viernes, 13 de noviembre de 2015

HAY QUE CURAR LA HERIDA, PERO SIN DEJAR DE MIRAR LAS CICATRICES


Si a una herida se le aplica azúcar actúa como desbridante, antibacteriano, antiséptico, desodorante, regenerador del tejido vascular perilesional y, en resumen, como cicatrizante. Es como dar amor.

En cambio sí a una herida la pinchamos, le arrojamos ácido o cualquier otro elemento que la irrite; esa herida se convertirá en una llaga que no cicatrizará nunca. Es el fruto de odio.

Nuestro país decidió juzgar a las Juntas Militares que gobernaron durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional, ese gobierno de las cúpulas de las FF.AA. tuvo características que lo hacen único:
  • Las FF.AA. en 1976 asumieron el gobierno de un país sumido en la violencia del terrorismo y en el caos de un gobierno incapaz de cumplir su rol. Contó con el apoyo de la amplia mayoría de la sociedad argentina.
  • Durante su corta historia (1976 – 1983) solo 7 años, -pensar que el actual poder de turno lleva 12 años en el gobierno y nos deja en una situación deplorable, que nos debe hacer recapacitar- las FF.AA., las FF.SS., las FF.PP. y de otros organismos del estado derrotaron y aniquilaron al terrorismo en cumplimiento de órdenes impartidas por el máximo nivel político del país.
  • En 1984 fueron juzgados y condenados los miembros de las Juntas Militares y cúpulas de organizaciones terroristas, algunos de ellos resultaron absueltos. El presidente Menem dictó los famosos indultos -tenía la facultad para hacerlo- que beneficiaron tanto a militares como terroristas que se encontraban cumpliendo una sentencia y quedaron todos en libertad. El país terminaba con sanar sus heridas y se había ingresado en una nueva etapa de concordia y convivencia política pacífica.
  • En 1982 la Junta Militar integrada por: Galtieri, Anaya y Lami Dozo decidió la recuperación de nuestras Islas Malvinas. El desigual conflicto se convirtió en una épica batalla librada por los argentinos contras fuerzas militares británicas que los superaban en varios aspectos… sufrimos una desgarradora derrota.
  • En 1983 con su poder político licuado, la Junta Militar de turno convocó a elecciones libres y democráticas. Devolviendo el poder a la ciudadanía. Fue el último gobierno militar de facto que terminó el 10 de diciembre de 1983.

En 2003 el poder de turno toma la decisión política de derogar las leyes dictadas por el Congreso Nacional y promulgadas por el gobierno de Raúl Alfonsín, nos referimos a las “Leyes de Obediencia Debida y Punto Final”. También anuló los indultos que beneficiaron a los militares, los ex terroristas continúan aún en libertad y el relato oficial pretende hacerlos pasar por “jóvenes idealistas”. En cambio se decidió la caza de brujas y la justicia -olvidando el estado de derecho- persiguió, investigó, encarceló, juzgó y sentenció a unos pocos; manteniendo a la mayoría a irregulares prisiones preventivas. La herida se abrió nuevamente y aún sangra, al día de la fecha han muerto en prisión 328 miembros del estado que derrotó al gobierno.

Desde nuestra humilde posición reclamamos justicia, que se cumpla la ley para todos y como dice su SS Francisco en la entrevista que le concedió a la señora Fernández Meijide: "hay que curar las heridas, pero sin dejar de mirar las cicatrices". El Papa está diciendo a todos los argentinos que sanemos el pasado, que haya nuevamente concordia y que escarmentemos  de nuestros errores, siempre se aprende de las experiencias sean ellas buenas o malas.


Cualquiera sea el gobierno que asuma el próximo 10 de diciembre del corriente año, tiene el desafío de curar esa herida abierta nuevamente, lograr la unión y bienestar del pueblo argentino en paz y concordia, bajo el imperio de la ley.

Sinceramente,

Pacificación Nacional Definitiva
por una Nueva Década en Paz y para Siempre 



GRACIELA FERNÁNDEZ MEIJIDE CUENTA SU ENCUENTRO "A SOLAS CON EL PAPA"

La ex diputada y militante de los Derechos Humanos visitó a Francisco en el Vaticano y dejó un conmovedor relato de su experiencia

La sala es pequeña y sencilla. Estamos en Santa Marta, el sitio donde Francisco ha decidido vivir junto a un centenar de religiosos con los que suele cruzarse e intercambiar saludos como si fueran parte de una gran familia. Son las 17 del miércoles 11 de noviembre y estoy apunto de concretar una de las entrevistas más importantes de mi vida. Conocí presidentes, ministros, secretarios de estado. La vida fue generosa conmigo. Sin embargo, este es un encuentro muy particular. Estoy en un momento especial de mi existencia. Siento que el tiempo vale más que nunca, necesito aprovecharlo, no desperdiciar un segundo. Quizá todavía pueda hacer cosas que sirvan a mi país, para unirlo, para cerrar algunas de las heridas que nos han dolido tanto. Encontrarme con Francisco me resulta una tarea estimulante. Lo conozco de cuando era simplemente monseñor Jorge Bergoglio y transitaba por los subtes y los cafés de Buenos Aires como un ciudadano más. Pero ahora es distinto, ahora es el jefe de los católicos del mundo, un jefe de Estado con enorme peso en la política mundial. No hago otra cosa que pensar cómo sacarle el máximo provecho al encuentro. Quiero irme del Vaticano y recordar cada detalle de esta cita. Quiero llevar a mi país su voz, su mensaje. Lo hago a título personal, pero soy conciente que represento a mucha gente de distintas formas de pensar y de sentir. Soy Graciela Fernánez Meijide , claro. Pero soy también parte del Club Político Argentino y de Argentina Debate. Soy una ciudadana argentina más, pero mi voz también puede expresar otras voces. Me acompaña mi amigo y compañero de mil batallas, Carlos Porroni.


El Papa conoce muy bien mi historia. A poco de iniciada la charla me dice: "hay que curar las heridas, pero sin dejar de mirar las cicatrices". Me parece una síntesis extraordinaria de lo que hemos tratado de aprender durante tantos años de lucha. Ante mi consulta sobre los traumas pendientes de los años '70, Francisco se muestra convencido de que el camino es la justicia y afirma: "el que está probado que cometió crímenes tiene que cumplir su condena". Al mismo tiempo expresa su enorme preocupación por aquellas personas detenidas por delitos de lesa humanidad que pasan muchos años de prisión sin procesos ni condenas. Todas las herramientas que posee el Código Procesal, explica, deben ser cumplidas estrictamente para evitar cualquier tipo de tentación de venganza.

Con Bergoglio es fácil sentirse cómodo, romper solemnidades y protocolos. Le muestro un mensaje de mi sobrino Lucas, de 6 años, en el que me dice: "El Papa es un gigante, te vas a enamorar de él".

Nos estuvimos riendo de la ocurrencia durante varios minutos.

Pero así como ríe, Francisco muestra una enorme firmeza cuando habla de los importantes desafíos que enfrenta la iglesia en ésta, una hora de profundas transformaciones. Cuando le consulto por el reciente escándalo de las filtraciones de secretos vaticanos, no se incomoda. Simplemente, contesta: "no me detendré pase lo que pase".

Al hablar de la situación de nuestro país, se muestra muy informado y convencido de que es necesario superar los niveles de violencia y confrontación que opacan la convivencia argentina. Más institucionalización, coincide, es la manera de superar los viejos traumas. También elogia las iniciativas que estamos promoviendo desde distintas entidades de la sociedad civil como el Club Político Argentino, Argentina Debate y otras entidades. "Así debe ser -dice- de abajo hacia arriba". Aunque sin estridencias, también se muestra confiado en que el camino de la justicia es el indicado para avanzar en el saneamiento de la vida pública. La corrupción es, sin dudas, una de sus mayores preocupaciones. Quiere predicar sencillez para cambiar los vicios de las cúpulas gobernantes.

Estamos llegando al final del encuentro. Fueron cincuenta minutos de una charla fascinante.

El Papa tiene preparados dos rosarios bendecidos para entregarnos a Carlos y a mí. Tomo coraje y le digo: "Uy, hay muchos amigos que me van a reclamar por qué no les llevé uno."

Se pone de pie, sale de la pequeña salita y vuelve a los pocos minutos con una bolsa repleta de crucifijos. Ni secretarios, ni asistentes, él mismo se encarga de la pequeña misión.

Con una bella sonrisa me dice finalmente que se siente feliz de haber conversado con nosotros.

Mientras subíamos las escaleras de Santa Marta, me doy vuelta para dar una última mirada a ese hombre gentil que me había permitido vivir uno de los acontecimientos más importantes de mi vida.

Ahí estaba Francisco, levantando su mano derecha. Diciendo, simplemente, chau. Como si estuviéramos saliendo de casa.


NOTA: Los destacados no corresponden a la nota original.

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