Este escrito fue
enviado a la Dra. Elisa Carrió y a los más altos prelados de la Iglesia.
Leí atentamente su
artículo “Democratizar los corazones”
publicado en el diario Clarín el 5/12/2017 y reconozco lo doloroso de su tragedia, porque tuve cerca a familiares que perdieron a sus seres queridos asesinados de un disparo por la espalda
por el solo hecho de portar el uniforme de una institución de la República.
También tuve la
triste tarea de contener a la familia del Almirante
Guzzeti, condenado a vivir postrado
en una silla de ruedas, casi ciego y
con un proyectil en la cabeza hasta el fin de sus días, después de recibir
11 fierrazos en el cráneo de manos de un terrorista que quiso luego rematarlo con
un tiro de gracia a través de una almohada en la cara.
Esta
fue también una de las tantas tragedias
que ocurrieron en esta doliente Patria.
Como puede ver
señora, las tragedias fueron cosa
corriente en las familias argentinas en aquellos años, pero la finalidad de
este articulo no tiene por objeto polemizar sobre tan ingrato tema.
En su artículo usted
señala que en el juicio por los vuelos de la muerte 29 marinos fueron condenados
a pasar el resto de sus vidas en la cárcel. Su declaración da por sentado que
el juicio fue ecuánime en su desarrollo y condena final: una premisa falsa pues
se trató de un juicio arbitrario, plagado
de irregularidades procesales, alejado de los principios del Tratado de Roma y
de principios constitucionales fundamentales, que terminó condenando a personas
inocentes.
Es mi caso, señora,
ya fui condenado a cadena perpetua, sin pruebas y sin que se hayan siquiera
considerado los descargos presentados en mi alegato de defensa. En dicho
alegato, demuestro con documentación fehaciente que nunca pertenecí a un Grupo
de Tareas, que cumplí funciones en el Ministerio de Relaciones Exteriores donde
me desempeñaba como jefe de seguridad, que nunca estuve en la ESMA, que nunca
estuve en contacto con detenidos terroristas, que no fui aviador (soy Infante
de Marina) y que desconocía totalmente lo relacionado con los supuestos vuelos
de la muerte.
De
800 personas que pasaron por las audiencias durante siete años, ninguno me
conocía y ninguno declaró haberme visto en la ESMA.
Señora, quiero que
Ud. sepa que entre las personas por las que me condenan están sus hermanos.
Según el expediente, sus hermanos fueron detenidos el 18/9/77. En esa fecha, yo
me encontraba cumpliendo una comisión en el extranjero por resolución
ministerial Nº635/77, desde el 10/9/77 al 22/9/77. La documentación probatoria
no fue tomada en cuenta.
Me
encuentro en este momento condenado a cadena perpetua por crímenes que no
cometí. Tengo 80 años, por lo que esta condena arbitraria es una sentencia de
muerte.
Reitero: soy inocente
y ajeno a todos los hechos que se me imputan.
Cargará
usted en su conciencia el peso de mi injusta condena.
Dice usted “porque la justicia cancela la venganza
podemos restituir humanidad a nuestra vida de convivencia”. En la medida en
que la justicia siga siendo venganza solapada, no hay transformación posible
sino multiplicación del odio y marcas de un nuevo autoritarismo, el que surge
de la inmoralidad de un relato sesgado y parcial.
Más
que democratizar los corazones, deberíamos ser capaces de unirlos.
Como
bien dijo Martin Luther King: “la injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas
partes”.
Dios guarde su alma.
Eugenio
B. Vilardo
Capitán de Navío de Infantería
de Marina (R.E.)
Preso
político
NOTA:
Las imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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