jueves, 2 de enero de 2020

BOLIVIA SE ALEJA DE EVO Y TODO CAMBIA EN AMÉRICA LATINA, SALVO LA ARGENTINA


El Grupo de Puebla se convocó con el lema “el progresismo es el cambio”. Pero en la región, empezando por Bolivia, hay muchos procesos de cambio con otras ideas en la cabeza. Y dos países estancados de lo más “progresistas”: la Argentina y Venezuela.

Por Marcos Novaro
Publicada: 31/12/2019, 09:38hs.

Evo Morales, el fin de semana, en Buenos Aires (foto AFP)

Hay una buena noticia en la región, que puede pasar desapercibida si se atiende solo a los despelotes callejeros en danza: las democracias aguantan las crisis, sean económicas, sociales o institucionales, logran ofrecer alternativas de cambio y sostener gobiernos que en un sentido u otro tratan de innovar. Así que no habría tantos motivos como se suele pensar para hablar de democracias en riesgo o en retroceso, ni mucho menos para sospechar que América Latina regrese a viejos vicios como el militarismo, la crónica falta de legitimidad y representatividad de las autoridades, o la pasión por los golpes de Estado.

Lo más sorprendente e inesperado al respecto es lo que sucedió y sigue sucediendo en Bolivia. Ha quedado a la luz la falsedad de la idea de que Evo fue desplazado del poder por una conjura de la ultraderecha racista y los uniformados. Los principales actores que lo dejaron en off side cuando intentó el fraude, y lo vuelven a marginar ahora de la competencia electoral, proceden de su propio bloque. Son actores que se cansaron de su autoritarismo, reniegan de su llamado apenas solapado a generar vacío de poder y una guerra civil y prefieren competir en pie de igualdad con las demás fuerzas políticas, antes que convertir al MAS en una fuerza antisistema o en un partido único. Lo han dicho abiertamente las máximas autoridades legislativas, ante el intento de Evo y su claque de digitar a los candidatos desde su exilio porteño: reconocen al gobierno de transición y apuestan a renovar su partido, entendiendo esa es la mejor forma de preservar los logros de 14 años de gobierno. En suma, hacen lo que nunca se animaron a hacer aquí los neoperonistas de los cincuenta y sesenta, o los supuestos renovadores de los últimos años. Lo más probable es que de las elecciones resulte un gobierno no hegemónico, que tenga que negociar y someterse a reglas mucho más de lo que Evo estuvo jamás dispuesto a hacer, reintroduciendo las dosis mínimas necesarias de tolerancia y liberalismo político.

Jair Bolsonaro juega a Papá Noel (Foto Reuters)

Lo más importante para la región, de todos modos, es lo que está sucediendo en Brasil. Parece que Jair Bolsonaro puede terminar siendo bastante menos dañino para su democracia que innovador para su economía. Si lo logra no será por haber impuesto una ultraderechista y fanática visión aperturista, si no por aprovecharse del hecho de que el proteccionismo y el nacionalismo económicos están hace mucho en declive en la sociedad y en las elites: la amplia mayoría se ha convencido de que no va a volver el crecimiento si no se abre la economía, de allí que más allá de la popularidad que logre retener Bolsonaro, que parece no será mucha, no haya mayores obstáculos a la vista para que avance con reformas que años atrás hubieran sido impensables.

Eso para la Argentina supone riesgos y problemas, porque estamos mucho peor preparados para abrirnos a la competencia internacional. Pero también aporta desde afuera un aliciente al cambio, y corrige un problema que venimos padeciendo de largo: el Mercosur funcionó en gran medida para nosotros como un refugio para estirar artificialmente la sobrevida de una economía cerrada que hace mucho más tiempo que a los brasileños nos da malos resultados; es decir, sirvió hasta aquí para fortalecer el statu quo económico, pese a su decepcionante desempeño. Que Brasil esté cambiando altera esta situación y a la corta o a la larga nos obligará también a cambiar. Ojalá no sea tan a la larga, ni tan a trancas y barrancas como hoy parece. No ayuda mucho en ese sentido que la principal apuesta de nuestro nuevo gobierno sea esperar que los tradicionales baluartes del proteccionismo brasileño, los militares y los industriales de San Pablo, frenen a Bolsonaro. No lo van a hacer, y nos vamos a quedar esperando.

Las protestas que en Chile derivaron en reformas constitucionales (EFE/ Elvis González)

También la evolución reformista de la crisis en Chile alienta a ser a mediano plazo más bien optimistas. Contra la idea de que con las protestas “se cayó el modelo regional promercado” y ganaría impulso el populismo radicalizado, es más probable que suceda lo contrario: con una rápida reforma constitucional y una mayor atención a los déficits sociales Chile podrá volver a demostrar que el capitalismo democrático es nuestra mejor opción para el desarrollo en la región, entre otras cosas porque es el mejor sistema para cambiar reglas de juego consensual y razonablemente, sin destruir los motores de la convivencia ni de la acumulación. Seguirá siendo el contraejemplo de tantos otros regímenes económicos e institucionales que no dejaron más que penurias a su paso. Y los que ahora festejan una supuesta brisa bolivariana van a tener que volver a pensarlo, o mejor dicho, como siempre han tendido a hacer, dejarán de hablar del tema cuando las evidencias los incomoden y desmientan sus preferencias.

Uruguay, mientras tanto, está procesando civilizadamente su alternancia a un gobierno más de derecha, y se aleja de los pocos países que van quedando estancados en la visión “progresista”. Y puede que eso ayude a su izquierda a sacudirse del todo las afinidades chavistas y castristas, para que pronto vuelva a ser realmente una fuerza de cambio. ¿Y Perú, Ecuador y Colombia? Gobiernos de centro y centroderecha están allí acusando el golpe de protestas y crisis políticas que pueden verse como amenazas al orden, pero también terminar sumando fuerzas a favor de reformas modernizadoras, socialmente integradoras y, sobre todo, democratizadoras.


“Los dirigentes del MAS boliviano hacen lo que nunca se animaron a hacer aquí los neoperonistas de los cincuenta y sesenta, o los supuestos renovadores de los últimos años”.


En ninguno de esos casos, el sistema político está estancado, ni impera el temor al cambio que domina entre nosotros. Y por más polarización que haya, pareciera haber menos grieta que en nuestros pagos. ¿Por qué? Porque lo que se suele achacar a la famosa y nunca bien analizada grieta en verdad tiene que ver no tanto con la polarización en sí, como con otros rasgos que nos distinguen: el bloqueo y la frustración con los proyectos de cambio. No es que la polarización sea entre nosotros más extensa o virulenta que en esos otros países, lo que sucede acá es que nuestras fuerzas favorables a cambios económicos e institucionales imprescindibles han sido bloqueadas por actores corporativos y políticos que imponen su preferencia por el statu quo, o por restauraciones aún más reaccionarias, disfrazándose de “progresistas” y reformistas sociales; como resultado de lo cual se generaliza la frustración y el resentimiento. Esta es la combinación de factores que desde hace ya un par de décadas nos está impidiendo salir del pozo y nos vuelve a enfrentar una y otra vez con los mismos problemas, solo que un escalón más abajo cada vez.

Por Marcos Novaro

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