"Los
propios genocidas anunciaron entre muertos
y desaparecidos casi 45.000
personas".
Estela de Carlotto - “abuela” de Plaza de Mayo
Estela de Carlotto - “abuela” de Plaza de Mayo
Lo primero que me
viene en mente frente a esta pregunta, viendo lo que fue de la República en
manos de algunos de ellos o de sus alcahuetes en estos doce años, es que si
fuera cierto hoy tendríamos un gran País. No habríamos vivido en el desastre de
la última década ni hubiéramos transitado como bola sin manija treinta y tres
años de democracia en manos de ignorantes y ladrones, así en este orden de 1983
en adelante. Ni estaríamos hoy en la incertidumbre de saber que será de la
República en los años venideros.
Las cifras de bajas
de la guerrilla son imprecisas, pero no mucho. Sí sabemos con exactitud las
nuestras porque, tumbas sin consuelo pero sin olvido, nos obligaron, en el afán
vengativo de quienes se apoderaron del “curro”
de los derechos humanos, a recordar año a año y con fervor a aquellos que estos
han querido hacer desaparecer de la historia. Si no hubiera sido por este
recuerdo estoico e inmutable, Paula Lambruschini terminaría, en la “memoria” colectiva que querían imponer,
muerta atropellada por un ómnibus y Carlos Sacheri desnucado, después de misa,
al patinar en las escalinatas de la Catedral de San Isidro.
En la paranoia puesta
de manifiesto por los que han usufructuado la guerra que vivimos, todos los caídos -de ellos- son desaparecidos
o ejecutados. Esto conviene al relato de una “juventud maravillosa” que no mató, no persiguió y no torturó y que
si en algún momento tuvieron la
necesidad -porque “el pueblo y la patria”
lo demandaban- de ejecutar a alguien lo hicieron con el corazón contrito y sin
rabia. Más o menos un “Hansel y Gretel”
de los setenta.
Se ha demostrado
hasta el cansancio que los desaparecidos -algo inmensamente estúpido que le
costó el cargo al General Menéndez ya que él insistía en que hubiera cortes
marciales, ejecución y entrega del cuerpo a familiares- no fueron 30.000.
Primero por la afirmación de Luis Labraña, ex montonero, que afirma haber
inventado esa cifra estando exiliado en Holanda y segundo, porque cualquiera
que lea con detención el excelente libro de José D’Angelo, “Mentirás tus muertos” puede ver -hasta el cansancio y la náusea-
como se urdió la mentira de los 30.000 desaparecidos y cuál era el trasfondo de
este número; que esto sirviera para un espurio negociado que hizo millonario a
los buitres -machos o hembras- que manejan las “orgas” de los derechos humanos tira abajo la maravillosa mentira
con la que durante años se han dedicado a lavar el cerebro de los argentinos, y
eso es algo que no puede permitirse, porque esta fábula épica solo se sustenta
en la falacia.
Nada se cuenta en
ella de la “venta” de perejiles para
salvar el propio resuello, de los “propios”
fusilados por traidores, de los que se convirtieron en soldados de un
almirante, ni que estos, al entrar por Paso de los Libres en la contraofensiva
montonera de 1978, ya venían con el endoso en el cogote y que, de la mano de
quien después fue el general de la democracia, entraban a “La Polaca” como etapa de un viaje sin retorno.
Hay algo que con el
tiempo se torna peligroso y es dedicar la vida y la mente, más allá de los
beneficios obtenidos, a la construcción de una estafa moral. Hoy, la abuela
Carlotto ha decidido subir la apuesta y ha aumentado -solo ella conoce las
fuentes- en un 50% los tradicionales “desaparecidos”
de la guerrilla, al mismo tiempo que decía sentirse discriminada porque el
presidente Macri recibió a las víctimas del Holocausto y no a ella que,
convencida de la patraña que usufructuó, ha empezado a creer en una Shoa
vernácula.
Los síntomas de la
locura senil son variados y aparecen de forma progresiva, la confusión es el
primero de ellos.
Jose
Luis Milia
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