POR
JORGE P. MONES RUIZ 21.03.2020
A lo largo de la historia universal
diferentes tipos de acontecimientos, generalmente de gran magnitud o
trascendencia, han provocado cambios sustanciales en las sociedades o motivaron
en ciertos casos la desaparición de algunas de ellas. Han sido de naturaleza
política, filosófica, religiosa, social, cultural, económica, militar,
científico-tecnológico, e incluso moral.
Desde
la Prospectiva denominamos a esos acontecimientos ‛drivers’ o “hechos portadores
de cambio o de futuro” (v.g.: el ataque a las Torres Gemelas en 2001 puede
considerarse uno de ellos).
Podemos
citar también otros ejemplos, como ciertas guerras, descubrimientos
(geográficos y científicos), aparición e influencia mundial de líderes
políticos y religiosos, ciertas doctrinas políticas, etc. Algunos pueden
calificarse como nuevos paradigmas que marcaron el fin de una civilización o
cultura y el comienzo de otras eras o edades históricas.
El
nacimiento de Jesús (la historia etaria se divide antes de Él y después de Él,
al menos en Occidente), la caída del Imperio Romano, el descubrimiento de
América, la Revolución Francesa, la Segunda Guerra Mundial y el uso de la bomba
atómica (energía nuclear), la conquista del espacio, la aparición de la
computadora e internet, la caída del muro de Berlín y el colapso de la ex URSS,
entre otros, fueron drivers que, en algunos casos, permitieron el desarrollo y
progreso espiritual y material de los seres humanos. Otros no tanto. Pero en
todos los casos marcaron el comienzo de nuevas etapas o ciclos históricos.
TREMENDO CONTRASTE
Observamos
en los últimos años el contraste del avance científico con la decadencia moral.
La era del conocimiento, la medicina, la alimentación y nuevos hábitos han
logrado, paulatinamente, mejorar la calidad de vida de las personas y aumentar
su expectativa. Sin embargo, las guerras no convencionales, el relativismo
moral, la droga, las políticas abortistas y de ideología de género y la
eutanasia, más nuevas modas, atentan sensiblemente contra la superación
espiritual, trascendente y humanista de las sociedades, sumiendo a éstas en un
futuro incierto e impredecible y en ese inmanentismo individualista que
caracteriza al hombre posmoderno.
A este cuadro de situación podemos
agregar que durante milenios “el caballo
bayo del cuarto jinete del Apocalipsis” marcó fuertemente a la humanidad:
la muerte y la peste.
La
peste negra europea (siglo XIV), la viruela (XVIII), la fiebre amarilla (XVI y
otros), la gripe española (1918/1920), el sida (finales del siglo XX), y otras
calamidades del mismo tipo, azotaron pueblos y etnias, provocando millones de
muertes y estragos en el mundo conocido según la época.
Estamos
en el siglo XXI, y desde hace tres o cuatro meses la angustia, la ansiedad, el
miedo, cuando no el pánico, comenzó a apoderarse de la sociedad global, hoy más
vinculada que nunca gracias a los medios transporte, de comunicación y las
redes sociales. Un bichito chino llamado coronavirus comenzó a propagarse por
todos los rincones de la Tierra y su presencia la sentimos todos, sobre todo
virtualmente a través de la TV, la radio, las computadoras y nuestros
celulares.
Recluidos
en nuestros domicilios, nos saturamos con reportes preocupantes de la prensa
mundial referidos a esta inquietante abominación pandémica. Día a día crece la
cantidad de infectados y muertos por esta nueva enfermedad. Las principales
ciudades del mundo muestran una extraña desolación.
Luchando
contra el tiempo son plausibles los esfuerzos para evitar contagios y que la
peste se propague, mereciendo particular admiración el denuedo de los médicos y
enfermeras con los pacientes y el ahínco de los científicos en las
investigaciones para descubrir la vacuna que permita minimizar los efectos del
virus o neutralizarlos y, finalmente, salvar a la humanidad.
En
estas circunstancias de crisis no deja de llamar la atención que muchos
gobiernos, propiciantes del aborto, hoy se muestren preocupados y angustiados
porque sus países sufren terriblemente el flagelo de la enfermedad oriental.
Olvidan que no tuvieron los mismos sentimientos humanistas cuando legislaron o
promulgaron leyes que condenan a muerte a las víctimas más inocentes e
indefensas: el niño por nacer.
Son
los mismos que auspician y oficializan políticas de género (ideología mediante)
erogando ingentes sumas de dinero provenientes de organismos y organizaciones
internacionales, para satisfacer fantasías o problemas cognitivos de algunos
desquiciados que se autoperciben como lo que no son, según Natura. ¿Creerán
ahora, esta clase de individuos, que perteneciendo algunos de ellos a la
población de riesgo (más de 60 años de edad) podrían salvarse frente al
coronavirus autopercibiéndose como un joven de 20 años?
Considero humildemente que esta peste
marcará profundamente a la humanidad. Ya nada será igual.
¿Y DESPUES QUE?
Me
pregunto tratando de reflexionar y discernir
escolásticamente:
· ¿Será
la última pandemia, o vendrán otras? ¿Qué consecuencias traerá desde el punto
de vista político a nivel global? ¿Colapsarán regímenes o sistemas políticos y
económicos? ¿Estaremos frente a nuevas relaciones de poder? ¿Las fronteras
serán las mismas?
· ¿Qué
pasará con las deudas externas, los mercados y las finanzas a nivel mundial?
¿Qué nuevas amenazas o riesgos sobrevendrán? ¿Qué pasará con las migraciones
legales o no?
· ¿Qué
nuevos elementos, materiales, minerales, espacios geográficos modificarán o
conservarán su valor económico y/o geopolítico?
· ¿Se
modificarán las escalas axiológicas, creencias religiosas y de otro tipo?
· ¿Presenciaremos
la instalación de nuevos líderes, formas de liderazgos y roles? ¿Las
instituciones serán las mismas, con las actuales funciones? ¿Se modificarán las
actuales estructuras y relaciones sociales?
En
fin... pertenezco al segmento de la población de riesgo. No quiero
autopercibirme como un joven de 20 años y pretender salvarme, ya que no creo
que el bichito con corona entienda eso del berrinche de las construcciones
sociales o culturales para cambiar la identidad y, además, porque aspiro, con
humildad, otro tipo de Salvación.
Ergo, debo recluirme en mi casa y
tratar de encontrar alguna respuesta a las preguntas mencionadas, con la ayuda
siempre presente de mi mujer y sin temor a contagios por compartir con ella el
mate amargo.
Licenciado
en Estrategia y Organización y ex Mayor del Ejército Argentino
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