Por Vicente Massot
Si el crimen de Fabián Gutiérrez se analiza dejando de lado todo preconcepto ideológico —lo cual no resulta cosa fácil en un país tan cargado de odios— es menester descartar de cuajo la idea de que los responsables del hecho pudieran ser sicarios contratados por el kirchnerismo. Es cierto que, por las características del tema, la nunca resuelta muerte de Alberto Nisman salta como un resorte escondido y, en un santiamén, se adueña de la mente de los argentinos. El efecto que obra la sombra del ex–fiscal revoloteando en el asunto es el de empañar la objetividad que hace falta para no ceder a la tentación conspiracionista.
Nadie que desease eliminar a un testigo
calificado de la causa en la que se encuentra involucrada la flor y nata del
colectivo K, y pudiera actuar con impunidad, demostraría tamaña incompetencia a
la hora de acometer la empresa. El homicidio ha sido perpetrado por un conjunto
de perversos —sin duda— pero a la vez principiantes, que dejaron huellas por
todos lados. Se parecen más a los protagonistas de Fargo —ese excelente film de
los hermanos Coen— que a un equipo de killers de nivel.
Bien, el kirchnerismo no tuvo arte ni parte
en el asesinato. Lo cual no quita que todos aquellos testigos que, en años
pasados, declararon ante el fiscal Carlos Stornelli y el juez Claudio Bonadio
en la causa de los cuadernos, hoy estén preocupados, en el mejor de los casos,
o lisa y llanamente aterrorizados, en la peor de las hipótesis. ¿Qué pueden
pensar en estos momentos Oscar Centeno, Colmenares y tanto otros respecto de su
seguridad personal? ¿Acaso no es lógico que sientan miedo merced a la impunidad
que existe en la Argentina? Al fin y al cabo, Fabián Gutiérrez había sido sólo
uno en la larga lista de arrepentidos que pusieron a la actual vicepresidente
en la mira de los jueces.
Más allá del homicidio, y como no podía ser
de otro modo, la cuestión se politizó desde sus comienzos. Ni bien echó a
correr el rumor de que el ex–secretario de Cristina Fernandez había
desaparecido, las versiones acerca de lo que podía haberle ocurrido ganaron el
centro de la escena y ya no la abandonaron. En semejante contexto, el PRO hizo público
un documento que indignó al gobierno. Si se lo lee con cuidado, el texto —duro
por donde se lo mire— fue de todas maneras tímido comparado con las acusaciones
que en su momento el kirchnerismo enderezó contra la administración macrista, a
propósito de la muerte de Santiago Maldonado. La vehemencia con la que Alberto
Fernández respondió a sus opugnadores demuestra hasta qué punto los ánimos
están caldeados y los rencores de unos y otros se hallan a la orden del día.
En realidad, la responsable excluyente del
alegato opositor —Patricia Bullrich— no pidió permiso ni realizó una extensa
ronda de consultas en su partido antes de salir al ruedo. Todo hace pensar que
actuó por las suyas en atención a que si ponía el escrito a discusión, todavía
estarían debatiendo sus considerandos. Pocos días atrás, la actual presidente
del PRO había redactado un primer borrador respecto del escándalo que envuelve
al que fuera, hasta diciembre del año pasado, el aparato de inteligencia
macrista. Lo hizo circular entre los principales integrantes de la agrupación y
fueron más las objeciones que recibió que los acuerdos. Dos veces no tropezaría
la vehemente ex–ministro de Seguridad con la misma piedra. Cornejo —que en
punto a no andarse con vueltas, le va en zaga— decidió acompañarla con unas
declaraciones que erizaron la piel del jefe de estado. Al margen de las
disidencias que arrastran acerca del futuro rol de Mauricio Macri en la
jefatura de la coalición a la que pertenecen, coinciden cuando se trata de
torear al gobierno.
Que se sepa, Horacio Rodríguez Larreta y
María Eugenia Vidal fruncieron el ceño cuando lo leyeron. Los dos —más unidos
que nunca— no terminan de conciliar posiciones y pareceres con Patricia
Bullrich. No obstante, como es una pieza fundamental en el tablero diseñado por
Macri, y como además nadie está en condiciones de pelearse abiertamente sin
hacerle un favor de proporciones al oficialismo, se cuidan de ventilar sus
diferencias en público. Sobre todo el jefe del gobierno de la capital federal
que tendrá, dentro de diez días, poco más o menos, que dar una batalla de
importancia. La misma nada tiene que ver con Patricia Bullrich, Fabián Gutiérrez,
ni tampoco con Gustavo Arribas y Silvia Majdalani.
Llegados a esta instancia de la cuarentena
no es un secreto para nadie que entre la situación sanitaria del Gran Buenos
Aires y la de la ciudad autónoma existe una asimetría notable. Está claro que
el AMBA no es una creación burocrática y, por lo tanto, ha tenido sentido que
durante tantas semanas Axel Kicillof y Horacio Rodriguez Larreta, muchas veces
haciendo buches y hasta tragándose sapos —más el del PRO que el gobernador
cristinista— marcharan juntos. Sin embargo, luego de tres meses y medio de
encierro las diferencias de uno y otro conglomerado urbano se hacen notorias.
Salta a la vista que, mientras la gravedad de la pandemia crece en la geografía
que administra el Frente de Todos, en el feudo del PRO tiende a atenuarse.
Razón para que el Lord Mayor de la capital deba tomar una decisión que, si de
un lado será bienvenida por la mayoría de los porteños, del otro lado del
Riachuelo puede disparar un cortocircuito de bulto.
Los pronunciamientos de las autoridades de
la capital, efectuados en el curso de los últimos días, solo pueden entenderse
de una manera: preparan el terreno para el anuncio de una flexibilización
considerable después del 17. No tendría sentido que tanto el jefe del gobierno
como su ministro de Salud Pública levantaran la voz y dijeran lo que todos
hemos leído —de una probable vuelta a la fase 3— para terminar agachando la
cabeza y dar la impresión de que Alberto Fernández los lleva de las narices. El
amesetamiento de la curva de contagios —si se confirma como tendencia— no le
dejará a Rodriguez Larreta otra opción frente a los habitantes de la ciudad.
Pero en La Plata, el lunes, el gobernador disparó con munición de grueso
calibre: “Hay más contagios en la capital
que en la provincia por cada 100.000 habitantes”. No hay que hilar fino
para saber a quién estaba dirigido el misil.
Kicillof en mucha mayor medida que el jefe
del gobierno autónomo enfrenta una situación gravísima no sólo en términos
sanitarios sino también sociales. Casi al mismo tiempo que hacía la comparación
antes señalada, uno de los intendentes emblemáticos del Gran Buenos Aires,
Mario Ishii, lanzaba este pronóstico alarmante aunque realista: “Para fines de agosto, vamos a estar como en
2001”. Si lo hubiese dicho su par de Lanús, sobre él hubieran llovido las
acusaciones de tirabombas, tremendista o desestabilizador. Pero el capanga de
Jose C. Paz es un peronista de tomo y lomo al cual llenarlo de insultos seria
como pegarse un tiro en el pie. Entre otros motivos, porque Ishii no hace las
veces de un llanero solitario. Muchos de sus pares justicialistas, aunque se
cuiden de vocearlo a los cuatro vientos, piensan lo mismo.
FUENTE: https://prensarepublicana.com/un-asesinato-digno-de-fargo-por-vicente-massot/
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