Por
Mauricio Ortín
En
los juicios sustanciados durante la presidencia de los Kirchner y la actual del presidente Macri contra
policías, militares, empresarios, jueces y sacerdotes, calificados con la
figura de delito de lesa humanidad, lo que se les atribuye es la responsabilidad
por los actos cometidos a la subversión durante la represión estatal en la década de 1970. El sambenito de
criminal de lesa humanidad le cabe le cabe a todo aquel, civil o militar, que
reprimió, colaboró o no denunció a los represores. El disparate jurídico-moral
que oficia de axioma de la “política de
derechos humanos” del gobierno anterior y del actual es que el acto de
reprimir a la guerrilla, más allá de la forma, es criminal en sí mismo. De
allí, que los jueces (incluidos los de la Corte Suprema), los fiscales, los
secretarios de derechos humanos de la nación y de las provincias confunden ex
profeso a la represión estatal con la patraña de que se trató de un genocidio
perpetrado por las FF.AA en connivencia con los empresarios, la oligarquía y el
gobierno de los EE.UU; “un plan
sistemático de persecución y aniquilamiento de un sector de la población civil”.
Esa es la figura penal en la que se incluye a todos aquellos que participaron,
o no (se condena sin pruebas), de la reacción natural, patriótica, defensiva,
obvia, legal e inexcusable (del gobierno constitucional, primero y del militar,
después) de reprimir a los terroristas del ERP y Montoneros que a fuerza de
asesinatos pretendían pavimentar su camino al poder e instaurar un Estado
totalitario. Claro que para hacer encajar los hechos históricos en tan estrecho
molde, jueces y fiscales hubieron de amputarlos mediante hachazo limpio. Llamar, por ejemplo, “población civil” a sujetos que se
reivindican todavía como soldados de un ejército que mataron, asaltaron
cuarteles, secuestraron, extorsionaron, robaron y que pretendieron provocar la
secesión de parte del territorio es la mentira más torpe y desmañada de la que se tenga memoria
en la historia del derecho. La niña judía Ana Frank, asesinada por los nazis,
era “población civil”. Lo mismo la
pequeña María Fernanda Viola, asesinada por el ERP. ¿Acaso existen jueces que
sostengan que los asesinos de María
Fernanda son más víctimas que la propia niña? Pues, de hecho, que sí. Allí está
la madre, Maby Picón, pidiendo la justicia que le niegan mientras los asesinos declaran como testigos víctimas
en la causa por el Operativo Independencia. Y para los políticos aquí no pasa
nada. Al gobernador de Tucumán o al presidente Macri no se les mueve un pelo. Sarlo escribió en esa línea a propósito del
carnicero que mató al delincuente que lo asaltó. Se refirió al fascismo que
anida en todos los que justifican ese tipo de acciones. También atribuyó
responsabilidades por dicho fascismo a la última dictadura militar. Nada dijo,
sin embargo, de los que asesinan policías o de los subversivos con sus
inumerables asesinatos. Tal vez, porque
como dice Gerardo Romano, los montoneros “mataban
con respeto”. Está claro que no se juzga el, cómo, se reprimió sino el
hecho de reprimir. El “cómo” se juzgó
en la causa 13 del Juicio a las Juntas. Allí los jueces (que no eran los
naturales) expresamente fallaron a favor de que existía la necesidad imperiosa
de reprimir; mas, condenaron la forma en que se reprimió. Dicho fallo, también,
afirma que se trató de guerra declarada
e iniciada por las bandas terroristas. En modo alguno sostiene la patraña
ridícula de un “plan sistemático de
exterminio de la población civil”. Mote, este último, que de ningún modo le
cabe a la Compañía de Monte “Ramón Rosa
Giménez”, la banda terrorista que actuaba en Tucumán. El rosario de hechos
incontrovertibles, como accesibles a cualquiera con un mínimo de voluntad, son
campanas de palo para los oídos de jueces y de funcionarios de derechos
humanos. Para estos, “El Operativo
Independencia” les resulta como esa
película de terror donde un grupo de cándidos Boy Scouts, durante un picnic, es sorprendido por militares
psicópatas y sedientos de sangre.
El
30 de junio de 1973, el jefe del ERP, Roberto Santucho, en conferencia de
prensa anuncia su teoría (hito actual de la “jurisprudencia”
argentina) según la cual reprimir a la guerrilla es un crimen. Textualmente,
advierte al gobierno constitucional de entonces: “Mientras se abraza con los militares contrarrevolucionarios se prepara
a atacar, junto con ellos, a la guerrilla… si se atreve a hacerlo, cediendo a
las presiones reaccionarias, se colocará sin duda en completa ilegalidad”
He
ahí la fuente del derecho argentino sobre
lesa humanidad.
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