octubre 24, 2014
por José Luis Milia
“Guardaos
de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay encubierto que
no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto
dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en
las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados”
Lucas 12, 1-3.
Que estamos viviendo
en una sociedad donde la hipocresía es moneda corriente es una verdad de
Perogrullo. Pero, peor aún, parece que la hipocresía ya no es un pecado mortal
-¿aún hay pecados mortales?- sino que probablemente esté conceptuado como algo
poco grave que en las mentes de algunos hombres de Iglesia se asocia
simplemente a aquello de: “astutos como serpientes”
Porque, convengamos
en algo, un pastor falla cuando se aflige solo por una parte de las ovejas y
olvida al resto. No busquemos razones a esta aflicción, propuesta quizás por
una visión parcial de lo que una guerra nos dejó, o lo que es peor, por un
simple cálculo de oportunidad política.
Mons. Lozano -obispo
políticamente correcto, si los hay- nos sorprende haciendo un llamado a los
católicos para que “aporten datos e
información sobre hijos sustraídos a madres desaparecidas durante la última
dictadura militar”. Para, afirmar luego que: “hay cerca de 400 familias que buscan a sus nietos apropiados durante
la época del terrorismo de Estado”. Bien, monseñor, ¿podría decirnos de
donde sacó ese dato? ¿Quién le dio esa cifra? Si fue la aggiornata Carlotto
-ésa que ya no grita más: “Iglesia,
basura, vos sos la dictadura” porque el Papa Francisco le prometió recibir
a ella y a todos sus nietos, ¿quién pagará el gasto de mover a esa pandilla?
-en una audiencia privada en Santa Marta- yo tendría cuidado, quizás si se le
pone en contra hasta Ud. podría ser hijo de algún guerrillero. Hoy con un banco
de datos se pueden hacer maravillas. Si le quedan dudas, pregúntele a Irene
Barreiro ella le podrá dar precisiones sobre eso, pero, perdón, me olvidaba,
Irene es hija de un “represor” y para
ellos ni justicia, ¿no?…
Como supongo que Ud.
era muy chiquito en esas épocas le voy a contar algo para que se desasne.
Normalmente, a esas “madres
desaparecidas” como Ud. las llama le sobraba inconsciencia o desamor como
para llevar a sus bebés a una vida clandestina donde el riesgo del
enfrentamiento y muerte era frecuente, ¿Quién las obligaba a exponer a sus
hijos? ¿Por qué no los dejaban con sus abuelos, tíos o algún otro pariente? Sé,
porque me lo contó alguien que participó en un operativo; operativo donde murió
un teniente de fragata por preservar la vida de dos criaturas, que una vez rescatados
estos dos menores y teniendo en su poder los documentos de los padres que
murieron en el enfrentamiento recibieron orden de la Armada de entregar a los
menores a los parientes cercanos; nunca se encontró un abuelo o tío. Los
documentos eran falsos, monseñor, algo lógico en gente que se mueve en la
clandestinidad pero que necesita algún tipo de identificación aunque sea para
cobrar un giro.
Y ahora Ud. nos pide
que aportemos datos e información sobre “nietos
desaparecidos”, nietos de los que Ud. ni siquiera puede precisar si son dos
o cuatrocientos, salvo que la Conferencia Episcopal a la que Ud. pertenece
tenga datos fidedignos sobre este tema y prefiera que seamos nosotros los
feligreses quienes asumamos el compromiso de decir algo que ni siquiera sabemos
si los que están en esta situación quieren que se sepa.
Ud., monseñor, pone
el acento en que hubo o hay en este doloroso problema “una red de silencio y complicidad” de la que la Iglesia no fue
ajena, y aquí sí, monseñor, podemos llegar a estar de acuerdo. Podemos llegar a
estar de acuerdo si analizamos en un todo lo que pasó en Argentina, ya que, el
silencio culpable, es mucho más grave que pensar que hay católicos que saben de
nietos desaparecidos y lo callan. Porque, en verdad, Uds., los obispos, han
vivido callando; porque hay obispos -de esta, su Conferencia Episcopal, no de
la de cuarenta años atrás que hoy parece que era una Iglesia diferente- que en
los años de plomo eran profesores de algún seminario y sabían bien que sucedía
en una comisaría que estaba enfrente.
Si Uds. han vivido
callando, no nos endosen su responsabilidad a cambio de nada. En algún momento
deberán decir la verdad total, no en cuotas módicas como lo vienen haciendo. No
he oído de Ud. ni de ninguno de sus compañeros de conferencia hacer un mea
culpa por los crímenes y desviaciones, más allá de las teológicas, que los
curas tercermundistas- prohijados por obispos tan obispos como Ud. lo es hoy-
cometieron al concientizar a quienes estaban en la guerrilla que matar empresarios,
militares, o a cualquiera que pensara diferente estaba inscrito en el plan de
Dios. Por supuesto que luego hicieron un fragmentario y torcido mea culpa, y
creyeron que abandonando al P. von Wernich como cordero sacrificial lavaban su
responsabilidad de los desatinos cometidos.
Convengamos en algo,
monseñor, si aún hay nietos por recuperar estos no son niños o adolescentes,
son hombres hechos y derechos que han hecho su opción de vida y a los que
quizás no les interesa saber quienes eran sus familias biológicas. Trate de
razonar un momento y pregúntese si es correcto crearles un problema de
conciencia porque, no sea ingenuo, la banda a la que Ud. le presta su palabra
no solo va por la identidad del presunto desaparecido sino por la tranquilidad
y la libertad de la familia que lo cobijó y educó, más allá del hecho que
detrás de cada “nieto recuperado”- y
no creo que Ud. lo ignore, hay un jugoso botín.
Para terminar,
monseñor, hay nietos recuperados cuyos padres cometieron crímenes terribles, la
madre de un nieto recuperado mató con una bomba, en esa época que Ud.
contribuye a revivir, a Paula Lambruschini. Monseñor, ¿alguna vez rezó una misa
por ella?
José
Luis Milia
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