por Gabriela Pousa
Por primera vez el
país es lo que se ve. Ya ni apariencias caben en este escenario donde los disfraces
se están acabando. La inexplicable trama de enredos y canchas embarradas que
signan la muerte de Alberto Nisman se extiende hacia el resto del escenario
porque algo es cierto: la desaparición del fiscal, su denuncia desestimada y el
paro de mañana son todos hechos políticos. Todo ha de serlo de ahora en más.
Inútil es pretender
venderlos como sucesos limitados a lo policial, a lo judicial o a lo meramente
sindical. En esta Argentina no hay modo de separar la paja del trigo. Todo
tiene que ver con todo porque en todo se ve, más o menos clara, la mano del
gobierno nacional tratando de manipular a conveniencia las circunstancias.
Ahora bien, que el
gen político se inmiscuya hasta en la vida familiar no implica la ausencia de
otros condimentos. Se acaba marzo y comienza inexorable, el proceso electoral
con lo que eso significa en una geografía donde la democracia no deja de ser
sinónimo de ir a votar. Otra será la suerte cuando se comprenda cabalmente, que
lo democrático implica derechos y deberes de ciudadano que van mucho más allá
de la emisión de un sufragio.
A partir de abril,
casi todos los fines de semana, en algún punto del mapa, habrá cuarto oscuro y
definiciones que aportarán desazones y esperanzas. Ahora bien, si por obtener
un triunfo electoral en una determinada localidad se creerá que ya está la suerte
echada a nivel nacional, las sorpresas a posteriori serán magnánimas.
Estamos en un país
donde todo puede cambiar de la noche a la mañana. Ejemplos sobran: la
entronización del Papa, las inundaciones en La Plata, la muerte del titular de
la UFI AMIA, una cuenta no declarada ligada a alguno de los candidatos, otra
olla que se destapa…, podrían alterar de cuajo un pronóstico electoral que hoy
parezca imposible ser modificado.
Empiezan los trabajos
de seducción harto complejos, porque la sociedad es una mujer que ha sufrido
excesivos desencantos. Sin embargo, muchas veces demostró necedad siendo esa
esposa golpeada que vuelve a elegir a su marido. No está nunca claro si nos
avergüenzan las cicatrices, o si las llevamos como orgullosos soldados.
En este contexto,
cabe recordar que mucho (sino todo) lo que se esgrime hoy día en medios,
discursos, o correveidile de pasillos, está más relacionado a deseos o
coyunturas que a proyección de escenarios probables con bases sustentables. Las
encuestas convertidas en productos de consumo estacionales cotizan según quien
oferte cifras e imágenes.
Todos ganan, todos
empatan y todos pierden simultáneamente. Sin ir más lejos, esta mañana recibí
un sondeo donde Aníbal Ibarra tiene la mayor intención de voto porteño. Poco serio.
Tampoco se trata de preguntarnos ¿quién es más lindo? Ni basta con ir en
búsqueda del menos malo. No tomemos a la ligera esta previa.
Quevedo sostenía que
“puede medirse la tierra y el cielo pero jamás la mente humana”. Y no se
equivocaba. En ese sentido, la subestimación del pueblo que hacen algunas
consultoras es similar a la que observamos en las cadenas nacionales donde se
pretende vender Argentina como una panacea donde no existen los problemas. Hay
que entender que una cosa son las tendencias, y otra muy distinta son los
resultados, aún cuando en ocasiones pueda haber coincidencias.
Considérese que la
credibilidad en la política es mínima, que el miedo que imparte el gobierno con
todas las internas de inteligencia, y la evidencia de una mafia enquistada en
el seno del poder, provocan consecuencias. Y esas consecuencias llevan a muchos
argentinos a desdoblar su discurso.
Una cosa es lo que se
dice en público, y otra es la que se calla. El enrarecido clima en que vivimos
lleva a que lo “políticamente correcto” prevalezca. Por eso, las respuestas que
puede darse a las encuestas ya sean telefónicas, callejeras, o puerta a puerta
tienen más margen de error que en otras épocas.
Comprar merluza
compactada por bacalao o trucha fresca depende de cada uno. Medios, políticos y
consultoras tenderán a satisfacer al cliente. La sociedad debe satisfacerse a
sí misma. Hace tiempo que sus demandas y preguntas no son tenidas en cuenta.
Lamentablemente, aquello que desvela a la gente no es lo mismo que desvela a la
dirigencia.
Argentina es el país
donde todos juegan a Antón Pirulero, cada cual atiende su juego. Y al ir
avanzando casilleros en el calendario, esta dialéctica se va incrementando a
extremos impensados. Los candidatos están contando votos puertas adentro,
lidiando internas, tratando de que los trapitos sucios se laven en casa, y no a
la vista de otros que puedan usarlos como carta de triunfo.
Es cierto que les
cuesta en demasía lograr que las asperezas se limen sin ser expuestas. Para ese
sector de la dirigencia, abocado de lleno a la campaña proselitista, el fiscal
Nisman ya no es tema. La inflación y la inseguridad le son ajenas. Los
ciudadanos somos números. Apenas consideran suyos los métodos y estrategias
para ganar adeptos al costo que sea.
En ese trance, muchas
veces, el ridículo es protagonista. De la noche a la mañana, los mismos
políticos que ayer aplaudían ciertas medidas, hoy las critican y aborrecen como
si no existiese memoria colectiva. El hecho de haberse callado frente a
determinados hechos, tampoco los redime de culpas sean estas por omisión o por
actos. Las complicidades no pueden taparse aunque hay candidatos que luchan
denodadamente porque lo imposible sea logrado.
Si la ciudadanía está
consciente de estas maniobras o si ha sepultado el ayer porque con el presente
ya tiene demasiado, se verá una vez que los comicios hayan terminado.
Se va marzo, es
triste decirlo y lo es más vivirlo: es el tiempo de los revoques y el
maquillaje más que el de los cambios. Empieza el muestreo de escenografías
efímeras donde todo lo que se nos ha de mostrar parecerá redentor de lo que
hay.
Mientras, el gobierno
tratará de alcanzar la orilla dando manotazos de ahogado. Si nos distraemos
puede que lo haga más rápido de lo que pensamos. No sea cosa de terminar
aferrados a él como balsa que nos salve, cuando ha sido el que condujo el
naufragio.
Posiblemente,
cualquier escenario futuro pinte mejor que este donde se ha perdido todo valor.
Pero recordemos que doce años atrás, muchos creyeron lo mismo y se volcaron a
una opción de la cual no tenían siquiera noción. En enero de 2003, Néstor
Kirchner era un perfecto desconocido para la mayoría del electorado argentino.
Siguió siéndolo pues el interés social en analizar curriculum vitae de los
postulantes es nimio. La ley del mínimo esfuerzo nos mantiene sometidos.
Repetir el error es
volver a auto-condenarnos a infortunios iguales o parecidos. La célula que
emerge del cáncer, la mayoría de las veces no hace sino provocar una
metástasis. Este paralelismo no necesita exégesis para ser entendido.
Si hemos de elegir un
órgano nuevo, lo óptimo sería buscar entre aquellos que no han estado rozando
el órgano enfermo. “Las apariencias engañan“, eso ya lo sabemos (o deberíamos
saberlo) Y el contagio puede no ser advertido desde el primer momento.
Gabriela Pousa
Perspectivas Políticas
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