François Hollande se
habrá sentido decepcionado con su visita al parque de la memoria; vulgar y
urbano, carece éste de la grandeza desnuda de cualquiera de los cementerios
militares que pueblan el Chemin des Dames. Posiblemente se haya preguntado porque
ese memorial que, según le contaron, se hizo para recordar a 30.000 “desaparecidos” tiene tanto lugar
anónimo; pero, como invitado, sabe que siempre es mejor no curiosear y
limitarse a lo que había venido a hacer, un homenaje que sin duda alguna alegró
su corazón de izquierda, un homenaje que en Francia le costaría su conchabo
político pues nunca faltaría alguien que recordara que las homenajeadas -dos
monjas de pasado dudoso- se dedicaban a lo mismo que los que tiraban al blanco
en Bataclán.
Intercambio de fuego y explosiones durante del asalto policial al teatro Bataclan
Sin embargo, es un lujo que se puede dar. La Francia política exporta, escondido en la bolsa de los droits de l'homme, todo lo necesario para subyugar esos derechos; junto a la Legión Extranjera van los Hermanitos de Foucauld, en pareja con los expertos en guerra contrarrevolucionaria expide monjas versadas en gimnasia subversiva, pero han sabido vestirse con un ropaje cultural y político que hace que los cerebralmente colonizados de todo el mundo acepten que un homenaje hecho por un político francés sirve tanto como una foto con el Papa, aunque estas estén hoy, algo devaluadas.
En realidad, homenaje
más u homenaje menos, de lo que se trata acá es simplemente de esa “virtud”, la hipocresía, inherente a los
políticos de todo el mundo pero que en el caso de los políticos franceses, en
especial de izquierda, adquiere ribetes de epopeya. M. Hollande es un
socialista francés que de haber nacido en otras épocas bien podría haber
integrado gabinetes como el de Ramadier, Mendes-France y Mollet, donde eran
socialistas o radicales socialistas desde los ministros de colonias hasta los
Altos Comisionados de estos gobiernos en Indochina y Argelia sin olvidar a los
jefes de policía, de extrema confianza, que estos “próceres” llevaban a las colonias. Que el socialismo francés y sus
prohombres caminen plácidamente por la historia como si nada tuvieran que ver
con gobiernos que organizaron, provocaron o permitieron, según los casos y
según los periodos, el uso de la tortura y la eliminación física a lo largo de
su imperio es un ejemplo de cinismo manifiesto, pero son franceses y ellos
mismo se han perdonado.
De Hanói a Noumea, de
Tananarivo a Dakar, de Rabat a Argel en el siglo pasado o desde Trípoli a Alepo
hoy, no hay un solo integrante de gobierno socialista francés que por sí o por
salpicaduras no tenga las manos manchadas de sangre, pero siempre pueden darse
una vuelta por estas pampas para, si cuadra la ocasión, darnos una lección
sobre derechos humanos aunque el número de muertos que cargan en sus espaldas
sea varias veces múltiplo de ese número cabalístico que nos obsesiona: 30.000.
JOSE
LUIS MILIA
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