La próxima elevación
a los altares de monseñor Enrique Angelelli provoca una consternación
silenciosa.
Agustín De Beitia
@agustindebeitia
19.08.2018
Angelelli, celebrando misa bajo una bandera de la organización terrorista Montoneros |
"Dejadme ser pasto de las
fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios". San Ignacio de Antioquia.
Acaba de cumplirse un
nuevo aniversario de la muerte de monseñor Enrique Angelelli (1923-1976), con
la novedad de su pronta elevación a los altares. Desde que se anunció en junio
pasado que el papa Francisco había autorizado a promulgar el decreto que
reconoce su martirio, una consternación silenciosa se apoderó de muchos católicos.
Conviene detenerse en esa aflicción, que se expresó hasta ahora en forma
privada o, a lo sumo, se trasladó a algunos sacerdotes, para indagar en el
confuso momento que se vive hoy en la Iglesia.
El martirio siempre
fue el supremo testimonio de la fe. La prueba definitiva de aquellos que no
renegaron de la verdad incluso ante la muerte. En las actas de los Mártires,
nos dice el catecismo, la Iglesia recogió "con el más exquisito
cuidado" los recuerdos de quienes declararon su fe hasta dar la vida.
Pero, ¿puede Angelelli ser contado entre ellos? ¿Fue derramada su sangre
"por odio a la fe"?
Como todo argentino
sabe, y el papa Francisco también, la muerte del obispo de La Rioja se produjo
en un accidente automovilístico. Así lo entendió siempre la Justicia, que
revisó el caso numerosas veces, incluso en gobiernos constitucionales. Peritos,
fotos, evidencias, siempre apuntaron en ese sentido.
El vehículo en que
viajaban el obispo y su vicario, el entonces sacerdote Arturo Pinto, dio un
vuelco mientras ambos regresaban desde Chamical hacia La Rioja por la ruta
nacional 38, a la altura de Puerto de los Llanos, y el cuerpo del prelado salió
despedido.
Hubo un único testigo
del hecho, Raúl Nacusi, que estaba arreglando un poste de alta tensión. El
hombre dijo que vio cómo el vehículo se salió parcialmente de la ruta hacia la
derecha, avanzó con dos ruedas sobre la banquina, y en una maniobra brusca
-"como si el conductor se despertara", dijo-, giró a la izquierda
para volver al camino, ocasión en que reventó un neumático y volcó. Nacusi
nunca vio ningún otro vehículo en las inmediaciones.
De su testimonio
surge que quien iba manejando no habría sido el obispo sino el vicario, que
sobrevivió al incidente. La alegación contraria, esto es, que Pinto era el acompañante,
fue interpretada, igual que su falta de memoria, como un intento de encubrir su
presunta negligencia al volante.
Un exhaustivo trabajo
de investigación sobre la causa judicial y su desarrollo fue realizado por la
ex juez de Cámara Penal de Río Cuarto Silvia Marcotullio (disponible en http://centrodeestudiossalta.blogspot.com/2018/06/caso-angelelli-como-se-construyo-la.html).
DENUNCIA
La denuncia de
asesinato fue planteada en 1986 por fray Antonio Puigjané, el mismo que años
más tarde participaría del copamiento del regimiento de La Tablada. Se basa en
la versión de Pinto de que un automóvil blanco los estaba siguiendo.
Esa denuncia fue
desestimada por una Cámara de Apelaciones en 1990. Aun así, un tribunal de La
Rioja la readmitió en 2014 y la dio por cierta, sin que aparecieran nuevas
pruebas, testigos directos, y mucho menos los autores materiales.
La ex juez
Marcotullio, tras revisar los distintos procesos a los que fue sometido el
caso, y sopesar las dudas que se plantearon sobre el único testigo directo y
sobre los otros que dijeron haber visto después del hecho un vehículo como el
descrito, concluye que "no hay elementos de juicio ni siquiera con grado
de probabilidad de un hecho homicida".
Pero si aun se
quisiera tomar como hipótesis que hubo un crimen, que un vehículo los
persiguió, los encerró, y después uno o varios sicarios asesinaron solo al
obispo (dejando vivo a Pinto, una tesis absurda), eso probaría en todo caso un
móvil político, nunca religioso. De acuerdo a ese encuadre, el obispo habría
sido asesinado por oponerse a intereses políticos o económicos del gobierno de
facto.
Estas mismas
objeciones las expuso recientemente un editorial del diario La Nación, para
disgusto del hasta ahora administrador diocesano de La Rioja, Marcelo Colombo,
que había organizado una serie de actos en homenaje a Angelelli en el 42º
aniversario de su fallecimiento. El texto periodístico recordó además la
probada vinculación del prelado con la organización terrorista Montoneros y sus
homilías a favor de la subversión.
Los reparos que
genera la actuación pública del pastor son numerosos. El muy recomendable blog
Wanderer, que repasó hace poco la vida de Angelelli, mostró cómo éste llevó a
fondo las recomendaciones del Concilio y de Medellín, y cómo asumió e impuso en
su diócesis el pensamiento y la acción del Movimiento de Sacerdotes para el
Tercer Mundo. Una corriente que constituía ya una iglesia clandestina que
buscaba "instrumentar todo lo cristiano al servicio de una revolución
social de inspiración marxista", como lo advertía entonces el filósofo
católico Carlos Sacheri, quien sería asesinado por un grupo escindido del ERP.
María Lilia Genta,
hija de otro profesor católico acribillado por el mismo grupo subversivo,
Jordán Bruno Genta, cuenta todavía una anécdota más escalofriante sobre
Angelelli. Su pedido de "algunos fierros para armar a los muchachos",
formulada al capellán de Aeronáutica, Eliseo Melchiori. Algo que contó el
propio Melchiori y que sucedió en 1968, antes de que estuvieran constituidos
definitivamente los grupos guerrilleros, señal de la temprana afinidad del
prelado con la lucha armada.
EJEMPLO
No, Angelelli no fue
martirizado y no parece ser un ejemplo de santidad. Pese a los méritos que
pueda acreditar en su preocupación por los pobres, al elevarlo a los altares el
papa está proponiendo como modelo de vida cristiano y de virtud a un obispo que
ideologizó su fe. Pero, además, el Santo Padre está desvirtuando el significado
del martirio.
Por eso plantea una
serie de interrogantes que se proyectan hacia un horizonte sombrío. Porque lo
que aquí se considera no es ya una expresión privada de un sacerdote o del
mismo papa, sino de un acto magisterial.
¿Puede el magisterio
proclamar un martirio que no ocurrió? ¿Obliga ese decreto al asentimiento de la
fe? Es decir, ¿estamos obligados a creer los católicos que el de Angelelli fue
un crimen por odio a la fe? Y, en caso de no ser obligatorio, ¿qué
consecuencias se deducen de esto? Pero también: ¿por qué no haber estudiado el
martirio de Genta o de Sacheri, asesinados con armas de fuego mientras iban o
volvían de misa por subversivos que sí se burlaron de su fe?
Son las dudas de todo
católico consciente de su fe, desgarrado entre el respeto filial a los Santos
Padres en el que fue criado y la rebelión interior a la que ya se vio sometido
por otros actos magisteriales que minan la doctrina, las tradiciones e incluso
la verdad de la fe. Como sucedió con las exhortaciones apostólicas Evangelii gaudium,
donde se afirma que la Eucaristía "no es un premio para los
perfectos" (cap. I, V, 47), y Amoris laetitia, que admite el acceso a la
comunión a los divorciados vueltos a casar (cap. VIII), soslayando el pecado
mortal e incluso el sacrilegio que estas situaciones comportan.
Para dilucidar si es
infalible la proclamación de martirio, y la posibilidad de oponerse, consulté a
un teólogo confiable, identificado con el mundo tradicional, que no es
argentino. El momento actual de la Iglesia es tan absurdo, como otros han dicho
ya, que un sacerdote en comunión con Roma que quiere transmitir la enseñanza de
la Iglesia corre un riesgo, por lo que preservaré su nombre.
"Está claro
-respondió el teólogo- que elevar a los altares al obispo Angelelli es un acto
ideológico".
"Cuestiones
semejantes conciernen a la canonización de Pablo VI", añadió, para
enseguida aclarar que "las intervenciones del papa Francisco sobre este
terreno no son verdaderamente magisteriales".
"Después del
Concilio Vaticano II, la máquina magisterial ha sido de algún modo deteriorada
por la adopción de un magisterio pastoral, explicó. "Pretende ser una
enseñanza, pero que se da a priori como no infalible. De suyo, exige respeto
(Lumen Gentium, n.25), pero no el asentimiento de la fe".
"Amoris laetitia
-continuó- fue manifiestamente un acto de esta especie, como lo son las
canonizaciones y declaraciones de martirio".
"Pienso que es
por esta misma razón que uno está en su derecho de oponerse a la nueva
liturgia, que es de manera equivalente pastoral".
Ante la duda de si no
se corre el riesgo de caer en el protestantismo por oponerse al magisterio
papal, el teólogo responde que no. "Al contrario, es una suerte de
requerimiento hacia los órganos del magisterio: que nos enseñen con la
autoridad de Cristo".
Con todo, la
posibilidad de un repliegue y toma de distancia de las enseñanzas pontificias
no puede significar otra cosa que la existencia, ya hoy, de una suerte de cisma
informal, es decir, "dos iglesias" que conviven en el tiempo.
"Sí", respondió. "Cisma informal parece ser la expresión que
define, en efecto, nuestra situación. Lo que es más mortífero que un cisma declarado.
De hecho, muchos católicos no lo son hoy más que como credencial", añadió.
Vivimos tiempos
brumosos en que lo único seguro para no perder la fe será la doctrina y el
magisterio constante de la Iglesia.
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