Esta certera frase,
atribuída al célebre jurisconsulto romano Ulpiano[1],
debería constituir por estos días una verdadera regla de convivencia social.
A poco que la
analicemos será fácil advertir como todos tenemos derechos y así entonces es
fundamental que esos derechos tengan límites claros y no permitan la invasión
de un derecho sobre el otro.
Pero yendo al motivo
que causa esta nota, diremos preliminarmente y para contextuarla, que el
derecho a la tranquilidad y la libre circulación en todo el territorio nacional,
ya no son patrimonio de la sociedad, movimientos "piqueteros" alentados desde el poder de turno -la
mayoría de las veces- han convertido en un verdadero caos el tránsito vehicular y de personas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el Gran Buenos Aires y
en menor medida en rutas y ciudades del interior.
Especialmente en la
Capital Federal y sus accesos, podemos asegurar que, con una frecuencia casi
diaria, diversos “piquetes” cortan
avenidas, autopistas y calles para protestar por cualquier cosa. En estos años
de la “dékada perdida” se han perdido innumerables vidas a consecuencias de un estado ausente que deja una zona
liberada para no reprimir y defender el derecho a circular que tiene la mayoría
de la población.
Formulamos votos para
que el gobierno, que asuma el ya próximo 10 de diciembre de 2015, adopte las
medidas necesarias para que se respete el derecho a la libre circulación y el
derecho a reclamar legítimamente ante sus autoridades, deben armonizarse esos dos
derechos para que los de un sector no invadan los derechos del resto.
Sinceramente,
Pacificación
Nacional Definitiva
por una Nueva Década
en Paz y para Siempre
DERECHO A LA PROTESTA, BLOQUEOS HOMICIDAS Y VÍCTIMAS SILENTES
Por Carlos Sabino
5 marzo de 2015
“En Guatemala, un bebé murió porque la ambulancia no llegó a tiempo a su casa a causa de una manifestación”. Es un hecho común en todo el continente
Bloqueos
viales en Guatemala son constantes:
producen ingentes (y casi nunca calculados)
daños a personas, patrimonio e infraestructuras
(Gobernación de Retalhuleu)
producen ingentes (y casi nunca calculados)
daños a personas, patrimonio e infraestructuras
(Gobernación de Retalhuleu)
La noticia fue poco
destacada por los medios guatemaltecos y no llegó al ámbito internacional. El
pasado 13 de febrero, se produjo un hecho que tendría que llevar a la reflexión
a todos esos “luchadores sociales”
que se muestran activos en los países de América Latina: un recién nacido murió
porque simplemente no pudo recibir asistencia médica. La causa: un bloqueo de
carreteras en el interior de Guatemala.
Prensa Libre,
uno de los diarios de mayor circulación de ese país, reportó que pobladores del
departamento de Suchitepéquez que exigían la reparación de una carretera y la estatización
de la electricidad, algunos de ellos ebrios, bloquearon el camino a la altura
del km. 168, e impidieron el paso a una ambulancia que iba a asistir a una
mujer que estaba dando a luz.
El vehículo logró
llegar, tomando desvíos, a la aldea donde se encontraba la parturienta pero,
cuando se dirigía de regreso “hacia el
hospital de Mazatenango, el grupo nuevamente los detuvo. Por ello buscaron una
ruta alterna pero el bebé necesitaba oxígeno y debido al atraso murió en la
ambulancia”.
No se trató de un
hecho aislado, aunque las consecuencias fatales –como la comentada–, no siempre
se producen. Pocos días después, el 23 de ese mes, varios grupos que pertenecen
a organizaciones supuestamente campesinas, como el Codeca (Comité de Desarrollo
Campesino) y la Conic (Coordinadora de Organizaciones Campesinas) bloquearon todas
las carreteras principales de Guatemala produciendo la virtual paralización del
país.
Sus reclamos eran
semejantes a los del caso relatado y su actitud en general muy agresiva hacia
los transeúntes que pretendían pasar. Nada concreto hizo el Gobierno del país, que
permaneció pasivo mientras sus habitantes se desesperaban al ver denegado en la
práctica su derecho al libre tránsito.
Lo que relatamos de
Guatemala puede extenderse, sin mayores diferencias, a lo que ocurre en toda
nuestra región: por doquier grupos pequeños de activistas, que se amparan en el
derecho a la protesta, interrumpen el paso a la ciudadanía en zonas rurales y
urbanas por motivos tan variados como su oposición a la minería o las presas
hidroeléctricas, la falta de presupuesto, el reclamo por obras públicas de
diverso tipo o motivos simplemente políticos. Los Gobiernos, temiendo que se
los acuse de represivos, dejan hacer: prefieren que se viole el derecho a la
libre circulación de millones de ciudadanos y deciden no enfrentarse a esos
grupos minúsculos, que en ocasiones siembran el caos o producen consecuencias
fatales.
Lo peor es que
algunas agencias de cooperación internacional de varios países desarrollados
estimulan y financian estas ilegales protestas, pues creen equivocadamente que
con eso favorecen causas valiosas, como la ecología, los derechos de las
minorías o los intereses de la población más pobre.
Tenemos gobiernos que
siguen una doble moral, demagógicos, que desean quedar bien con todos,
especialmente con los grupos más agresivos.
De ese modo, sin
embargo, alientan a activistas profesionales, contribuyen a desestabilizar a
nuestras naciones y retardan el desarrollo económico que favorecerían a los
mismos grupos sociales que dicen querer proteger, afectando seriamente las
actividades productivas y la construcción de las obras de infraestructura que
tanto necesitamos. Un reciente debate en el parlamento holandés ha mostrado
que, al menos de modo parcial e incipiente, se está generando una preocupación
legítima por lo que sus connacionales –amparados en la impunidad– promueven en
nuestras tierras.
Lo que ocurre es, por
otra parte, una expresión de las debilidades políticas que hoy soportamos.
Tenemos gobiernos que siguen una doble moral, demagógicos, que desean quedar bien
con todos, especialmente con los grupos más agresivos y con las agencias
internacionales.
Gobiernos que hablan
continuamente de democracia pero cuyos mandatarios no tienen rubor en abrazarse
con Raúl Castro o justificar a Nicolás Maduro, que protegen los derechos de
unos pero no los de otros, que se horrorizan ante los golpes militares del
pasado pero que saludan como héroes a quienes fueran guerrilleros y empuñaran
las armas.
América Latina está
gobernada hoy, en su inmensa mayoría, por políticos débiles, sin convicciones
republicanas, que saben cómo llegar hasta el final de su mandato pero que van minando
a mediano plazo, con sus acciones, la misma institucionalidad que les ha
permitido llegar al poder.
Es una peligrosa y
lamentable situación que, en definitiva, solo podrá cambiar cuando la
ciudadanía tome conciencia de los riesgos que tiene la demagogia generalizada
en que hoy vivimos y deje de apoyar a quienes hacen caridad… “con el dinero de los otros”.
FUENTE:
Fundación Contra el Terrorismo Guatemala y http://es.panampost.com/carlos-sabino/2015/03/05/derecho-a-la-protesta-bloqueos-homicidas-y-victimas-silentes/
[1] Domicio Ulpiano (en latín, Gnaeus Domitius Annius Ulpianus, fue un jurista romano de origen fenicio, magister libellorum. Fue tutor, consejero y prefecto del pretorio del emperador Alejandro Severo. Definió la justicia como la continua y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que le corresponde.
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