El
asesinato en 1974 del brillante filósofo católico puso fin a un magisterio
espiritual que empezaba a proyectarse sobre la política del país en tiempos de
violencia y discordia. La palabra de su biógrafo.
POR
JORGE MARTÍNEZ 22.12.2019
Era
un hombre cordial pero enérgico, admirado por su inteligencia y su erudición de
tomista eximio, un conferencista incansable que viajó por todo el país (y
también por Uruguay y Chile) dando charlas ante públicos diversos, y un
católico valiente que no tuvo miedo de levantar la voz en tiempos aciagos. Ese
compromiso extremo, ejemplar, le costó la vida en un sacrificio martirial que
hoy pocos conocen, y menos aún valoran.
Aquello
ocurrió hace hoy 45 años, el 22 de diciembre de 1974. Carlos Alberto Sacheri
fue asesinado un mediodía de domingo en la localidad bonaerense de San Isidro,
cuando volvía de misa en auto acompañado por su numerosa familia (era casado y
tenía siete hijos). Una minúscula banda guerrillera de izquierda, la misma que
dos meses antes había asesinado a otro pensador católico, Jordán Bruno Genta,
se atribuyó el crimen. Que fue un crimen de odio religioso, así confesado por
sus autores en una irreverente comunicación distribuida tiempo después del
hecho.
De
ese modo terminó, a los 41 años, la vida terrenal de Sacheri. En su legado
intelectual quedaron dos libros decisivos, incontables publicaciones menores,
varias de las cuales había tenido que firmar con seudónimo a modo de
protección, y un persuasivo magisterio personal como profesor universitario,
orientador académico y espiritual, y gestor de cursos, clases, publicaciones,
institutos y entidades dirigidas a la difusión del bien, la verdad y la
belleza, incluso en las horas más adversas, sobre todo en las horas más
adversas.
Puesto
que desde entonces quedó del lado políticamente incorrecto de la grieta
ideológica, hoy no se alaba a Sacheri como el "intelectual comprometido" que fue. Su historia merece
recordarse. A mediados de la tumultuosa década de 1960, después de
perfeccionarse en universidades del exterior, el joven profesor regresó al país
para emprender un auténtico apostolado. Dos peligros veía abatirse en esos años
sobre las almas y las mentes de sus compatriotas. En la Iglesia, la desviación
del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que ganaba terreno y
amenazaba con romper la unidad de la Fe, ante la aparente pasividad de las
jerarquías eclesiásticas.
En
las universidades, el avance de los ideólogos de izquierda que estaban logrando
convertir a las cátedras en fábricas de combatientes por el socialismo.
Al
primer mal Sacheri dedicó una solicitada dirigida a los obispos argentinos ("A nuestros padres en la fe")
que apareció con su nombre y apellido en mayo de 1969 en dos de los principales
diarios del país. Y que fue la semilla de lo que al año siguiente se
convertiría en La Iglesia Clandestina, su libro más famoso, y la expresión más
cabal de eso que su biógrafo, Héctor H. Hernández, llama la "vida pública" de Sacheri, el
inicio de "una locura de reuniones,
de conferencias, de proyectos, de viajes".
LA DENUNCIA
"Sacheri comprendió que en la Iglesia se
jugaba en gran parte el destino de la Argentina y de Occidente -opina
Hernández, autor del completísimo Sacheri, predicar y morir por la Argentina
(Vórtice, 2007). Por eso hizo una denuncia totalmente bondadosa, pero firme y
sin pelos en la lengua, con una tenacidad que le llevó a hablar en todo el
país, en todos los auditorios, por todos los medios incluso televisivos y
radiofónicos, disertando varias veces por semana y hasta por día, contra esos
curas al revés que querían la conversión de la Iglesia al mundo en una especie
de laicismo con palabrería clerical, y no la del mundo a la Iglesia. Y se puede
decir que en la época venció a los tercermundistas, consiguiendo que los
dirigentes argentinos de aquélla pusieran alguna firmeza en el asunto".
Al
otro mal, la manipulación marxista de las universidades, Sacheri destinó su
vida misma como profesor de Filosofía, carrera que había perfeccionado en
Canadá bajo la guía del belga Charles de Koninck, un tomista de relevancia
internacional, y que a partir de 1967, pese a las posibilidades que se le
ofrecían en el extranjero, eligió continuar en el país. Aquí enseñó en la UCA y
en la UBA (donde llegó a ser coordinador del área de ingreso a la universidad),
con clases que merecieron el elogio de académicos como el Premio Nobel Bernardo
Houssay, José Luis de Imaz (decía que en sus lecciones "se producía una ósmosis tremendamente curiosa" entre
tema y expositor) o Carlos Escudé, de quien Sacheri fue director de tesis.
Ese
apostolado personal también se manifestó en incontables charlas, conferencias y
cátedras privadas para las que siempre encontraba tiempo pese a una ocupada
vida profesional y familiar. (El doctor Jorge Ferro ha recordado, en una
reciente entrevista filmada con Sebastián Randle, los cursos de lectura de la
Suma Teológica que Sacheri aceptó darles durante un año a él y a un pequeño
grupo de jóvenes que hacia 1972 se reunían una vez por semana, a la noche). No
rechazaba ningún auditorio, ya fueran académico u obrero, militar o
eclesiástico, propio o ajeno. Evitaba encerrarse en círculos y no le temía a la
competencia de sus adversarios ideológicos, que justamente por eso veían en él
a un enemigo peligroso, "porque
sabía mucho y nunca se enojaba ni insultaba", según un testimonio
recogido por Hernández. Tampoco le importaba el número de oyentes ("aunque haya dos personas, yo igual
voy", solía repetir) ni la geografía donde demandaran su presencia.
TODO PARA TODOS
"Mi experiencia de los testimonios que he
recogido es que los que hablaban de Sacheri se superaban a sí mismos en su
capacidad de describir a una persona"
-recuerda Hernández-. Lo entendían todos, convencía a todos, y nadie podía
correrlo ni por derecha ni por izquierda. Todos lo reconocían como un
intelectual valioso y como un tipazo. Alguien ha dicho de él que "hacía amable la verdad".
Su
segundo libro, El orden natural (publicado inicialmente en 1972 con otro
título), es una recopilación de artículos que habían aparecido a lo largo de 50
domingos en el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca. En ellos Sacheri hizo
un acertado compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en momentos de
confusión y fuga a los extremos ideológicos. "Creyó que había una tercera solución, ni liberal capitalista ni
socialista sino de justicia social y patriotismo, para los problemas políticos"
-observa Hernández-. Vio la practicidad salvadora y justiciera de la verdad y
la justicia. El Orden natural y cristiano. Y reivindicó la misión del laico
contra el clericalismo, cada vez mayor en la Iglesia, en "la instauración en Cristo de la sociedad".
Promediada
la década de 1970, Sacheri era ya mucho más que un profesor universitario. La
política nacional lo convocaba. Se había convertido en un "estratega" intelectual, en un "hombre nexo" entre sectores diversos y hasta enfrentados
que buscaban salidas para un país que marchaba hacia un abismo de violencia y
destrucción. Algunos pedían para él el Ministerio de Educación; otros lo
consideraban el único "presidenciable"
que podía ofrecer el catolicismo tradicional y nacionalista en una eventual
etapa de recambio.
"En Sacheri confluían fuerzas de relativa
importancia y él era muy convocante"
-completa Hernández-. No dejaba los
flancos que deja la llamada "derecha" y la llamada
"izquierda". Si el político Sacheri hubiera sobrevivido y tomado
posiciones en un nuevo gobierno, no necesariamente militar... porque podía
darse tranquilamente otra salida, hubiera habido justicia social y política,
sin desaparecidos seguramente, sin la deuda externa que fabricó (José Alfredo)
Martínez de Hoz".
Las
balas asesinas frustraron esa posibilidad. Sacheri murió, pero quedaron sus
libros, sus artículos y el ejemplo que marcó a innumerables alumnos y
discípulos. Lo atestigua un documento que Hernández encontró entre los papeles
que atesoraba con devoción el padre de Sacheri. Era una nota firmada por un "Alumno anónimo de la UCA" que
había salido en el número 3 de la revista Claustro. Algunas líneas que decían
poco y lo decían todo. Decían esto: "Profesor
Sacheri, lo quiero mucho. Le debo casi toda mi formación intelectual y una
buena parte de mi visión del mundo. Lo quería, más que como un amigo, como a un
padre que me había dado vida espiritual...".
Jorge
Martínez
@JorgeGMar
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