“Después del Golpe del 76 hubo dos clases:
los que se exiliaron fuera del país y
los que se exiliaron en el sur argentino a lucrar con la 1050”.
Hugo Moyano
Fue una frase dura. Se refería a los Kirchner y salió de la boca de Hugo Moyano en lo que fue el primer paro del sindicalismo peronista contra el kirchnerismo. Cristina, en tanto, hablaba sobre los puercos en San Luis, haciendo de cuenta que nada pasaba, restándole relevancia a un suceso de suyo importante e inédito que ponía de relieve algunas lindezas del “modelo nacional y popular”... como por ejemplo, que a un camionero el Estado le roba más de dos mil pesos mensuales a través del impuesto a las ganancias para financiar vaya uno a saber bien qué. Quizás los billetes de Ciccone, quizás los vuelos de Máximo en el Tango 01, quizás el déficit de Aerolíneas Argentinas. Nadie lo sabe con certeza.
Lo que insinuó Moyano respecto a las actividades nada revolucionarias de Néstor y Cristina en el sur, es algo que se viene insinuando desde diversos sectores cada vez con mayor frecuencia: que en los `70 los Kirchner lejos de batallar contra el Proceso huyeron al sur para hacer dinero; que lo suyo es el fanatismo propio de los valientes tardíos; y que son, en definitiva, unos farsantes que construyeron una rentable bandera política manipulando sucesos históricos de los cuales no fueron protagonistas ni partícipes.
Néstor y Cristina,
en rigor de verdad, tuvieron un tibio acercamiento a la militancia de la
Tendencia Revolucionaria antes de 1976 en La Plata, no como militantes activos,
sino como meros periféricos. Él era simpatizante de la Federación Universitaria de la Revolución Nacional; ella del Frente de Agrupaciones Eva Perón. Se
podría decir que, jerárquicamente, eran aún menos que aquellos que se los
reconocía bajo el mote de “los perejiles”
(montoneros embrionarios). Y tanto fue así, que ni bien el panorama se puso
feo, y recibido Néstor de abogado,
la pareja decidió alejarse de los problemas y comenzar una nueva vida en Río
Gallegos.
Las cosas marcharon muy bien en el sur. En efecto, para
1978 el matrimonio ya tenía su propio estudio jurídico, ubicado en la esquina
de 25 de mayo y Maipú, dedicado al poco subversivo rubro de cobranzas y
recupero. Uno de sus clientes más importantes fue la financiera Finsud, la que les posibilitaba comprar
deudas hipotecarias y realizar ofertas en los remates de propiedades. El asunto
era más o menos así: cuando la financiera asesorada legalmente por los Kirchner registraba que algún deudor
dejaba de pagar el crédito que se le había otorgado, notificaba la situación al
estudio, y los cónyuges tomaban automáticamente contacto con el moroso para
anunciarle que tenía pocas opciones: podía arriesgarse a que le remataran la
propiedad, o podía venderla a un precio irrisorio al propio matrimonio. Esto
hizo que los Kirchner compraran la
impresionante suma de 21 propiedades entre 1977 y 1982, que dejaron en sus
bolsillos jugosas rentas. Por sus labores profesionales durante el Proceso,
algunos amigos de Néstor llegaron a
apodarlo “Robin Hood trucho”, porque sacaba la plata a los pobres y la
daba a los ricos.
Pero las actividades del matrimonio Kirchner durante el gobierno cívico-militar no se limitaron a la
especulación financiera. Las ambiciones políticas de Néstor no habían menguado, y en 1981 creó el Ateneo Juan D. Perón, donde conoció a su ladero (que pasó de simple
chofer a millonario empresario en un santiamén) Rudy Ulloa. La agrupación no tenía intenciones de vincularse con el
reclamo por los desaparecidos y, de hecho, una de las pocas actividades que
tomaron trascendencia pública fue la reunión que mantuvieron con el Comandante de la XI Brigada de Infantería
Mecanizada del Ejército general Oscar Enrique Guerrero, un hombre fuerte
del Proceso. Correo del Sur, periódico de la provincia, cubrió el suceso con
una nota titulada “Amplio apoyo de las
fuerzas vivas a las Fuerzas Armadas”, ilustrada con la famosa foto del general Guerrero acompañado por un joven Néstor Kirchner. Otro diario, La
Opinión Austral, detalló que “el General Guerrero saludó a cada uno de
los presentes [entre los que se encontraba Kirchner],
quienes en la oportunidad improvisaron breves palabras de adhesión”.
Hacia noviembre de 1981, una bomba fue colocada en el
estudio de los Kirchner. Las fuerzas
del orden llegaron a desactivarla antes de que explotara y, a modo de
agradecimiento, el estudio publicó una solicitada en La Opinión Austral donde,
entre otras cosas, se decía: “agradecemos
la adhesión que nos ha hecho llegar el Sr.
Ministro de Asuntos Sociales Dr. Felipe Pablo Oscar Borrelli y el Sr. Intendente Municipal, Sr. Pablo Andrés Sancho, como así
también la cooperación prestada por el Sr.
Jefe de la Policía Tte. Cnel. Juan José Claro. Respecto de los hechos
acaecidos, ésta es la única manifestación pública que este Estudio efectúa,
dejando en manos de la Justicia la prosecución de las investigaciones
pertinentes, conforme debe ser en un Estado de Derecho y esperando sea esclarecida
la verdad en su totalidad”. La solicitada de marras fue firmada el 9 de
noviembre de 1981. El general Viola
presidía de facto el país, y el matrimonio
Kirchner hablaba de la vigencia de un “Estado
de Derecho”. Un relato algo distinto del actual.
A estas alturas no hace falta explicitar que Néstor y Cristina en los años `70 nunca se dedicaron a defender guerrilleros
o asistir legalmente a sus familiares como muchos abogados enrolados en la
izquierda lo hicieron. Pero a quien sí defendió el Estudio del matrimonio, fue
a un jefe de la Policía acusado de
violación en Río Gallegos, de apellido Gómez
Ruoco en 1981. Vale decir: la “dictadura
genocida” proponía juzgar a uno de sus hombres, y los defensores del
acusado eran quienes hoy juzgan a “los
genocidas de la dictadura”. Las cosas eran sorprendentemente distintas a
las actuales en el sur de los años `70.
La acusación de Moyano,
por lo visto, no fue equivocada ni se trató de una simple “frase hecha” o de una chicana. Se trata, más bien, de una bofetada
en el corazón del relato kirchnerista. ¿Dónde estabas y qué hacías en los `70?
Era una pregunta con la que los Kirchner
increpaban muchas veces a sus interlocutores y demonizaban a la gente. Ha
llegado la hora de invertir el destinatario del interrogante y seguir
preguntando en voz alta: ¿Dónde estaban
y qué hacían los Kirchner en los `70?
Agustín Laje (*)
(*) Tiene 23 años y es autor del libro “Los mitos setentistas”.
www.agustinlaje.com.ar
| agustin_laje@hotmail.com |
@agustinlaje
La Prensa Popular | Edición 119 | Jueves 28
de Junio de 2012
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