Recientemente
publiqué en mi columna Se me hace cuento una reflexión (*) sobre un cartel
situado en el recorrido de la muestra itinerante Carteles de la Memoria,
instalada desde hace varios años en el mismo espacio del Parque de la Memoria,
en Costanera Norte. La muestra, emplazada durante la égida kirchnerista,
incluye otro cartel especialmente ofensivo para nuestro consenso democrático.
Está ilustrado por
una urna, fajada con dos franjas negras que rezan: “Silencio” y “Perdón” y
debajo tiene el número 1983. Es decir, gráficamente, el cartel asocia la gesta
democrática del 83 con la impunidad y la censura. El texto, en sí mismo
confuso, detalla:
Llegada la
democracia, se hizo necesario encontrar una explicación frente a los hechos.
Pero la “Teoría de los dos demonios” y la “Teoría de las víctimas inocentes” se
encuadran dentro de un mecanismo de negación de lo sucedido, donde la sociedad
no acepta percibirse a sí misma como una perpetradora de injusticias y niega su
responsabilidad. En el Nunca Más se plantea que la sociedad –inocente en sí
misma- se había visto arrasada durante los años setenta por dos horrores: uno
proveniente de la extrema izquierda, la guerrilla, y el otro de la extrema
derecha, la represión del Estado militar. Pero en realidad no es posible
plantear la existencia de una “guerra” simétrica entre una fracción de la
sociedad y el aparato militar del Estado en toda su magnitud. La “Teoría de las
víctimas inocentes” considera más justificables las acciones del Estado
represor contra aquellas valoradas como “culpables”. Implica la atribución de
culpabilidad a aquellas víctimas que militaban en alguna organización, negando
el principio de inocencia y el derecho a la defensa en juicio. De esta manera
se reconstruye un pasado en el que no figura el apoyo popular que recibieron
los guerrilleros en los setenta.
Informe de la
Comisión Nacional sobre la desaparición de personas, Buenos Aires, Eudeba,
1985.
La confusión del
texto, que incluye al Nunca Más como bibliografía, pero no lo cita sino que lo
desprecia, abarca también varios períodos históricos en una enumeración
caótica: ¿a qué apoyo popular a los guerrilleros se refiere con los “setenta”?
¿A los montoneros asesinos de Aramburu? ¿A los montoneros e integrantes del ERP
masacrados en Trelew durante la presidencia de facto de Alejandro Agustín
Lanusse? ¿O a los integrantes del ERP que le declararon la guerra al Ejército
argentino durante la presidencia del democráticamente electo presidente
Cámpora? ¿O a los montoneros que asesinaron a Rucci durante la presidencia del
democráticamente electo Juan Domingo Perón? ¿O a los montoneros que
secuestraron a los Born y declararon la guerra al gobierno de María Estela
Martínez de Perón, cuando todavía existía la posibilidad de una salida
democrática? El “apoyo popular” que menta el cartel con alevosía y
premeditación no se calcula a mano alzada, ni por aclamación ni por aplauso:
hace ya dos siglos que las naciones libres de la Tierra dirimen el apoyo
popular por medio de las urnas. Esa misma urna a la que el cartel de marras
escarnece.
La única vez que
Montoneros se presentó cabalmente en las urnas, sin el equívoco de disfrazarse
y renegar de Perón al mismo tiempo, fue con el Partido Peronista Auténtico en
Misiones, en abril del 75. Obtuvieron un magro 5 por ciento de los votos. Que
la mayor parte del pueblo argentino haya mirado con simpatía el Cordobazo, o
con antipatía las sucesivas dictaduras que precedieron el retorno de Perón,
bajo ningún concepto amerita aseverar, mucho menos en un Parque de la Memoria,
que la sociedad los acompañó entusiasta y luego se lavó los manos. Las
organizaciones armadas Montoneros, ERP, entre otros grupos criminales,
contribuyeron a la destrucción del tejido democrático argentino, y
particularmente en el caso de Montoneros, alentaron la llegada del golpe
militar del 76. La cúpula sobreviviente de Montoneros también aderezó con
dinero y apoyo político el advenimiento de los indultos menemistas. La mayoría
del pueblo argentino votó a Menem, lo cuál no quiere decir que hayan
simpatizado con los remanentes montoneros que pusieron el restante del dinero
robado a los Born para contribuir a su campaña.
Un Parque de la
Memoria requiere de una cierta solemnidad y sobriedad en sus contenidos, no
debería incluir las parrafadas demagógicas del kirchnerismo, que oscilan entre
la ignorancia de la historia argentina y el desprecio explícito contra la
democracia parlamentaria. Un letrero recibe al visitante con el lema: “Pensar
es un hecho revolucionario”. No sé bien qué quiere decir. Pero sí sé que
recordar es necesario y esos carteles están adulterando nuestros recuerdos.
Marcelo Birmajer
Escritor
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