09.11.2014 | Juan Bautista
Yofre trata en su nuevo libro el nexo del castrismo con la guerrilla en
Latinoamérica.
Por Jorge Martínez
para La Prensa
Periodista convertido
ya en historiador, Juan Bautista Yofre tiene el gran mérito de haber
reinstalado en el mercado editorial argentino el tema de la guerrilla de los
años ‘70. Tema incómodo para la intelligentsia vernácula que por más de dos
décadas desde 1983 sólo se interesó en promover artículos, libros o películas
que hablaran de la dictadura militar iniciada en 1976, sin la mínima alusión al
prolongado período de violencia que la precedió.
Puede decirse que esa
historia de olvido sistemático culminó con Nadie fue, publicado por Yofre en
2006 en edición del autor (y después por Sudamericana). El éxito contundente de
ese libro, que siguió a otros trabajos pioneros como los del fallecido Carlos
Manuel Acuña o Nicolás Márquez, marcó un cambio de tendencia. Yofre publicó
luego otros cinco volúmenes en la misma línea, todos éxitos de venta, y creó un
verdadero nicho editorial que encontró en Ceferino Reato (autor de Operación
Traviata, sobre el asesinato de José Ignacio Rucci) a otra de sus grandes
figuras.
Ahora, con Fue Cuba
(Sudamericana, 592 páginas), Yofre se remonta al origen del proceso. Su
intención ha sido historiar el apoyo que el régimen castrista dio a la
guerrilla argentina en sus comienzos, pero también indagar en el papel que tuvo
la isla como peón del bloque soviético en el más amplio tablero de ajedrez de
la guerra fría.
La base de la
investigación, y la parte más jugosa del voluminoso trabajo, está en unos
15.000 documentos que el autor asegura haber copiado de los archivos del
servicio de inteligencia de la desaparecida república de Checoslovaquia.
Papeles que registran en detalle la ayuda que Praga entregó a la incipiente
Revolución Cubana desde, como mínimo, abril de 1960, en preparación del terreno
que a partir de octubre de ese año ocuparían los “amigos soviéticos” del KGB.
Por ese medio el
bloque soviético iba a proporcionar armas y entrenamiento a las estructuras
militares y de espionaje cubanas, en una época en que el nuevo gobierno todavía
negaba toda alineación con la URSS. Y mientras se aprestaba para “exportar” la revolución al resto de
América latina.
EL
PRIMER CONTINGENTE
Yofre constata que el
primer contingente de argentinos que viajaron a la isla para entrenarse como
guerrilleros se remonta a marzo de 1962, poco antes de que el ministro del
Interior cubano, Ramiro Valdés, pidiera a Moscú la apertura de un “centro de inteligencia” soviético en La
Habana para “movilizar” a la lucha a
los pueblos de América latina (el pedido figura en el archivo del Servicio
Federal de Inteligencia de la Federación Rusa, al que Yofre también accedió).
Moscú rechazó la
solicitud pero encontró una manera de “tercerizar”
la ayuda a través de la llamada Operación Manuel. Yofre la explica así: “Consistía en tomar a Praga como centro de
paso o instrucción para los representantes de los movimientos revolucionarios
de América Latina, o de aquellos que querían viajar a Cuba sin que fuera asentado
en su pasaporte. La gran mayoría de los que se trasladaban a La Habana lo hacía
para recibir instrucción militar y volver a sus países de origen a promover la
revolución”.
La Operación Manuel
empezó en diciembre de 1962 a pedido del Ministerio del Interior cubano, que
deseaba facilitar el retorno seguro a su patria vía Praga de siete comunistas
venezolanos. Hasta el 31 de mayo de 1968 (la fecha más tardía publicada por
Yofre), la cifra exacta de 1.017 latinoamericanos había utilizado ese sistema
de traslado encubierto. Todo bajo conocimiento del KGB, al que el servicio de
inteligencia checoslovaco elevaba precisos informes.
¿Cómo funcionaba
Manuel? Las instrucciones al jefe del espionaje checoslovaco en La Habana
indicaban que los viajeros que enviaran de regreso debían moverse en grupos
conducidos por un “encargado” o “líder”.
“Al
llegar a Praga -escribe Yofre- (esa persona) debía llamar a un número de
teléfono acordado y presentarse con el nombre indicado en el pasaporte cubano
(falso) pidiendo hablar con González y transmitirle: ‘¡Saludos de Manuel!’. La
persona del otro lado debía contestar ‘¿Cómo está, Augusto?’. Luego ambos
acordaban una cita”.
De ese modo Praga
ofrecía una cómoda escala para los aspirantes a guerrilleros latinoamericanos
que iban o volvían de Cuba. Los espías checoslovacos les proporcionaban
alojamiento, atención médica, dinero y hasta consejos para combinar medios de
transporte en los extensos periplos de vuelta a sus países de origen. Todo
solventado por el bloque socialista.
La plana mayor de la
guerrilla argentina fue y volvió así de Cuba y en el libro Yofre reproduce
copias de las planillas archivadas con los nombres reales y falsos de los
insurgentes, varios de los cuales están vivos. Había ex miembros del PC,
supuestos peronistas y antiguos nacionalistas católicos, incluido Fernando Abal
Medina, quien en 1970 participaría del secuestro y asesinato del general
Aramburu. Algunos no ocultaban sus planes.
Así, del grupo que
integraban Alejo Levenson y Marcos Osatinsky, futuros jefes de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias (FAR), el contacto checoslovaco anotó el 20 de abril de
1967: “Confesaron ser grandes admiradores
de Cuba: de la Argentina harán otra Cuba”.
Tanto despliegue de
personas y recursos obedecía a la vieja ambición de Ernesto Che Guevara por
llevar la insurgencia a su país natal. Ya lo había intentado a partir de 1962
con la Operación Penélope, otra acción de inteligencia comandada por Jorge
Ricardo Masetti que debía instalar un foco guerrillero en Salta y que fue
desactivada por la Gendarmería en 1964. Después de un desastroso interludio en
el Congo, el Che reactivó el proyecto en Bolivia, aunque su objetivo final era
la toma del poder en la Argentina. Fidel Castro lo apoyó hasta cierto punto,
sugiere Yofre, más preocupado por subordinarse a la estrategia general
soviética que por acompañar los delirios de un ex colega acaso ganado por el PC
chino y su doctrina de la “guerra popular”.
El autor admite que
los últimos años del Che Guevara y su posible paso por la Argentina antes de
internarse en Bolivia, acerca del cual cita varios testimonios inquietantes,
permanecen en el misterio. Al igual que la verdadera relación que mantenía con
Moscú y con Fidel.
Fue Cuba termina en
vísperas del incendio y muestra apenas los primeros chispazos de lo que sería
la gran conflagración de los ‘70. Sus muchas páginas contienen varios libros en
uno. En ese sentido podría reprochársele al autor el excesivo espacio que
otorga a relatar la evolución política del castrismo o la situación interna en
la Argentina entre 1959 y 1966.
De lo que no puede
dudarse es de su aporte documental para reconstruir un proceso tal como fue en
la realidad, al margen del embellecimiento posterior de la propaganda: una
sucesión de operaciones de inteligencia montadas a escala planetaria para
subvertir el orden político, económico y cultural de todo un continente, con la
Argentina en primer plano.
NOTA: La imágen no corresponde a la nota original.
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