sábado, 16 de marzo de 2013

DESUNIDOS Y DESORGANIZADOS.


Muchos se preguntan en este tiempo como hace este grupo de dirigentes que maneja gobiernos, para perpetuarse en el poder.


Habría que señalar que se trata de una oligarquía política, perteneciente a una casta que trabaja por sus propios intereses en alianza constante con un importante número de socios comerciales de diferente magnitud, pero que intenta mostrarse como un movimiento democrático amplio que procura   representar a los mas, ni siquiera a todos como recita casi siempre.


Pese a todo lo antedicho, no hay que quitarle méritos a su estrategia general, por perversa que ella parezca. Con sus serias deficiencias, ellos consiguen un éxito electoral que se deriva de una visión pragmática de la política y que se construye bajo la premisa de sumar minorías organizadas para derrotar y doblegar a las mayorías desorganizadas.

Ellos logran mantenerse unidos pese a la diversidad y esa crónica heterogeneidad que los caracteriza. No son idénticos, de hecho tienen sus disputas internas importantes, sus conflictos de intereses significativos, pero a la hora de sostener el eje de poder, se concentran en ello.


Les ayuda mucho los pocos escrúpulos que tienen, y de ese modo pueden sustentar esa cohesión imprescindible, porque tienen una prioridad superior, un objetivo común, indispensable, que tiene que ver con su arraigada vocación de poder, esa que les permite dejar de lado eventuales discrepancias. Se permiten entre sí esos matices, y hasta cierta distribución de recursos económicos, porque saben que se necesitan, y que su continuidad depende, en buena medida, de darle pilares sólidos a esa obra política, exhibiendo la menor cantidad de fisuras posibles.

Su poder no es indestructible, pero saben que cualquier división entre ellos, los presenta como más vulnerables y eso sería una invitación a la derrota.


Pero saben también que no solo se trata de mantenerse juntos, sino además de estar debidamente organizados. Y es en esto donde se han profesionalizado lo suficiente y más han progresado en estos últimos años.

Para eso, han trabajado mucho en convocar a una militancia rentada, con “cajas” suficientemente abundantes, que permiten, en base a dinero, no solo financiar los ingresos de sus dirigentes de todas las jerarquías, sino también avanzar en acciones concretas funcionales a su diseño político.


Es que han aprendido la básica lección de la división del trabajo, donde  cada uno tiene su rol, su misión, en función de los talentos relativos. Ellos se han tomado la tarea de concretarlo, distribuyendo tareas, con la ventaja de disponer de una tropa política en cuantía suficiente gracias a los fondos estatales que manejan con absoluta discrecionalidad sin rendir cuentas.


Algunos se ocupan del contenido ideológico del discurso, otros de la arenga política, ciertos dirigentes se dedican a la confrontación con los opositores, mientras otros tratan de armonizar civilizadamente, aunque en privado, con los adversarios de turno. Así mismo, unos trabajan con los jóvenes, otros con los fanáticos, y muchos intentar que la gestión sea demagógica y atractiva para los potenciales votantes.

En ese juego, todos tienen una misión, pero funcionan, en el desorden y la improvisación cortoplacista propia del populismo, con cierta sincronización inspirada en la motivación que solo el poder consigue generar.

Han llegado hasta ahí, a la cumbre de la conducción, por muchos motivos, algunos de ellos que no son mérito propio, pero tampoco lo han logrado de casualidad, sino porque han entendido los ritmos de la política e interpretaron mejor como apropiarse del escenario bajo los paradigmas de un eficiente esquema de poder.


Del otro lado del mostrador, una sociedad civil atónita, apática, y algo abúlica, presencia atropellos día a día, y se muestra absolutamente impotente, con la sola excepción de intentos aislados, espasmódicos, sin chance alguna de modificar el rumbo de la realidad, lo que retroalimenta el “vamos por todo” que denota la crueldad de los que ostentan el poder.

Para dar la batalla cultural, la política y la electoral se hace indispensable tener primero un diagnóstico claro, y no ocultar la realidad, por antipática y poco atractiva que parezca. Eso supone también comprender que algo de esa estrategia del oficialismo, merece ser imitada, es decir entender la necesidad de organizarse y sostener una cuota consistente de unidad.


Pero para eso, hay que despojarse previamente, y en forma individual, de algunas cuestiones, prejuicios, pruritos y viejas creencias, alimentadas desde los gobiernos con mucho éxito, para conseguir el “divide y reinaras”.

Se deben primero fijar prioridades, entender que se necesita establecer un criterio y un discurso común bastante acotado, de pocas consignas centrales, para evitar caer en la dispersión y el debate estéril que solo distancia a los dirigentes, y culmina siendo funcional al poder actual.

No se puede triunfar en ningún acto comicial sin una importante dosis de organización. Y eso requiere, de por sí, un esfuerzo mayúsculo para lograr esa profesionalización que la oposición no suele ser capaz de mostrar.


No es posible dar la contienda con gente de tiempo parcial, reclutados como voluntarios, y pretender ponerse a la altura de un ejército de militantes rentados y con financiamiento para su actividad política.

Cuando cierto grupo de ciudadanos dice que el país no tiene solución, en el fondo están diciendo que no piensan sacrificar nada de su habitual comodidad mundana, cotidiana, para construir algo que pueda contrarrestar el poder, o al menos ponerle límites a los excesos.


Muchos que piden letra y esperan sugerencias, dicen querer hacer algo al respecto, pero a poco de andar, empiezan a desplegar la interminable lista de excusas que los justifica para no ser parte de NADA que pueda ser una alternativa. Esa también es una variante, de hecho es la que muestra el presente, de esa sociedad que “dice” querer modificar el rumbo de las decisiones políticas, pero que frente a cualquier convocatoria de mínimo esfuerzo, muestra sus propias limitaciones y su autoexclusión sistemática. Por ahora, el poder puede estar tranquilo, porque del otro lado solo hay un grupo de desunidos y desorganizados.

Alberto Medina Méndez

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