Esta
"carta" circula en Chile. Bien podría haber sido redactada por
cualquiera de nuestros presos políticos en la Argentina. Un pasado casi
similar, misma sociedades hipócritas, misma venganza disfrazada de
"justicia". Mismos deseos de los verdaderos soldados que, fieles a su
vocación, dieron su vida unos y la libertad otros, por amor a la Patria.
Mi querido joven oficial o
suboficial:
Ves mi cara aparecer en los
diarios como un delincuente. Bajo grandes titulares.
Me ves esposado y flanqueado por
policías. Humillado. Es más, para Chile y quizás para ti -en el revuelo- , soy
un delincuente. Me ves, ya no con la prestancia de antaño. Quizás mal vestido.
Me ves camino a la cárcel. Por años o eternamente.
Hace años tú no habías nacido,
quizás, tu padre era un niño cuando este país agonizaba. Y yo, era un muchacho
igual que tú. Hacía instrucción en el patio de mi regimiento, como lo hiciste
hoy día.
Vibraba en el Casino como lo
haces en las fechas importantes.
Pololeaba, estaba de novio o ya
era flamante esposo con hijos, tal como lo eres actualmente. Estuve en cursos
en mi Escuela del Arma, y me quemé las pestañas para lograr ser un oficial de
estado mayor o llegar a ser un Suboficial del Ejército. Lucí con orgullo mis
presillas de General, Coronel o Suboficial.
Muchacho, no te vayas, no te
quiero aburrir, sólo escúchame por un momento.
No soy un asesino. No me veas
como un delincuente. Me quieren hacer aparecer así.
En 1973, este país agonizaba –quizás
la Historia ya la conoces– y a mí me llamaron. Estaba haciendo instrucción.
Chilenos que ahora no se acuerdan, fueron a golpear las puertas de mi cuartel
para que actuara contra un gobierno que había caído en la ilegalidad y llevaba
al país a un despeñadero. Nos pedían implacable "mano dura". Curiosamente, los "Viejos de Mierda", como le llamaron a la institución del
Poder Judicial en el Gobierno de Allende, son los mismos que hoy me juzgan y me
están enviando a la cárcel. Y los que nos golpearon la puerta de nuestros
regimientos y después fueron ministros, alcaldes y jefes de servicios, o
convertidos en parlamentarios, prósperos empresarios o renombrados políticos,
nos desprecian y no saben nada, no escucharon nada y no vieron nada.
Pero eso ya es historia. No me
importan aquellos. Me importas tú solamente. Lo que pienses tú.
Me importas porque somos
soldados. Hasta la muerte.
Tú de uniforme, yo de civil. Es
más, estoy ligado ese uniforme por vida, porque mi hijo lo lleva y sufre en
silencio por su padre prisionero.
Que te quede claro hijo mío,
nunca quise hacer daño a ningún chileno y si alguien cayó, fue en el fragor de
la lucha. Todos morimos. Y murieron los valientes de ambos lados, no los
dirigentes que saltaron a los patios de las embajadas y que empujaron a
aquellos a morir por ellos.
Veo que tienes una linda señora y dos niños como los tuve yo. Cuídalos mucho y piensa en ellos en cada una de tus actuaciones. Hace años luché por los chilenos y hoy condenado, ninguno de esos chilenos cuidará de los míos.
No se te olvide jamás: "El
hombre se acuerda de Dios y del Soldado ante el peligro y no antes. Cuando el
peligro ha pasado Dios es olvidado y el Soldado despreciado".
Te repito, no soy un delincuente.
Soy un suboficial, un general, un coronel.
Ojala, algún día, cuando se abra
la puerta de mi prisión, cumplida ya mi condena o porque entendimos que hay que
mirar hacia adelante y mirarnos como hermanos, tú con otro grado y yo más viejo
que ahora, podamos fundirnos en un fuerte abrazo.
Te besa como un padre, un viejo
soldado.
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