Por: Jorge Milia
La última sesión del
Congreso, la del 26 de julio de 2017, quedará sin dudas, en la historia. No en
aquellas páginas que hacen reverdecer el orgullo de ser argentinos y que
memoran "los arquetipos y
esplendores" que celebraba Borges en uno de sus poemas famosos. Será
en esas páginas oscuras que quienes conserven algo de dignidad no querrían
haber leído y quienes la hayan perdido se encargarán de ocultar, ignorar, hacer
que la intelectualidad militante las impugne… o algo así. De una forma o de
otra, en un incierto futuro, aparecerán reiteradamente, acorde también a la
consigna del mismo Borges "sólo una
cosa no hay, es el olvido".
Somos una generación
desgraciada que entre todos los vestidos posibles eligió el de la hipocresía.
Nadie explica cómo la conciencia de los argentinos fue ensuciándose de a poco,
o de a mucho, pero, peor aún, pugnó por no reconocerlo por negar la culpa y
travestirse de víctima de sus propias perfidias.
No hay que ser muy
sagaz para reconocer todo esto. Quienes recuerdan al honorable Arturo Humberto
Illia, se cuidan –a fuerza de ser políticamente correctos– de recordar que él
fue quien dio la orden a la Gendarmería Nacional de terminar con la primera
guerrilla del país, en la selva salteña de Orán, donde en 1962 el comandante
Segundo (Jorge Masetti) y el capitán Hermes (Hermes Peña Torres) naufragaron
entre la naturaleza salvaje y las balas de los gendarmes, no sin antes matar a
uno de ellos y a varios obreros de la zona. No es bueno ponerse contra Illia
pero ¿cómo aceptar que mandó a reprimir a aquellos primeros jóvenes soñadores e
idealistas? Kirchner devolvió los restos de Peña Torres, como si fuera un
héroe, al gobierno cubano, y nadie reclamó diciendo que era un delincuente que
había atentado contra un gobierno constitucional.
El delirio
guerrillero de los setenta encrespó los pelos de la nuca de políticos y
gremialistas. Mientras los muchachos se dedicaran al empresariado esos
secuestros y asesinatos eran travesuras, pero cuando abrieron el juego
comprendieron que les podía tocar un premio de esa quiniela. La situación no
podía ser controlada por López Rega y la triple A, así reclamaron que la orden
de aniquilación a la guerrilla, dada por Isabelita iniciando el Operativo
Independencia, era una muestra de blandura y rogaron por un golpe. No solamente
rogaron, lo hicieron posible.
El audio del suspiro
de alivio que muchos exhalaron el 24 de marzo fue enorme. Una vez más los
militares interrumpían la democracia con el auxilio de los supuestos
demócratas, que les agradecerían efusivamente la operación para luego hacerlos
responsables. Un elemento inesperado trastocaría la historia: la guerra de
Malvinas. El desastre fue grande. La cúpula militar y su inhabilidad política
no solo perdió la guerra, perdió la derrota y con ello la capacidad de negociar
la salida.
Sepamos que las
páginas oscuras de la Historia Argentina no son solo el degüello por la nuca de
Marcos Manuel Avellaneda a manos de los federales, ni las diatribas de
Sarmiento al enterarse del asesinato del General Ángel Vicente Peñaloza
deseándole "que la tierra le sea
pesada". Las seguimos escribiendo. Nos indignamos con los militares y
sus métodos sangrientos sin los cuales quizá seríamos Cuba pero con muchos más
muertos, un millón y medio como prometía la guerrilla. Nos olvidamos de los más
de veinte mil que se calcula murieron por distintas razones con el "corralito" y los que nunca
podremos precisar por falta de asistencia con las "derivas" de fondos del kirchnerismo. Reclamamos por los
desaparecidos de la dictadura pero ignoramos los muchos más desaparecidos en
democracia, por las redes de trata, el narcotráfico y el delito en general que
en muchos casos, por financiar campañas políticas, han tenido zonas liberadas.
Y ahora carecemos de
actitud ante un cuarenta por ciento de los diputados nacionales que consideran
factible que un réprobo siga siendo parte de tan "honorable" cuerpo. Un cuerpo solamente es honorable si
lo son sus miembros. Lo que nos condena es nuestra naturaleza corruptible y la
propensión a la complicidad.
No tendremos ni
olvido ni perdón, no por un eslogan miserable de quienes han hecho de los
derechos humanos su negocio sino por la conciencia que invariablemente nos
acusa, porque si algo de dignidad nos queda, nos podremos ocultar de todo menos
de ella.
PARA
QUE ESTO NO SUCEDA MAS, 03/08, 18:00 HS. AL PALACIO DE TRIBUNALES
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