En la Argentina pocos
advierten que las FFAA pasaron a ser, en el breve lapso de 40 años, de un
factor político activo a un elemento inerte.
La parálisis actual
no es consecuencia del Proceso de Reorganización Nacional 1976/1983, cuyos
protagonistas han desaparecido de la escena, sino al hecho de que las FFAA, por la falta de provisión de
recursos materiales y por una abrumadora acción psicológica, se
encuentran en la actualidad, caso único en el mundo, en un estado totalmente
figurativo.
Habiendo purgado como
Institución su supuesto delito, la razón de su liquidación no puede ser otra
que ideológica. Transformar a la Argentina en una “república popular” exige desterrar hasta el más mínimo vestigio de
su carácter de FFAA constitucionales. Es probable que con el tiempo sean
reemplazadas por la Gendarmería, Prefectura Marítima y por algún comando de
aviación civil. Las dirigencias políticas en general de la oposición han
suprimido cualquier referencia a la defensa nacional y a las FFAA en todos sus
proyectos.
La potencia de la
propaganda sobre el terrorismo de Estado, delitos de lesa humanidad, etc., ha
sido de tal magnitud que ningún político se atreve ni siquiera a nombrar a las
FFAA por miedo a aparecer como cómplices de los famosos delitos aberrantes y
porque además, la supresión de las FFAA les conviene porque implican un factor
de fiscalía constitucional que las FFAA como última garantía del orden en la
República.
Aisladas
pues las FFAA en un claro apartheid social, con 800
presos privados de libertad desde hace años, sin juicio, ni condena, solo por sospecha, y aniquilada la presunción de inocencia, uno vuelve la mirada sobre
ellas para preguntarse por qué no reaccionan frente a este estado de inanición
que indefectiblemente las lleva a su desaparición y con ello a poner en riesgo
la soberanía nacional.
Estas
reflexiones están destinadas a ese análisis.
Personalmente, 37
años de Servicio desde mi ingreso al Liceo Militar en 1939 hasta ser retirado
obligatoriamente en 1976. Tengo pues la experiencia de haber vivido el viejo
ejército, aquel que organizó Richieri y que se transformó en un indispensable elemento de nacionalización y educación
del inmenso territorio argentino.
El
ser militar
¿Qué significaba ser
militar en el primer cuarto del siglo XX? Era abrazar una profesión
distinguida, no por sus bienes materiales ni por su retribución a la
inteligencia y a la idoneidad en la vida práctica, privada. Era distinguida por
su misión; era elegir el servicio de las
armas para la defensa de la Nación. Se nos decía entonces que la profesión
militar no era “la más cómoda ni la más
lucrativa”, y era cierto, pero la misión era un goce espiritual: nos sentíamos
realmente como nos llamábamos a nosotros mismos “Guardias Nacionales”.
Los
Oficiales y Suboficiales también, eran todos producto de una selección física,
cultural e intelectual que nos colocaba en un nivel de aceptación social.
Vestíamos
el uniforme con orgullo, los soles en nuestras
hombreras, los laureles en nuestras gorras no eran de nuestro propio mérito
pero nos sentíamos herederos de los soldados que integraron uno de los factores
fundantes de la Argentina. Lucíamos el
uniforme en la calle, en los medios de transporte, en las reuniones públicas y
privadas, y siempre teníamos la aquiescencia del público.
El Servicio Militar Obligatorio, con todos
los defectos de una obra humana, era una
suerte de recipiente donde la juventud argentina de todas las latitudes se
conocían, se instruían, se educaban. A las siete de la mañana la bandera
presidía todas las formaciones y el orden y la disciplina iban forjando
caracteres y hombres que cosechaban amistades que perdurarían toda la vida.
No había diferencia
entre civiles y militares. Los militares estábamos en un nivel diferente, no
mejor, sino distinto, del hombre dedicado a sus menesteres privados. Ellos
gozaban de su libertad, nosotros estábamos uncidos a la Patria por un
juramento: “triunfar o morir por ella,”
y nuestro tiempo le pertenecía.
Nuestro desposorio
con la Patria no sabía de deslealtades ni traiciones; éramos un conjunto de
fieles que vivíamos con nuestro pensamiento en ella. Era un ámbito de trabajo,
de reflexión, de alegría y de amistad y compañerismo. Qué más le podíamos pedir a la vida que había colocado nuestra juventud
en esa excelsa función de proporcionar con nuestro tiempo la seguridad para que
otros vivieran en paz y en orden.
La
personalización institucional
Probablemente, la tergiversación más grave del orden republicano
representativo y federal en cualquier sociedad política sea la apropiación de
las instituciones.
Cuando un individuo
desde el poder se apodera de una Institución o de las instituciones, comete un
crimen de lesa patria, porque arrasa con la identidad de un país para colocarle
su nombre y apellido.
Así
se consigue una república contra hecha y una democracia deforme.
Pero de todas las Instituciones, la que más sufre el efecto de la
personalización es la Institución Militar. Si algo distingue la condición de
militar es la subordinación, una palabra excelsa cuando está dirigida a un fin
superior como es la Defensa Nacional la integridad territorial, y la paz y el
orden entre los ciudadanos, pero que se transforma en una coyunda repugnante (correa fuerte o soga de cáñamo para atar los bueyes al yugo)
cuando la subordinación despojada de su misión, deviene en servidumbre.
Entonces el hombre
deja de serlo para transformarse en un sometido voluntariamente y en un esclavo
de sus propios apetitos, que quien lo somete, le retribuye generosamente.
Perón,
más allá de cualquier crítica, fue el gran victimario de las Instituciones
Argentinas, y el militar que no aceptó esa nueva subordinación o abandonó el
Ejército o se quedó en él como una caricatura de soldado. Con eso se perdió para siempre el sentido heroico de la vida, que
no significa la temeridad y el arrojo para matar y morir en combate; significa la intransigencia absoluta ante
la violación de las propias convicciones.
Pero de aquel proceso
de “destrucción Institucional”,
surgió una dialéctica fatal de Golpes de Estado y de Rebeliones, donde muchos
murieron y los militares olvidaron a San
Martín, que nunca quiso entrar en guerra con sus compatriotas.
En
abono de este olvido vale decir que en la guerra revolucionaria, los
terroristas estaban inspirados en doctrinas foráneas para someter al país a un
sistema absolutamente contradictorio con el que organizaron los padres
fundadores de la República.
El hombre joven del
Ejército que salió de aquel aquelarre del Proceso de Reorganización, esperó en
vano que alguien defendiera la causa por la cual se había combatido en una
guerra no querida, y que se prolongó más allá del tiempo en que la subversión
había terminado en 1978.
Aún cuando los Comandantes asumieron su culpa, nadie rescató a la
Institución de las críticas y defendió el propósito de haber evitado que la
Argentina se constituyera en la mayor base marxista-leninista del mundo.
Balza,
una caricatura siniestra de hombre y militar, durante nueve años mutiló y esterilizó al Ejército, hasta
arrodillarse ante Bernardo Neustad,
para pedir perdón vestido de uniforme de gala por supuestos crímenes. La contra
docencia de Balza fue profundamente
eficaz. Balza quiso romper con el viejo Ejército porque era un diletante socialista,
complicado en el tráfico de armas y en la voladura de Río Tercero.
La
actual situación
El Colegio Militar de
la Nación es nuestra cuna común, por ello a pesar de todos los desmanes, las
traiciones, las deslealtades de algunos militares apóstatas, la esencia
nacional sigue vigente. La diferencia con el militar que fui yo en 1951, con el
de alguien de mi misma condición, 60 años después, tiene su origen en estas
razones que acabo de expresar.
En
mi época, teníamos orgullo de ser militares, y lo decíamos y lo expresábamos, y
estábamos dispuestos a perder nuestro estado militar si se atropellaban
nuestras convicciones estrictamente castrenses.
En cambio ahora, el hombre de armas carga una mochila de culpas que no le pertenece.
Además, le han robado la misión, y el orgullo real de ser soldado, lo tienen
que experimentar interiormente.
El 6 de Septiembre de
1951, protagonicé un hecho aleccionador: Ese día, se le iban a entregar a Perón las espuelas de oro por una Caballería
que no lo quería. Se había organizado una gran fiesta hípica y folclórica a la
que Perón concurría porque le tenía
miedo a la Caballería. Reunidos en un galpón con el director de la escuela,
éramos unos sesenta oficiales que participábamos de la fiesta de agasajo. El
Director dijo entonces: “Cuando llegue el presidente y su señora.....,” y
expresó algo más. Un oficial se paró y dijo “si
viene la mujer del presidente yo no participo.” Nos paramos todos y
manifestamos lo mismo. El director nos mandó a entrevistarnos con los Capitanes
para encontrarle una solución al problema; la mía fue escribir sobre una hoja
mi solicitud de retiro del Ejército. El director fue a Buenos Aires y hablo con
Lucero, este con Perón, quien finalmente vino solo. ¿Qué cambió desde entonces?
Las circunstancias
económicas eran más o menos las mismas de hoy. ¿Por qué no hay entonces ese
tipo de conductas? La repuesta es muy simple: los militares de hoy están solos en un apartheid desde el cual ninguna
conducta contestataria puede tener ningún efecto ni ninguna repercusión social.
Nosotros sabíamos que
la sociedad odiaba la tiranía de Perón
y nos miraba con esperanza. Hoy no es
así, en general.
Oscuramente, la
ciudadanía ama a sus FFAA pero la han convencido, tal vez a golpes de martillo
psicológico, que son responsables de crímenes inventados. Tampoco dicen que el
pueblo colaboró con las FFAA por acción u omisión para liquidar a la
subversión.
Pero
un gran silencio reina sobre el país respecto de este pasado que mantuvo
intacta a la República.
Siento por los Oficiales jóvenes en actividad una
profunda comprensión y solo le pido a Dios
que se mantengan, porque para la perversidad que nos rodea, ESTANDO, SOMOS, y si somos, algún día nos
volveremos a abrazar con nuestra Argentina.
Luis Premoli
Coronel de Caballería (R)
Coronel de Caballería (R)
NOTA:
Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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