“Si quieres hacer la paz,
no hables con tus amigos;
habla con tus enemigos”.
Moshé Dayam
La destitución del, ahora, ex Presidente Lugo por el Congreso de la República del Paraguay,
más allá de la velocidad impresa al trámite legislativo –idéntica a la que usa
el oficialismo aquí para aprobar, en trámites express, todos los proyectos del
Ejecutivo- ha sembrado una profunda inquietud en las pseudo democracias, todas
ellas delegativas, de América del Sur. Los gobiernos de Venezuela, Ecuador y la
Argentina, acompañados por una declaración retórica de Brasil, vieron como se
afeitaban las barbas de su vecino y correligionario, y pusieron las propias a
remojar.

Porque, a despecho de la intencionalidad política de
quienes dicen encarnar proyectos similares al “socialismo del siglo XXI” del decrépito
papagayo caribeño, en el Paraguay no
hubo “golpe” alguno sino que, muy por el
contrario, fueron las propias instituciones de la Constitución las que pusieron
fin a una aventura encarnada por un solo
hombre, sin partido y sin apoyo. Como sucediera en Honduras, donde el Presidente fue destituido por desobedecer
una sentencia de la Corte Suprema de su país, que inmediatamente fue castigado
con el aislamiento por estos mismos “neo-ofendidos”.
Para curarse en salud, recordemos, el inefable Correa “vendió” (y sus
hipócritas colegas “compraron”) como
golpe de Estado una mera huelga policial en reclamo por mejoras salariales, y
consiguió que sus pares activaran las cláusulas regionales de protección a la
democracia.
Porque lo que vimos esta semana en Asunción
es, tal vez, la reacción civilizada y constitucional de los pueblos de América
ante los desmanejos de quienes, mesiánicamente, se sienten dueños y señores de
sus destinos.
En un mundo globalizado, que no tolera ya los golpes militares, parece haberse
encontrado un nuevo camino, y los que enarbolan sus mayorías electorales para
usufructuar del poder lo saben. El refrescante tereré puede expandir sus
efectos y eso, claro, les preocupa sobremanera.
Si las informaciones de que dispongo son verídicas, doña Cristina se habrá convertido, una
vez más, en el hazmerreír internacional: con bombos y platillos, el Gobierno
anunció el retiro de su Embajador en
Asunción, Rafael Romá; sin embargo,
mis amigos paraguayos me dicen que éste se había despedido, con un gran
cocktail y muchos agasajos, hace ya dos meses, y que la representación
diplomática está, desde entonces, a cargo de un encargado de negocios. ¿Ese
personaje notable, don ex Twitterman,
no habrá tenido ocasión de informar a doña
Cristina ese “pequeño” detalle?
En la Argentina, por otras vías y diferentes razones,
también parecen haberse activado mecanismos nuevos, que señalan que se están
juntando, en la vereda de la protesta, actores de todos los géneros. Viejos
aliados del kirchnerismo prebendario, organizaciones sociales excluidas del
calor de las billeteras gubernamentales, partidos políticos cuyas cúpulas han
dejado de interpretar a sus afiliados, sindicalistas expulsados de los
despachos oficiales, nuevas conducciones combativas de gremios
tradicionales, honestos ciudadanos que
ven como la inflación destruye sus ingresos, individuos hartos de la
prepotencia oficial, víctimas de la creciente inseguridad, chacareros cansados
del permanente expolio, recientes descubridores de la corrupción oficial, gente
indignada ante el ejercicio de la
Presidencia por un notorio delincuente, peronistas de la vieja guardia desconformes
con sus juveniles remplazos, gobernadores e intendentes con las arcas vacías
por la voracidad de la Casa Rosada, industriales con problemas de importación y
exportación, ahorristas esquilmados y limitados por medidas que desconocen, y
simples hombres y mujeres de la calle repugnados hasta por el innecesario y
obsceno gasto en el traslado del hijo presidencial, convergen con los renacidos
“caceroleros” para generar un ruido
político que no se oía en el país desde hace años.
El 31 de octubre
de 2010, en una nota a la que titulé “Muchos
muertos en uno”, inserté dos párrafos que, a la luz de la agitada semana
que hemos vivido y de lo que promete la próxima, resultan casi proféticos: “Porque lo cierto es que, esa mañana, en el
Calafate, murieron muchas personas a la vez: el marido de doña Cristina, el
jefe político de la Presidente, el padre de Máximo, el Presidente del PJ
oficial, el verdadero ministro de economía, el real presidente del Banco
Central, el Secretario General de UNASUR, el conductor de la diplomacia
nacional, el dueño de los negocios non sanctos, el jefe de los testaferros, el
árbitro equilibrista entre tantos sectores con fuerzas contradictorias y
enemistadas” y “Pero, como dije, lo
que hoy más me preocupa es el reemplazo en la administración de los conflictos
entre las distintas alas del kirchnerismo que, con toda lógica política,
comenzarán a disputarse los espacios de poder, y de dinero, a partir de mañana
mismo”.
Desde la muerte de don
Néstor (q.e.p.d.), la señora
Presidente ha perdido esa capacidad de arbitrar y componer con que su marido dotaba al Gobierno. E inició una
purga, a la que se puede calificar sin pudor como “stalinista”, para desprenderse de quienes fueran los principales
adláteres de Kirchner. Así, pasaron
a llorar más sentidamente ese fallecimiento personajes tales como don Alberto Fernández, don Rudy Ulloa Igor, don Hugo Moyano, don Julio de
Vido, don Ricardo Jaime, don Claudio Cirigliano, don Enrique Eskenazi, don Anímal Fernández, y muchos otros
ahora ex amigos del poder o, directamente, testaferros y socios de éste. Doña Cristina ha optado por encerrarse
en un círculo cada vez más pequeño, que comanda el Chino Zanini, desde el cual las órdenes bajan hacia los radios que
emergen del núcleo central de esa rueda.
El sobrenombre de quien está detrás del trono no es
gratuito. Ha abrevado en el maoísmo, y pretende reproducir aquí lo que los
líderes chinos han logrado allá: una nueva forma de capitalismo, conducido y
digitado por quienes disponen del poder político irrestricto que el Partido
Comunista ha conservado y engrandecido en los últimos años. Sin embargo, el
fracaso económico, producto de la torpeza y de la ignorancia de los llamados a “profundizar” el modelo, hará que todos
sus esfuerzos terminen en la nada, si nos olvidamos del enorme costo que habrá
implicado esa tentativa para el país.
Porque, convengamos, la peor herencia del
cristi-kirchnerismo será la multitud de pobres –casi el 20% de la población de
la Argentina- que, literalmente, comen todos los días con los diferentes
subsidios que este Estado clientelista les entrega y que ya resultan
impagables. ¿Cómo y qué hará el sucesor de la Presidente para desactivar esa bomba de tiempo que,
irremediablemente, amenazará con estallar en forma inmediata? Se trata de
ciudadanos que, ya por generaciones, no trabajan ni han trabajado nunca, y que
no están preparados para acceder al mercado laboral.
Es cierto que la inflación, tan negada por el oficialismo
a pesar de ser la verdadera madre de todos los problemas económicos que nos
afligen, ha ido carcomiendo y deteriorando el poder adquisitivo de esos
subsidios y planes, haciendo caer a sus beneficiarios en la miseria. Sin
embargo, son muchas bocas que habrá que alimentar, cuando ya no es posible
recurrir al viejo método de hacer trabajar la maquinita de imprimir pesos, mal
que le pese a Ciccone y a sus fantasmales dueños.
El “modelo de
inclusión con matriz diversificada”, ampuloso nombre dado a este fracaso
por sus cultores, dejará este legado al próximo
ocupante de la Casa Rosada, después de diez años de un crecimiento inédito
del país. Se trata, como tantos otros derivados de la gigantesca corrupción de
este gobierno, de un verdadero crimen de “lesa
humanidad”, ya que reúne todos los requisitos que el Estatuto de Roma, que
creó la Corte Penal Internacional y definió esta figura en 1998 -pero el
Gobierno y los Tribunales argentinos usan retroactivamente para condenar a los
militares que combatieron a la guerrilla en los 70’s-, utiliza para
describirla.
El miércoles, la Plaza de Mayo será testigo de la batalla
inicial de una verdadera guerra cuyo final estamos lejos de prever. Doña Cristina, tal vez por estar
pésimamente asesorada por su mesa chica, perderá poder real en cualquiera de
los escenarios; es decir, que don Camión
siga al frente de la CGT o que ésta
se parta en cuatro o cinco centrales sindicales diferentes ya que, entonces,
los diferentes líderes competirán entre sí para obtener beneficios para sus
afiliados y prebendas propias, aumentando la conflictividad social en un
momento en que, además, la ciudadanía le ha perdido el miedo a la Presidente. Tanto como lo han comenzado
a perder los parlamentos y los tribunales ante los dictadores disfrazados de demócratas en América del Sur.
Argentina, un país totalmente a la deriva,
sigue siendo un lugar en el que sus habitantes son perennemente niños ya que,
todos los días, se recupera la capacidad de asombro.
Bs.As., 24 Jun 12
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