Buenos Aires,
12 de noviembre de 2019
Sr. Director:
Cuando
hablamos de sistema, obviamente nos referimos al sistema democrático que nos
gobierna al igual que el de los países de la región. Y cuando decimos que ha colapsado
es porque tal afirmación surge casi como una conclusión excluyente de lo que
está ocurriendo en varios países de Latinoamérica.
En efecto, por más que a los defensores del sistema
les cueste aceptarlo, la raíz del problema no hay duda que está en el mismo
sistema. Y esto es así porque el sistema partidocrático en Latinoamérica, es un sistema corrupto que está integrado
por políticos corruptos, de ahí que todo lo que se genere a partir de esa situación,
estará viciado de corrupción. Lo hemos expresado a través de los años en diferentes
cartas de lectores, artículos y libros: vivimos en una democracia corrompida y
degenerada. Y afirmamos estos conceptos
fundamentados en que la misma no procura el bien común sino la lucha por el poder
y el bien del partido y de sus integrantes que terminan todos enriqueciéndose
en detrimento del pueblo que es pauperizado socialmente, quedando a la deriva o
lo que es peor, en manos de organizaciones sociales que promueven el caos y la
liquidación de la nación.
Se me dirá en
contra de lo que estoy desarrollando que lo que está ocurriendo hoy en la
región es, nada más ni nada menos, que la acción insurreccional de lo que los manuales
definen como “Guerra Social” y que la
misma nada tiene que ver con el “sacrosanto”
sistema democrático, y yo contesto que, en efecto estamos ante acciones insurreccionales de la Guerra Social, pero no es
cierto que la democracia corrupta no tenga nada que ver con tal situación…
todo lo contrario. La democracia corrompida
y degenerada que en lugar de producir Bien Común produce injusticias,
desigualdades sociales, enriquecimiento de la clase política, impunidad para
los delitos en cargos públicos, una justicia prevaricadora subordinada al poder
político que avala, protege y libera a delincuentes terroristas y persigue a
las Fuerzas del Orden, políticas inmorales de falsas ideologías, etc., más
tarde, o más temprano, terminará colapsando en forma violenta como está
ocurriendo en la actualidad. No por nada SS Juan Pablo II nos dijo que, “cuando una democracia se aparta de los
valores cristianos, tiende a degenerar hacia el autoritarismo”…
Y dicho esto,
muchos son los compatriotas que ante el descalabro general del sistema
democrático que se observa en la región, se preguntan: “¿y después de esto qué?”. Y al respecto no son pocos los
comunicadores sociales, políticos, intelectuales y gente común que responden
con la remanida frase: “de esto se sale
con más democracia”… y es así como nos va.
Lo concreto y real es que ha llegado el momento de
encontrar la medicación para la enfermedad que el mismo sistema nos ha
contagiado. Es el momento de propuestas constructoras, positivas, ya basta de diagnósticos.
Y en tal
sentido, recurrimos a la postura oficial de la Iglesia y a su Doctrina Social,
que acepta a la democracia como una de las formas de gobierno junto con la
aristocracia y la monarquía. Pero nos advierte que no es la única y excluyente
aunque el mundo moderno la haya adoptado como tal, y que cada pueblo, por sus
características, idiosincrasia, cultura, o simplemente forma de ser, debe encontrar
cuál de las formas de gobierno aceptadas como tales, o la combinación de ellas
es la que más contribuye a la justicia y el desarrollo del bien común. Una
forma de gobierno puede resultar perfecta en un determinado país que privilegia
las instituciones y un fracaso en otro donde lo que prima por sobre todas las
cosas es el hombre, el conductor, el líder.
Más allá de cuál sea la forma de gobierno elegida,
desde el punto de vista ético y moral, la misma debe propender a la justicia y
el logro del bien común.
Y en cuanto a
la representatividad, resulta oportuno recalcar que rechazamos el concepto de
los partidos políticos como único medio de representatividad, proponiendo a ese
respecto, un sistema de participación de los cuerpos intermedios que existen
entre la familia y el estado, que así asegure un mayor y más genuino grado de
participación, que defienda los intereses de todas las estructuras posibles que
conforman el cuerpo social y a la vez sirva para controlar, más eficientemente,
cualquier intento de corrupción.
La forma de
gobierno tomada de la clasificación Aristotélica, será una combinación de las
mismas según los niveles y grados de autoridad. Así podemos decir que la representatividad
propuesta comenzará desde abajo (la familia), hacia arriba (el estado),
eligiéndose los representantes mediante elección democrática por rama de actividades
o asociaciones entre pares que se irán seleccionando según los niveles (barrio,
municipio, provincia, región), para conformar finalmente un gran consejo (aristocracia),
que finalmente elegirá, otra vez, entre los pares, la máxima autoridad política
que encabezará el gobierno (gobierno de uno equivalente a monarquía). Los
distintos niveles ejercerán la representación de sus representados quienes
también podrán quitarle el mandato si no cumplieran eficientemente con el mismo
o hayan cometido algún acto de corrupción.
Sin dudas que
estando el hombre en el medio de todo el sistema propuesto y siendo él el
objeto principal del mismo, no se puede pretender que este sea un sistema perfecto
e incorruptible, pero sí se puede
asegurar que, siendo el grado de representatividad algo legítimo y real en el
cual participan todos los sectores elegidos por sus propios pares, la
corrupción resultará más fácil de controlar. Hemos probado con el
liberalismo y el socialismo en sus diferentes variantes… ¿por qué no probar con
un verdadero Orden Social Cristiano?
¡Por Dios y
por la Patria!
Hugo Reinaldo Abete
Ex Mayor E.A.
NOTA: Las imágenes
y destacados no corresponden a la nota original.
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