derecho contra la opresión fue falaz: combatió
gobiernos democráticos como el de Perón y Cámpora, se organizó con grados
militares e intentó desarrollar una guerra que, a poco de empezar, quedó
sepultada por una represión militar enloquecida. Hacia adentro, la organización
de las sectas poco tuvo que ver con la libertad de pensamiento: se persiguió la
homosexualidad, se castigaba con cárcel del pueblo los “deslices” conyugales y se
fusiló tropa propia y ajena cuando lo consideraron necesario. La
contradicción señalada por Camus entre justicia y libertad como términos
antagónicos se volvió cada vez mas cruel: ¿Es necesario que para comer haya que
dejar de pensar?.
A lo largo del Siglo
XX la izquierda se enamoró del populismo aunque en muchos casos fue perseguida
por esos mismos gobiernos. En otros, esa admiración enferma los llevó a tratar
de coparlos desde dentro: los
montoneros queriendo enseñarle el peronismo a Perón. Como aquel viejo chiste
que remataba “una cosa es la joda y otra
es el laburo”: no hay conductas malas en sí, depende quien las sostenga.
Hay, para la izquierda, muertes buenas y muertes malas. Y hay también
disparadores que justifican la acción.
La intención
justifica la acción: se vive en un estado de guerra preventiva en el que lo que
la izquierda supone como intención del otro (aún no materializada) alcanza para
lanzar la primera piedra. No importa que
el otro lo haya hecho: importa que estemos convencidos de que quiere hacerlo.
Los sucesos de
Venezuela han vuelto a poner sobre el tapete esta enfermedad: para el
progresismo argentino queda mal criticar a Maduro. Así de leve. No sería bien
visto en las fiestas.
Para Daniel Filmus,
por ejemplo, el centenar de muertos en Caracas es comparable con “la represión del gobierno de Macri”, y
a las escenas de Pepsi Co, donde solo hubo heridos uniformados y cuatro
detenidos que ni siqiuiera eran del gremio que protestaba. Luis D’Elía, Ariel
Basteiro, ATE, la CTA, Nuevo Encuentro y otros adhieren a las muertes sin
chistar. Atilio Boron también provoca vergüenza ajena: le pidió a Maduro que “aplastara” a la oposición con el
ejército. La crítica literaria Beatriz Sarlo intenta ser más elegante -aunque
no lo logra- y le aclara a los Leuco que nunca fue peronista, confiesa que era
maoísta (y que a la vez, ignoraba lo que sucedía en China. ¿Se referirá a los
millones de muertos entre 1966 y 1976 en la Revolución Cultural?). Frente a la
repregunta “¿Lo de Maduro es una
dictadura?” Sarlo dice: ---Quizás es un problema técnico. Sí,es probable
que uno pueda decirlo.
¿Más de ciento
cincuenta mil exiliados venezolanos en Colombia, más de cien muertos y miles de
exiliados económicos y políticos en la región son un problema técnico?
Los organismos
internacionales divagan en zonas parecidas: discuten pronunciamientos inútiles,
himnos vacíos que les permitan seguir viviendo en sus oficinas de lujo. En diálogo
con Pablo Rossi el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti explicó parte
de esa conducta a la izquierda de su país: “Acá
en Uruguay la mitad del Frente Amplio no es demócrata, cree en la lucha de
clases, cree en un marxismo de otros tiempos. Muy curioso, porque actúa dentro
de los cánones tradicionales liberales. Pero ellos siguen opinando como si
estuviesen en Rusia en 1917”.
El jueves Loris
Zanatta, catedrático de la Universidad de Bolonia, observaba con lucidez el
tema y realizó la pregunta exacta. El examen que el caso de Venezuela le
plantea a la izquierda universal, pero latinoamericana principalmente, es: ¿Ustedes son verdaderamente democráticos o
lo son cuando les conviene?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!