El
Grupo de Puebla se convocó con el lema “el
progresismo es el cambio”. Pero en la región, empezando por Bolivia, hay
muchos procesos de cambio con otras ideas en la cabeza. Y dos países estancados
de lo más “progresistas”: la
Argentina y Venezuela.
Por
Marcos Novaro
Publicada:
31/12/2019, 09:38hs.
Evo Morales, el fin de semana, en Buenos Aires (foto AFP) |
Hay
una buena noticia en la región, que puede pasar desapercibida si se atiende
solo a los despelotes callejeros en danza: las
democracias aguantan las crisis, sean económicas, sociales o institucionales,
logran ofrecer alternativas de cambio y sostener gobiernos que en un sentido u
otro tratan de innovar. Así que no habría tantos motivos como se suele pensar
para hablar de democracias en riesgo o en retroceso, ni mucho menos para
sospechar que América Latina regrese a viejos vicios como el militarismo, la
crónica falta de legitimidad y representatividad de las autoridades, o la
pasión por los golpes de Estado.
Lo
más sorprendente e inesperado al respecto es lo que sucedió y sigue sucediendo
en Bolivia. Ha quedado a la luz la
falsedad de la idea de que Evo fue desplazado del poder por una conjura de la
ultraderecha racista y los uniformados. Los principales actores que lo
dejaron en off side cuando intentó el fraude, y lo vuelven a marginar ahora de
la competencia electoral, proceden de su propio bloque. Son actores que se
cansaron de su autoritarismo, reniegan de su llamado apenas solapado a generar
vacío de poder y una guerra civil y prefieren competir en pie de igualdad con
las demás fuerzas políticas, antes que convertir al MAS en una fuerza
antisistema o en un partido único. Lo han dicho abiertamente las máximas
autoridades legislativas, ante el intento de Evo y su claque de digitar a los
candidatos desde su exilio porteño: reconocen al gobierno de transición y
apuestan a renovar su partido, entendiendo esa es la mejor forma de preservar los logros de 14 años de gobierno. En
suma, hacen lo que nunca se animaron a hacer aquí los neoperonistas de los
cincuenta y sesenta, o los supuestos renovadores de los últimos años. Lo más
probable es que de las elecciones resulte un gobierno no hegemónico, que tenga
que negociar y someterse a reglas mucho más de lo que Evo estuvo jamás
dispuesto a hacer, reintroduciendo las dosis mínimas necesarias de tolerancia y
liberalismo político.
Jair Bolsonaro juega a Papá Noel (Foto Reuters) |
Lo
más importante para la región, de todos modos, es lo que está sucediendo en
Brasil. Parece que Jair Bolsonaro puede
terminar siendo bastante menos dañino para su democracia que innovador para su
economía. Si lo logra no será por haber impuesto una ultraderechista y
fanática visión aperturista, si no por aprovecharse del hecho de que el
proteccionismo y el nacionalismo económicos están hace mucho en declive en la
sociedad y en las elites: la amplia mayoría se ha convencido de que no va a
volver el crecimiento si no se abre la economía, de allí que más allá de la
popularidad que logre retener Bolsonaro, que parece no será mucha, no haya
mayores obstáculos a la vista para que avance con reformas que años atrás
hubieran sido impensables.
Eso
para la Argentina supone riesgos y problemas, porque estamos mucho peor preparados para abrirnos a la competencia
internacional. Pero también aporta desde afuera un aliciente al cambio, y
corrige un problema que venimos padeciendo de largo: el Mercosur funcionó en
gran medida para nosotros como un refugio para estirar artificialmente la
sobrevida de una economía cerrada que hace mucho más tiempo que a los
brasileños nos da malos resultados; es decir, sirvió hasta aquí para fortalecer
el statu quo económico, pese a su decepcionante
desempeño. Que Brasil esté cambiando
altera esta situación y a la corta o a la larga nos obligará también a cambiar.
Ojalá no sea tan a la larga, ni tan a trancas y barrancas como hoy parece. No
ayuda mucho en ese sentido que la principal apuesta de nuestro nuevo gobierno
sea esperar que los tradicionales baluartes del proteccionismo brasileño, los
militares y los industriales de San Pablo, frenen a Bolsonaro. No lo van a
hacer, y nos vamos a quedar esperando.
Las protestas que en Chile derivaron en reformas constitucionales (EFE/ Elvis González) |
También
la evolución reformista de la crisis en Chile alienta a ser a mediano plazo más
bien optimistas. Contra la idea de que con las protestas “se cayó el modelo regional promercado” y ganaría impulso el
populismo radicalizado, es más probable que suceda lo contrario: con una rápida
reforma constitucional y una mayor atención a los déficits sociales Chile podrá volver a demostrar que el
capitalismo democrático es nuestra mejor opción para el desarrollo en la
región, entre otras cosas porque es el mejor sistema para cambiar reglas de
juego consensual y razonablemente, sin destruir los motores de la convivencia
ni de la acumulación. Seguirá siendo el contraejemplo de tantos otros regímenes
económicos e institucionales que no dejaron más que penurias a su paso. Y los
que ahora festejan una supuesta brisa bolivariana van a tener que volver a
pensarlo, o mejor dicho, como siempre han tendido a hacer, dejarán de hablar
del tema cuando las evidencias los incomoden y desmientan sus preferencias.
Uruguay, mientras tanto, está procesando
civilizadamente su alternancia a un gobierno más de derecha,
y se aleja de los pocos países que van quedando estancados en la visión “progresista”. Y puede que eso ayude a
su izquierda a sacudirse del todo las afinidades chavistas y castristas, para
que pronto vuelva a ser realmente una fuerza de cambio. ¿Y Perú, Ecuador y
Colombia? Gobiernos de centro y centroderecha están allí acusando el golpe de
protestas y crisis políticas que pueden verse como amenazas al orden, pero
también terminar sumando fuerzas a favor de reformas modernizadoras, socialmente integradoras y, sobre todo,
democratizadoras.
“Los dirigentes del MAS
boliviano hacen lo que nunca se animaron a hacer aquí los neoperonistas de
los cincuenta y sesenta, o los supuestos renovadores de los últimos años”.
|
En
ninguno de esos casos, el sistema político está estancado, ni impera el temor
al cambio que domina entre nosotros. Y por más polarización que haya, pareciera haber menos grieta que en
nuestros pagos. ¿Por qué? Porque lo que se suele achacar a la famosa y
nunca bien analizada grieta en verdad tiene que ver no tanto con la
polarización en sí, como con otros rasgos que nos distinguen: el bloqueo y la
frustración con los proyectos de cambio. No es que la polarización sea entre
nosotros más extensa o virulenta que en esos otros países, lo que sucede acá es
que nuestras fuerzas favorables a cambios económicos e institucionales
imprescindibles han sido bloqueadas por actores corporativos y políticos que
imponen su preferencia por el statu quo, o por restauraciones aún más
reaccionarias, disfrazándose de “progresistas” y reformistas sociales; como
resultado de lo cual se generaliza la frustración y el resentimiento. Esta es
la combinación de factores que desde hace ya un par de décadas nos está impidiendo salir del pozo y
nos vuelve a enfrentar una y otra vez con los mismos problemas, solo que un
escalón más abajo cada vez.
Por
Marcos Novaro
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
No dejar comentarios anónimos. Gracias!