Domingo 09 de
Septiembre de 2018
No había cumplido un
año cuando su padre murió en el atentado. A los pocos días la dieron en
adopción. La buscó varias veces, pero ella la rechazó
Las noticias. La edición de La Capital del 13 de septiembre de 1976 mostró los detalles del atentado. |
Silvina González aún
no había cumplido un año cuando su padre, Carlos, de 21, murió en el atentado
de Montoneros al colectivo de la policía en la esquina de Junín y Rawson. Ese
12 de septiembre de 1976 su vida, a pesar de su corta edad, cambió
drásticamente.
Hoy, 42 años después,
hace un enorme esfuerzo para contar qué le sucedió. De baja estatura, pelo
oscuro y unos ojos que denotan una profunda tristeza, dos veces intenta hablar
con La Capital en una destemplada tarde de jueves en el centro rosarino, y el
relato se interrumpe.
Sobrevivientes y familiares de la "masacre de Rosario" |
Está rodeada por sobrevivientes del atentado a quienes
conoció en los actos que cada 12 de septiembre se realizan en la esquina donde
estalló el coche bomba, en el barrio Refinería. En realidad no todos los
años la conmemoración se hace allí. Admiten que hubo algunos en los que les
aconsejaron no hacerlo y el recuerdo fue puertas adentro de la Jefatura de
Policía.
El relato de Silvina
se interrumpe porque llora. No lo puede controlar. Busca contar su historia y
no puede. Descansa mientras el resto recuerda escenas de muerte, confusión y
caos en un hospital.
Tras varios minutos
de silencio y estupor mientras escucha historias que ya le fueron contando con
el tiempo y que ella se encargó de investigar, incluso hasta golpeando las
puertas de La Capital, donde accedió al archivo y pudo ver las fotos del
atentado y leer las crónicas de ese día, vuelve sobre lo que le provoca más
angustia: los avatares del destino de
una nena que truncó ese coche bomba un nublado domingo de septiembre de 1976.
"No me quiso
más"
Silvina admite que
largas horas de terapia le permitieron poder salir adelante. Tras el asesinato de su padre, su mamá
entró en una profunda depresión. "Es
como que yo le hacía acordar a él y me rechazaba. A los pocos días del
atentado, ella me dio en adopción, no me quería ver", asegura.
Hace una pausa, una
más en un relato que le trae un montón de recuerdos dolorosos que ella, 42 años
después, ha decidido exorcizar contando públicamente.
Se crió primero con
una tía y luego con otro familiar. "Pasé
de familia en familia. Fue muy triste. A los seis años, me acuerdo, volví a ver
a mi mamá y ella me dijo que no quería saber nada de mí. A los 15 lo intenté
otra vez. La busqué. Me costaba entender el rechazo. La encontré y de nuevo me
dijo que me fuera", narra con la voz entrecortada.
Con los años buscó a
su abuela paterna. "La encontré. Ella me contó la historia de mi papá. Ahí pude
conocer qué había pasado, cómo había muerto. Ella tenía la bandera con la que
cubrieron el cajón cuando falleció y me la dio", señala.
A los 17 se casó,
formó una familia. Hoy es profesora de patín y tiene un hijo, que se alistó en
la Prefectura y estudia Derecho.
Ella
es una de las querellantes en la causa que se tramita en la justicia federal
para conocer quiénes fueron los artífices del atentado que mató a su padre.
A su madre ya no la busca más. Su vida tomó otro rumbo.
La
larga búsqueda de Ángela en una noche agitada
Ángela Acosta
recuerda perfectamente el día en que su hermano Andrés le dijo que le iba a comprar
una heladera a su madre. "Él quería
hacerle ese regalo, así que vivía haciendo adicionales para juntar la
plata", remarca.
Ese 12 de septiembre
de 1976 el servicio adicional era en la cancha de Central. Había que brindar
seguridad en el partido que el canalla disputaría con Unión y Andrés no lo
dudó. Tenía 25 años, era el mayor de tres hermanos y estaba a cargo de dos
hijos, uno de 4 años y otro de uno.
Ese domingo, cerca de
las 19, Ángela se enteró de que algo había pasado con el colectivo de la
policía en el que se trasladaba su hermano. Fue una jornada angustiante. Lo buscó entre los heridos en la
Asistencia Pública y no lo halló. La comunicación oficial fue lacónica. Era uno de los nueve policías que habían
muerto en el atentado.
"Me
acuerdo de que tuvimos que ir a reconocer los cuerpos a la Jefatura (donde hoy
funciona la sede local de Gobernación, en Santa Fe y Dorrego).Ya era de noche,
yo llegué con una cruz de claveles blancos en la mano y entré al edificio. De
inmediato un guardia me paró muy alterado y me preguntó dónde iba y qué
llevaba", rememoró la mujer 42 años después.
Le contó que venía a
reconocer el cuerpo de su hermano. "Los cajones estaban en el Salón
Blanco, uno al lado del otro y con un cartelito encima", señaló.
Según recordó, esa
noche reinaba el nerviosismo. "Los
guardias temían que atacaran la Jefatura, así que cuando yo entré con la cruz
de flores en la mano se me vinieron encima".
"Me
revisaron entera y me dejaron pasar. Me acuerdo de que estaba ahí y sentía que
mujeres que estaban detenidas en ese lugar gritaban «muerte a los policías».
Fue todo muy triste. Una locura. Los hijos de mi hermano nunca quisieron saber
algo sobre él y mi madre se murió hace cuatro años sin saber quién lo
mato".
NOTA:
Algunas imágenes y destacados no corresponden a la nota original.
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