En septiembre de 1976
una bomba estalló cuando pasaba un colectivo de la policía en zona norte.
Por Diego Veiga
Domingo 09 de Septiembre de 2018
Omar Olivera (iba en el ómnibus), Angela Acosta (murió su hermano), Silvina González (murió su padre) y Eduardo Ferraro (manejaba el colectivo) |
El reventón de la
cubierta preanunció el desastre. El colectivo policial empezó a balancearse
mientras el chofer, Eduardo Ferraro, intentaba no caer en el pozo que había
sobre la calle Junín, donde se estaba construyendo un emisario. Se escucharon
algunos impactos y al llegar a la intersección con Rawson, un coche voló por
los aires. Era un Citroën con una bomba de fragmentación en el interior. Los
proyectiles causaron decenas de heridos y once muertos, entre ellos, un
matrimonio que circulaba detrás del ómnibus en un Renault 12. Su hija, de 15
años, sobrevivió pero jamás pudo hablar de este hecho. Se fue de la ciudad.
Este miércoles se cumplirán 42 años del mayor atentado perpetrado por la
organización Montoneros en Rosario. El hecho no tiene culpables y la
investigación de la Justicia federal nunca avanzó.
El domingo 12 de septiembre
de 1976 amaneció nublado. Ferraro había comenzado a trabajar muy temprano. "Llevé un servicio a Villa Constitución
y cuando volví me dijeron que me tenía que quedar porque el otro chofer había
pasado parte de enfermo", recuerda hoy con 78 años apoyado en el
bastón que usa desde ese día, cuando una esquirla le destrozó la cabeza del
fémur y le dañó severamente la arteria femoral. En la cara recibió otros dos
impactos.
En la Jefatura de
Policía se alistaban efectivos del Cuerpo Guardia de Infantería que iban a
prestar un servicio adicional en la cancha de Central, donde el conjunto
canalla dirigido por Alfio Basile enfrentaría a Unión. Como sucede hasta hoy,
los adicionales permitían sumar algunos pesos a los sueldos policiales. Eso es
lo que había llevado a Andrés Acosta, un cabo de 25 años, a anotarse para
cubrir el servicio. "Andrés le
quería comprar una heladera a mi mamá y por eso vivía haciendo
adicionales", recuerda su hermana Angela.
Buscando los cascos y
escudos para partir hacia el Gigante de Arroyito también estaba Carlos
González, un suboficial de 21 años a quien el fanatismo por el Central que
alistaba a Pascuttini, Killer, Aimar, Van Tuyne y Potente, lo había llevado a
anotarse para hacer adicionales. Era el más joven de todos los policías que ese
día iban a ser blanco del atentado de Montoneros. Su muerte abrió una triste
historia para Silvina, su pequeña hija de por entonces poco menos de un año.
"Lalo"
(así dice que lo conocen sus camaradas) Ferraro tuvo que cubrir a su compañero
enfermo. Se sentó detrás del volante del colectivo Mercedes Benz de la policía
y partió con 21 efectivos hacia la cancha. Ese día Central ganó 2 a 1 con goles
de Potente y nada preanunciaba lo que sucedería unos minutos después.
"Estábamos
por volver cuando el comisario a cargo me dice que había salido otro servicio
adicional, una pelea de boxeo en Sportivo América, así que me pidió que
volviera lo más rápido posible para el centro",
rememora Ferraro.
Infierno
El suboficial cumplió
la orden. Tomó por Gorriti, dobló en una arteria que no recuerda bien para
poder conectar con Junín y allí se encontró con el pozo de la obra del
emisario. Detrás del ómnibus, ajeno a lo que sucedería, Oscar Ledesma, un
fotógrafo de 56 años manejaba su R12 junto a su esposa, Irene Dip, de 42, y la
hija de ambos, Andrea, de 15 años.
Delante del colectivo
de la policía, en tanto, una mujer trasladaba a cinco chicos en un taxi. Habían
pasado pocos minutos de las 18. En la ochava de Rawson y Junín, del lado de los
números pares, estaba estacionado un Citroën 3 CV color rojo.
"Yo
venía sentado en la parte derecha del colectivo, en el tercer asiento del lado
de la ventanilla. Tu hermano venía al lado mío, del lado del pasillo",
le dice Omar Olivera, hoy de 70 años, a Angela, la hermana de Andrés Acosta.
Olivera habla en voz
muy alta. No escucha bien desde ese día. Una esquirla le perforó el cráneo y le
dañó la audición. "Acosta se
incorporó, bajó del colectivo y se desplomó", le cuenta a la mujer,
que siempre había creído que su hermano había muerto en el acto a bordo del
ómnibus.
El estallido de la
bomba fue quirúrgico. El Citroen voló en mil pedazos justo cuando el colectivo
pasaba a escasos metros. El matrimonio Ledesma murió en el acto. Su hija fue
llevada al hospital y salvó su vida. Desde ese día no quiso volver a hablar del
hecho. La Capital intentó infructuosamente contactarla. Ya no vive en Rosario y
quienes conocen la causa de cerca aseguran que quedó muy afectada por la muerte
de sus padres.
Carlos Gallaza, un
hombre que reparaba una moto en la ochava nordeste de Rawson y Junín también
resultó herido, al igual que un niño que iba en un taxi Ford Falcon delante del
colectivo.
En el ómnibus, en
tanto, las escenas fueron dantescas. Cuerpos mutilados y gritos desgarradores
coparon la tarde en el barrio Refinería.
"Todos
los que venían sentados del lado izquierdo del colectivo murieron. Fue una
explosión tremenda. A mí me pegó un ruleman en la cara, porque la bomba estaba
hecha con todo tipo de municiones. Me pegó en la cara y me destrozó. Otra
esquirla me partió el casco y me rompió el cráneo",
señala Olivera.
"Me
acuerdo de Luna, un muchacho que estaba prácticamente destrozado, unos ayudaban
a otros. Fue tremendo. Yo me bajo y trato de reaccionar un poco y Luna me
preguntaba si se iba a morir. Yo le decía que no, que estaba bien, pero tenía
todas las tripas afuera", asegura.
Entre
los muertos
"Lalo"
Ferraro también estaba muy malherido. Una esquirla le había entrado por la
cadera. "Lo último que me acuerdo es
que me subieron al baúl de un auto y me llevaron a la Asistencia Pública (donde
hoy está el Cemar, en Moreno y San Luis)", asegura.
Allí todo era caos.
Los heridos se amontonaban. Ferraro asegura que a él lo pusieron junto con los
cadáveres y que fue un instructor suyo el que se dio cuenta de que aún estaba
con vida. Lo trasladaron al Italiano y allí estuvo cuatro meses internado.
Después fue derivado al Hospital Churruca, en Buenos Aires. Le salvaron la vida
pero las secuelas del atentado le quedaron para siempre.
"Lo
que más complicó a los heridos fueron las infecciones",
asegura y detalla que los médicos le contaron que las municiones que había
dentro de la bomba de fabricación casera "estaban
impregnadas de deshechos y materia fecal, con el objetivo de infectar una vez
que entraban a los cuerpos".
Días después
Montoneros se adjudicó el atentado. La bomba mató a nueve policías y dos
civiles, causó decenas de heridos y aún hoy produce un amargo recuerdo en los
vecinos de la zona.
No hubo detenidos ni
sospechosos. En mayo de este año, el Juzgado Federal N 4 de Rosario, a cargo de
Marcelo Bailaque, aceptó como querellantes en esta causa a viudas e hijos de
fallecidos en el atentado. Su representante legal, Gonzalo Miño, adelantó que
en pocos días aportará pruebas que señalan quiénes idearon y llevaron adelante
el hecho. Mientras tanto, 42 años después, este miércoles volverán a recordar a
las víctimas, a las 16, con un acto en la esquina de Junín y Rawson.
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