¿Qué otro país en el
mundo bendecido por Dios al otorgarle una riqueza natural y cultura tradicional
sólida y generosa, pudo haberse dado el lujo de instalar para su conducción
política y administración fecunda, a un conjunto de sinvergüenzas, mentirosos, ineptos
e irresponsables durante más de setenta años y aún pese a toda esa lakra, pueda
seguir subsistiendo?
¿Qué otra sociedad
resquebrajada moral y espiritualmente por tanto desatino, puede todavía tolerar
pasivamente la difusión de falacias arteras y actos públicos de komedia barata,
desde el más alto nivel de la administración pública?
¿Qué otro pueblo
sometido por la diktadura del dinero y el ejercicio pleno de un poder
desenfrenado y sin límites, puede todavía tener esperanza en kandidatos con prontuario y candidatos aun
indefinidos en temas gravitantes e impostergables, para iniciar un camino de
reconstrucción por sobre la basura que han sembrado y dejarán sembrada estos
destruktores seriales?
Parece una pesadilla
de la que nunca hemos de despertar.
UN
CRECIENTE AGOTAMIENTO MORAL
Por Marcos Aguinis[1]
Gran parte de los
argentinos manifiesta un creciente agobio. Ya no es sólo dolor por la
inflexible decadencia política, económica y social, sino cansancio.
Agotamiento. Nos hundimos sin haber sido
ocupados por potencias extranjeras, ni haber padecido tsunamis catastróficos,
ni ser masivamente asesinados por epidemias bíblicas, ni quemados por la lava
de los volcanes.
Nos
hundimos por propia voluntad, al haber entregado por más de 70 años el timón de
nuestra nave a una variopinta legión de malos o ineficaces dirigentes.
Hace tiempo comparé
nuestro país con un tobogán ondulante. Tobogán porque lo hace deslizar a uno
desde lo alto hasta el piso. Ondulante porque en el curso de la bajada
existieron instantes de subida, como las presidencias de Frondizi, Illia y
Alfonsín (saboteadas por obstáculos ciegos o mezquinos).
Nuestra historia es
breve. Aunque no tan breve como quiere
parte del relato oficial, que propone la fecha de comienzo en el año 2003 y
tiene la ilusión de instalar a Néstor Kirchner en el lugar de San Martín.
¡Ni a Enrique Santos Discépolo se le hubiese ocurrido tan disparatada
profanación! Nuestra historia es breve, sí, porque luce dos siglos de vida
independiente, con un somnoliento prólogo colonial.
Pero la vida
independiente estuvo signada por un conflicto que no cesa entre los proyectos
ilustrados y verdaderamente progresistas contra los que prefieren el corral de
la infancia pretérita, tan amada por el “revisionismo”
histórico. La infancia pretérita es el pater familias, el caudillo omnipotente e infalible, el servilismo a cambio de la
protección, la lealtad en vez del mérito, una corrupción sin límites ni
vergüenza, descalificación de los adversarios, silenciamiento de la prensa,
apropiación del Estado, devastación de las instituciones que garantizan la
democracia, anhelo de perpetuación, hipocresía en el discurso, estímulo
incesante del odio entre los ciudadanos, técnicas extorsivas.
Quizá olvido otras
características, para no ser demasiado duro... Esto ha sido común a Rosas, las
dictaduras militares y parte de los gobiernos peronistas (cualquiera haya sido
su tendencia dominante). Los proyectos ilustrados y verdaderamente progresistas,
al revés, buscan los modelos que miran hacia futuro, que dignifican a cada
hombre y mujer, que ponen a todos bajo límites de leyes sabias, parejas y
estables, que jerarquizan el trabajo por encima de las limosnas, que premian el
esfuerzo, que ponen una obligación junto a cada derecho, que estimulan el
respeto del individuo por encima de sus creencias.
Ahora
asfixia la situación imperante. Desde el poder se
trabaja para bloquear los caminos del pensamiento crítico, la iniciativa
individual, el mérito, el esfuerzo genuino, la decencia y el imperio de las
leyes. No cesan las iniciativas para llenar de trampas y moretones a nuestra
tambaleante democracia, convertir a los legisladores en milicos obsecuentes y a
muchos de los jueces en encorvados siervos. El tango “Cambalache” alcanza
tanta vigencia que corta la respiración.
Ya no sólo lo
cantamos, sino que le ponemos más actualidad que nunca. “Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante,
sabio o chorro,/ generoso o estafador.../ ¡Todo es igual!/ ¡Nada es mejor!/ Lo
mismo un burro/ que un gran profesor./ No hay aplazaos ni escalafón,/ los
ignorantes nos han igualao”.
En otro verso hace la
más grave de las denuncias: “¡El que no
afana es un gil!” Esta consigna fue
bien ejercitada por diversos gobiernos populistas y está llegando a una cumbre
que da vértigo con el abismal saqueo que actualmente se denuncia.
Una publicación
extranjera acaba de preguntarme si el escándalo por las bóvedas en Calafate y
un diluvio de corrupciones asociadas a ellas no me inspiraría una novela
desopilante. Respondí que no. Que es un tema que ahora me produce el mismo
freno que tuve antes de empezar La furia de Evita. Al asunto de las bóvedas y
la ruta del dinero K ya lo cubre una montaña de investigaciones y comentarios
que impiden abrir la narración por una senda original.
Supongo haberlo
conseguido con Evita por el tiempo transcurrido y razones literarias que sería
largo describir ahora. Pero dudo que lo pueda lograr de inmediato con el tema
de las bóvedas y el huracán de denuncias que ruge en el país, pese al disimulo
oficial. Aunque uno se resista, vuelven a la memoria historietas del Pato
Donald y su Tío Patilludo, que gustaba zambullirse en piscinas llenas de
billetes y dejaba caer sobre su cabeza una ducha con monedas de oro. Es
demasiado. Las novelas deben ser verosímiles, aunque naveguen por la ciencia
ficción o el disparate. La realidad que
padece la Argentina excede el disparate.
Para colmo, aún es
apoyada por millones de personas. Constituye parte de nuestra realidad. El “lavado de cerebro” no sólo fue
realizado por las dictaduras nazi-fascistas, stalinistas, maoístas y africanas,
sino que ahora lo están haciendo
enclenques democracias latinoamericanas que han encendido los motores de la
genial maquinaria propagandística inventada por Goebbels.
De ahí que hasta se
modifiquen los horarios de los partidos de fútbol para quitar audiencia a
quienes hacen denuncias difíciles de refutar y poder seguir lavando cerebros
con el repiqueteo oficial.
A propósito, vale una
anécdota de Jorge Luis Borges, que nunca se molestaba por ser calificado de “gorila”, quizá porque le hubiese
gustado tener también el vigor físico de un gorila. Casi ciego, pero aún capaz
de movilizarse solo, se detuvo junto a la avenida 9 de Julio con su bastón
blanco y pidió ayuda a un joven para que lo ayudase a cruzar.
En el trayecto Borges
empezó a manifestar su rabia por las últimas medidas del gobierno peronista.
El joven, indignado,
lo insultó y abandonó en medio de la avenida.
Mientras los autos
zumbaban por delante y atrás del poeta, y el muchacho se alejaba presuroso,
Borges atinó a gritarle: “¡No se enoje, jovencitoo: yo también soy
ciego!”.
Es
penoso observar los discursos presidenciales por la cadena nacional.
Digo observar y no escuchar, porque lo que ella dice -con contradicciones,
soberbia y el esfuerzo de imitación al desenfado tropical de Chávez- será
material de realismo mágico dentro de poco. Deprime ver a hombres y mujeres
convertidos en aplaudidores y sonreidores indignos que festejan hasta los
errores.
¿No
temen que sus hijos y nietos algún día les pidan rendición de cuentas?
Lo mismo vale para los legisladores, gobernadores, intendentes, gremialistas y
ciertos magistrados que se someten a un poder que en 2015 será reemplazado por
otro. ¿Tanto les cuesta mirar el
horizonte?
Desde las altas
esferas se realiza lo inimaginable para proteger a megadelincuentes. Si “siempre se roba”, pocas veces se ha
llegado a una situación equivalente a la actual. Hay “blanqueos” para conseguir dólares, pero también para borrar el
pecado de fraudes, coimas y extorsiones gigantescas. Corremos el peligro de
instalar a la Argentina en el catálogo de los paraísos fiscales que, por
suerte, poco a poco van siendo acotados en el mundo.
Pero nuestro país da
la impresión de seguir eligiendo la peor ruta; nuestra fraternidad con Irán y
Venezuela son un botón de muestra. Instrumentos públicos como la Inspección
Nacional de Justicia y la Unidad de Información Financiera se han convertido en
aparatos encubridores del delito en lugar de servir a la transparencia. ¿Exagero al decir que nos falla la moral?
En este aquelarre de
despropósitos, corrupción, aprietes, ineficiencia administrativa, destrucción,
incoherencias y mentiras,... se nos está
deshaciendo la República.
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
[1] Este artículo el autor lo
escribió el 24 de mayo de 2013, sus dichos tienen plena vigencia… no avanzamos
nada!
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