Por Mariano Caucino
Un gigantesco paso en
la lucha del hombre por la libertad sobre la tierra ocurrió un día como hoy,
hace 25 años. En efecto, el 9 de noviembre de 1989, al producirse la caída del
muro de Berlín, tiene lugar quizás el hecho más significativo dentro del
proceso de apertura del sistema comunista y del fin de la era bipolar.
Construido en 1961,
el muro separaba ambas zonas de la ciudad y aislaba por completo a Berlín
occidental y se convirtió en el símbolo de la Guerra Fría. En 1963, el
presidente John F. Kennedy simbolizó en el discurso “Ich bid ein Berliner” (“todos
somos berlineses”) el apoyo norteamericano a Alemania democrática
(Occidental). El presidente Ronald Reagan, por su parte, exigió a su par
soviético Mikhail Gorbachov derribar el muro en 1987, durante una recordado
exhortación en la Puerta de Brandemuburgo: “Mr Gorbachov, tear this wall”.
Por el contrario,
Fidel Castro tuvo palabras elogiosas sobre el Muro. Durante una visita a Berlín
a mediados de junio de 1972, tuvo oportunidad de recorrer varios puntos en los
que guardias policiales de Alemania del Este impedían que ciudadanos huyeran al
Oeste. El día 14, acompañado por Erich Honecker, el dictador cubano homenajeó
al personal de seguridad de la temida Stasi por su “coraje del Ejército del Pueblo
que custodia la línea de frontera de la comunidad socialista” al tiempo
que aseguró que las autoridades comunistas “han creado la fundación del futuro y un
verdadero Estado revolucionario”.
Se estima que unas
cinco mil personas pudieron escapar de la opresión comunista a lo largo de la
historia del muro al tiempo que otros tantos fueron apresados al intentar escapar
y encontraron la muerte en ese intento.
Ya el 12 de junio de
1989, durante una visita a Alemania Federal (Occidental), el líder soviético
Mikjail Gorbachov había reconocido en una conferencia de prensa que “nada
es eterno en este mundo”, en referencia al Muro de Berlín. Meses
después, a comienzos de octubre, Gorbachov le advertiría a un reluctante Erich
Honecker, secretario general del Partido Socialista Unido de la RDA, la
necesidad de introducir reformas en el sistema. Honecker, quien gobernaba desde
1971, caería poco después, para huir a Moscú y ser reemplazado por Egon Krenz.
El clima de “cambio
de época” había tenido expresiones muy visibles días antes. El 4 de
junio de aquel año crucial, en Polonia, en unas elecciones “semilibres”, los
seguidores de Solidaridad, el movimiento sindical de Lech Walesa, se alzaron
con todas las bancas de la cámara baja que estaban en juego -solo el 35 por
ciento del cuerpo era elegido por voto directo- y con 99 de las 100 bancas
senatoriales del nuevo Parlamento. Ese mismo día, al otro lado del mundo, tuvo
lugar el pico de violencia de la fuerte represión con que el gobierno comunista
de Deng Xiapoping tuvo que reprimir las manifestaciones de estudiantes en la
Plaza de Tiananmen, en pleno centro de Pekín.
Sin embargo, la “atmósfera
de crisis” que Alemania del Este vivió durante las semanas previas no
hacía prever un desenlace tan inmediato. El propio Helmut Kohl -entonces
Canciller de Alemania Federal- no lo podía creer: horas antes, en la mañana del
mismo día 9, durante una visita a Varsovia, le había dicho a Lech Walesa que el
proceso de apertura llevaría varios años cuando el líder de Solidaridad le
aseguró que el muro caería en poco tiempo.
Publicó The New York
Times al día siguiente: “Alemania del Este liberó el jueves las
restricciones para emigrar o viajar al Oeste, y en horas decenas de miles de
berlineses del este y el oeste se transformaron en una manada en torno al
infame Muro de Berlín en una sonora celebración. Los guardias de frontera en el
cruce de Bornholmer Strasse, en Checkpoint Charlie y otros cruces abandonaron
sus esfuerzos por chequear documentos (…) El cruce en masa comenzó unas dos
horas después de que Gunter Schabowski, miembro del Politburo, anunciara en una
conferencia de prensa que los permisos de viaje o emigración serían otorgados sin
precondiciones y que los alemanes del este serían habilitados a cruzar”.
El presidente
norteamericano George Bush (1989-1993) confesó años después que no fue sino
hasta que vio con sus propios ojos la caída del Muro por televisión que creyó
en las genuinas intenciones de los soviéticos por desmantelar el imperio. La
incredulidad del mandatario norteamericano tenía lugar pese a que, el 27 de
octubre, durante una cumbre del Pacto de Varsovia, Gorbachov había declarado la
libertad de sus miembros a elegir su propio camino político, en lo que
constituyó la reversión y el abandono de la “Doctrina Brezhnev” de
soberanía limitada de las naciones de la órbita soviética.
Las dudas de Bush no
eran infundadas: Berlín fue, durante décadas, la más preciada posesión del
imperio soviético. El altísimo costo que insumió su conquista, durante el final
de la guerra, en 1945, convirtió a la ciudad en el símbolo del triunfo del
Ejército Rojo en la Gran Guerra Patriótica.
Lo cierto es que la
caída del Muro de Berlín provocó un efecto dominó en Europa del Este y aceleró
el proceso político de liberación que culminaría dos años más tarde con la
disolución de la Unión Soviética.
En Occidente, en
tanto, una ola de optimismo recorrió las páginas de los diarios de las
principales capitales, los discursos de los líderes y el imaginario de las
ciudadanías. La libertad había triunfado sobre la opresión. Las teorías del “Fin
de la Historia” dieron paso al avance de una tendencia al hedonismo y
al relativismo cultural, hasta el punto en que hoy, veinticinco años más tarde,
el mundo parece asistir al surgimiento vigoroso de inquietantes proyectos
políticos de escasa vocación democrática. Evocar la épica heroica de los
acontecimientos de 1989 nos puede ayudar a revivir la imperativa necesidad de
no abandonar ni un minuto la lucha por la libertad.
Publicado en Infobae,
09/11/2014
FUENTE:
http://www.clubpoliticoargentino.org/25-anos-del-triunfo-de-la-libertad-en-berlin/#sthash.t9m1fzmQ.dpuf
NOTA: Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
NOTA: Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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