El 11 de noviembre del presente año se realizó la asamblea anual de la Asociados de Abogados por la Justicia y la Concordia, en ella las palabras más destacadas fueron las pronunciadas por el Dr. Ricardo Saint Jean, las que dejamos a continuación:
Si me disculpan, voy a traer por unos momentos la memoria de mi padre. General del Ejército argentino, del arma de
Infantería, y abogado recibido en la Universidad del Litoral.
Detenido en el domicilio a sus 85 años, a los 90 fue
llevado a juicio oral pese a contar con diez informes médico forenses que lo
declaraban incapaz para estar en juicio. Con Alzhaimer, cardíaco, y sin
movilidad en sus piernas, fue subido en silla de ruedas, esposado, al escenario
de un teatro alquilado por el Poder Judicial, para ser exhibido como un esclavo
en el circo, para deleite de un público vociferante.
No estaba solo.
En el juicio, detenidos y procesados como él, estaban oficiales y
suboficiales de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, entre ellos un
suboficial de más de 80 años, el Cabo Primero Patrau. Y uno de sus más admirados colaboradores en la
administración provincial, ex Juez que había condenado a guerrilleros
terroristas, el Dr. Jaime Smart.
Como ustedes saben, cuando había transcurrido un
año de juicio oral, les revocaron la detención domiciliaria por “peligro de fuga”. Enterados de la orden, los abogados de
Justicia y Concordia se ofrecieron a bloquear ellos mismos, con sus cuerpos, la
entrada de la Policía en su domicilio.
Pero mis padres, agradecidos, no quisieron. Smart fue enviado a Marcos Paz y mi padre y
el Cabo Patrau al Hospital Penitenciario de Ezeiza donde otro Cabo, Norberto
Cozzani, lo cuidaría paternalmente. Los
médicos no quisieron recibirlo en el estado en que se encontraba y se lo hicieron
saber al Tribunal. Los jueces los convocaron para amedrentarlos, pero ellos
resistieron. A los cinco días tuvo una
descompensación cardíaca y después de interminables idas y vueltas, fue enviado
al hospital militar. Cinco días después
concurrieron allí los Jueces a ampliarle la declaración indagatoria. Mi padre, cuando le avisé que venían, y pese
a estar en tan lamentable estado, corrió las sábanas e intentó ponerse de pié:
“no quiero que me vean así” me
dijo. Lo convencí para que permaneciera
acostado. Y me obedeció. Cinco días después agonizaba, mientras una
monja le tomaba la mano y le rezaba al oído, un rosario. Murió en mis brazos y los de uno de mis
hermanos.
Cuando en los 70 el comunismo internacional inició
su ofensiva invadiendo los territorios desnuclearizados del mundo, para someter
a los hombres a su doctrina de esclavitud,
Castro, Guevara, Santucho, y los que ellos sedujeron con sus ideas o con
sus métodos, como Verbisky, Firmenich, Perdía, Bonasso y tantos otros, se
equivocaron con la República Argentina.
Aquí había hombres a los que no iban a poder doblegar, porque habían
sido formados bajo el grito sagrado fundacional de nuestra Patria: “libertad, libertad, libertad”. Aquí había mujeres que nunca iban a permitir
que un Estado ateo les arrebatara sus hijos para educarlos a su antojo, odiando
a Dios.
A varios de ustedes les tocó enfrentarlos con la
palabra, con la pluma, o en la cátedra. En
las cárceles hoy yacen aquellos a quienes les tocó enfrentarlos con las armas. No
existió un sustento ético en la orden de batalla contra la guerrilla
terrorista, pero eso no es ni puede ser nunca responsabilidad del subordinado;
no obstante, ¿cómo hacer nosotros una crítica objetiva cuando tantos, en esas
horas trágicas, se escondían por temor a perder la vida?; ¿cómo criticar los
males producidos, cuando el Poder Judicial hoy día, con absoluta impunidad, los
reprime aplicándoles retroactivamente la ley penal?; ¿cómo hacerlo cuando encarcelan
a los ex Jueces y Fiscales que juzgaron a los terroristas que hoy nos
gobiernan, y a los militares y policías que los combatieron en el período
democrático?. ¿Cómo hacerlo si aprovechando la ilegalidad consagrada en estos procesos,
se persigue a sindicalistas, sacerdotes, empresarios y dueños de medios de
prensa considerados enemigos del gobierno? ¿Cómo detenernos a criticar si a
todos ellos se los juzga con tipos penales no escritos, desconociendo esa y
otras garantías constitucionales que rigen para el resto de los ciudadanos del
mundo civilizado?; si sólo a ellos no les conceden excarcelaciones, libertades
condicionales, salidas transitorias, se les niega el 2x1, se les prohíbe
estudiar y se les niegan a los ancianos las detenciones domiciliarias? y sobre
todo, cómo hacerlo cuando se los encierra y asesina en las prisiones como
animales, en nombre de una política de derechos humanos?
Una política de Estado que se ha transformado en un
plan criminal de persecución especialmente perverso, porque no lo protagonizan
los enemigos de ayer, muchos de ellos autocríticos con sus ideas o sus métodos
de entonces. Lo hacen a través de
parodias de juicios dirigidos por los corruptos o los que prefieren ignorar el
Derecho para conservar el amenazado beneficio de la jubilación
privilegiada. Son Judas, traicionando
aquello que debieran servir, vendiendo por 30 monedas, al que no debiera ser
condenado.
Formamos esta Asociación para salir en auxilio de
la Justicia y de la necesaria concordia entre los argentinos. Denunciamos aquí
y en el exterior, una y otra vez, el camino de la ilegalidad y de la
destrucción del Derecho que están realizando con y a través de ellos. Y
adoptamos a su vez la conducta del Cireneo, visitándolos en Marcos Paz, en
Ezeiza y en Villa Devoto todas las
semanas, sin falta, desde nuestro nacimiento como Asociación, visitando cuando
podemos el interior del país. Nuestra
tarea no sólo es denunciar lo que ocurre sino acompañarlos, escucharlos, hacernos
presentes, brindarles el agradecimiento y el reconocimiento por haber combatido
por la libertad. Somos para ellos, los
únicos sonidos amigos que escuchan en su camino de cruz.
Se abre ahora una luz de esperanza, luego de doce años
de una discriminación inédita en la historia judicial de nuestro país. Pero mucho de la victoria, y a veces temo que
casi toda ella, depende de nuestra insistencia, de nuestra fuerza, de nuestra
porfía. Yo, con el inmenso agradecimiento que siento por todos ustedes, por el
ejemplo de coraje que me dan especialmente algunos de los que veo esta noche,
los exhorto a levantar otra vez la guardia, a embestir nuevamente, a que no
cesemos en nuestra lucha hasta lograr la victoria, que es el restablecimiento
del Derecho para todos los argentinos.
Las denuncias internacionales que hacemos, los
pedidos de juicio político que estamos preparando, los petitorios urgentes a
las Comisiones de Justicia y Asuntos Constitucionales de ambas Cámaras y
nuestros llamados a los organismos humanitarios del exterior, entre ellos la
Cruz Roja Internacional, debieran llevar la firma de cien o doscientos de
nosotros.
Ya sé que algunos habrán imaginado y querido que
esta etapa de la vida fuera más tranquila, más pacífica. O que otros se encarguen de la tarea. Pero como dice Victor Frankl, no somos
nosotros los que debemos hacerle preguntas a la vida, es la vida la que nos
interpela a cada momento. A nosotros nos cabe solamente dar la respuesta
adecuada.
¿Quién ha dicho que íbamos a tener una vejez tranquila?
El cabo Patrau, mi padre, y más de 2.000 hombres fueron asesinados o están siendo
atormentados hoy día por quienes dicen servir a la Justicia, aquella a la cual
nos consagramos cuando abrazamos esta profesión. ¿Cómo permanecer impasibles
ante esto? ¿Quién ha dicho que existe un momento en la vida en el cual debemos
renunciar a lo que amamos? Aquí, en este recinto, no hay uno solo que haya
nacido para ser esclavo. Ni hay uno solo
que quiera vivir indiferente al dolor de tantos, ni que quiera ceder ante el empuje
de los perversos, los cobardes y los traidores.
Los que hace tiempo hicimos el servicio militar,
que aquí debemos ser mayoría, juramos una vez solemnemente a la Patria, seguir
constantemente su bandera, y defenderla, hasta perder la vida. Que sepan los equivocados, que aquí… aquí nadie
ha muerto todavía.
“En esa noche en la que El se hizo débil y capaz de sufrir, me hizo a mí
valiente y me revistió con sus armas. Desde ese momento no fui vencida en
ningún combate. Por el contrario, marché
de victoria en victoria y comencé una carrera de gigante…”. Esta frase no la pronunció ningún General
victorioso. Pertenece a Sta. Teresita
del Niño Jesús, una mujer que ganó el mayor de los combates… se venció a sí
misma. Los invito, los invitamos, a renovar
nuestros ideales. A volver a ser
jóvenes. Jóvenes de todas las edades. A desangrar nuestros nudillos golpeando las
puertas de lo que hasta ahora ha parecido ser una inexpugnable fortaleza; a
embestir contra sus anchos muros. A librar todas las batallas, las grandes y
las pequeñas, a incomodarnos, a viajar hasta la cárcel, a consolar a los que
están sufriendo. Los invitamos a no quejarnos más de la inacción de otros, a no
sentarnos en el sillón para nuestra lectura preferida o al almuerzo familiar, a
no sumergirnos en nuestras limpias sábanas para dormir en la noche, sin pensar
previamente en estos hombres y, al que crea, a rezar por ellos. Y al que no
tenga tiempo, a que done dinero para los gastos de la Asociación, que van
directo a la lucha por la libertad y la Justicia, que la caridad, como ha dicho
San Pedro, “cubre la multitud de nuestros
pecados”.
Estamos, señores, ante la batalla final. O triunfan
los postulados de nuestra Constitución, en la que Dios sigue siendo reconocido
como fuente de toda razón y justicia, y por su intermedio, el diálogo fraterno,
la unión y la reconciliación de los argentinos, o continuará triunfando el
odio, la ilegalidad, el Mal.
Ahora hay Jueces y políticos que vuelven a decirnos
que esta calamidad va tener una solución política. No podemos aceptar promesas
cuando, casi todas las semanas, se agrega un prisionero más a la siniestra
lista de más de 300 detenidos muertos.
La nueva Corte debe abandonar el criterio de la mayoría kirchnerista en “Arancibia Clavel”, y reestablecer los
criterios sentados por los Dres. Fayt, Belluscio y Vázquez en ese fallo, como
modo de reestablecer las garantías constitucionales avasalladas y la igualdad
ante la ley para todos los ciudadanos, o declarar -a 40 años de los hechos- la
insubsistencia de las acciones, y terminar con estos juicios ilegales y
vergonzosos.
Personalmente no quiero que esta etapa crucial del
combate, al igual que la muerte, me sorprenda en una cama, paralizado,
inactivo. Y no hablo del modo en que quisiera morir, lo que digo es que quiero vivir
de tal forma que los que quieran vencerme me encuentren, como quiso mi padre,
de pié. Como hicieron los suboficiales y
oficiales de todas las Policías del país, de la Gendarmería, la Prefectura o
los agentes penitenciarios presos, hombres de la Argentina profunda, que
sacaron sus machetes cuando la Patria los llamó al sacrificio. Porque quiero
vivir como los Dres. Julio Alfonso y Jorge Halperín, que no faltan un solo día de
la semana en la visita a los presos políticos. Como Oscar Vigliani y Alfredo
Solari, dando la vida por los demás. Como Jaime Smart y tantos otros presos que
ejercen virtudes heroicas consolando y asistiendo a otros en medio de la
desolación y la desgracia. Quiero vivir con la disposición de estos abogados
que se ofrecieron a ser murallas humanas contra las fuerzas del mal. Quiero vivir como esa monja que en lugar tomarse
un respiro, prefirió rezar al oído de mi padre agonizante, o como esos médicos que
se mantuvieron firmes, dispuestos a mantener los principios de su profesión,
afrontando las presiones, los odios, la propia conveniencia inmediata. Quiero descansar
sólo después de haber luchado con todas mis fuerzas, porque ya he vivido lo
suficiente como para saber que no es lo mismo la tranquilidad, que la paz…y que
a ella no se llega sino después de haberlo entregado todo.
Finalmente, quiero que cuando llegue la ley y la
concordia nuevamente a gobernar la Patria, que no lleve la victoria nuestro nombre,
el de ninguno de nosotros. Que a otros les agradezcan. Nuestra conquista habrá sido la más modesta,
la de haber mantenido la llama prendida en momentos en que parecía apagarse
definitivamente. Nuestro valor habrá
sido el de uno solo de nosotros, un solo abogado frente al Poder, clamando por
una misma ley para todos. Nuestro
triunfo habrá sido el grito que nadie quería escuchar, el paño frío sobre la
herida, el consuelo para el afligido, los momentos de calvario compartidos. En
la hora de la victoria, la magnitud del gozo, dependerá siempre del modo en que
hayamos sabido comportarnos en los momentos más difíciles.
Que los mártires argentinos de uno y otro bando,
que transitan ahora juntos, hermanados, los nuevos senderos de la Luz y de la Vida,
que es eterna, nos iluminen en este tramo crucial de la batalla, para que
seamos, todos nosotros, dignos de perseverar sosteniendo las banderas de la
Justicia y la Concordia hasta el final.
Ricardo Saint Jean
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