Sísifo,
rey de Efira era reputado como el más astuto de los hombres pero era también
avaro y mentiroso y no trepidaba en recurrir a medios ilícitos para incrementar
su riqueza. Bien podría ocupar el lugar de “santo”
patrono para un pueblo que ha divinizado la picardía y la deshonestidad con el
eufemismo de “viveza criolla”.
Que
haya sido castigado por Hades porque timó a éste con su muerte o por Zeus por
alcahuete, es circunstancial; haya sido cualquiera de los dos el juez, lo que
nos ocupa es que el castigo impuesto fuera la repetición eterna de un trabajo
absurdo, hacer rodar cuesta arriba de una montaña una piedra que, antes de
llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, debiendo comenzar de nuevo la
labor.
Argentina,
o mejor dicho los argentinos que trabajan y producen, son todos Sísifo. Desde
hace setenta años, arrastran cuesta arriba una piedra que año a año se hace
cada vez más pesada. Esta piedra llamada populismo es lo que a lo largo del
tiempo, por la incapacidad intrínseca que éste tiene de generar riquezas genuinas,
ha llevado a la Argentina a su actual situación, sin salud ni educación
pública, con 34% de pobres, 10,6% de desempleados, sin seguridad jurídica ni,
menos aún, personal, un país, en fin, incapaz de defenderse militarmente si
debiera hacer frente a una agresión.
La Odisea y las sirenas |
Lo triste de este tormento es que no hubo dioses que nos lo impusieran por ser un pueblo perspicaz y astuto, fuimos nosotros mismos quienes nos castigamos el día que, a diferencia de Ulises, no tuvimos la previsión de atarnos al mástil cuando empezaron los cantos de las “sirenas”.
El peso de la piedra que arrastramos está compuesto fundamentalmente por una estructura parasitaria, el estado, cortado y agrandado a medida por políticos ignorantes y rapaces, sindicalistas mafiosos, por empresarios que saben que la prebenda y no la excelencia es la razón de sus emprendimientos y por obispos que han hecho del “pobrismo” una virtud, si no teologal, al menos papal; todos ellos cabalgando sobre una masa ignorante y marginada -hecha así por ellos- presta a ser permanentemente engañada en sus reivindicaciones, reivindicaciones que en épocas electorales se traducirán en un par de chapas para el techo de sus madrigueras, algunas frazadas de descarte y un pozo negro cada ocho manzanas como sucedáneos “progres” de cloacas y aguas corrientes.
Pero no nos engañemos, esta pena no es para todos, solo son sometidos a ella, aquellos que componen la estructura productiva del país que no es más de un 39% de quienes lo habitan, pero si es necesario tener en cuenta que este castigo tiene la particularidad que cada vez que la piedra rueda hacia abajo parte de quienes acumulan peso a la roca -políticos, sindicalistas y obispos- salen a exigir solidaridad, reclamándole a aquellos que, mal que bien, aún hacen funcionar a este país, redistribuyan su renta con esa masa marginada que se acostumbró a vivir sin trabajar, aduciendo que éste no es un país pobre sino “empobrecido”, donde la culpa no es el peso de los que componen la roca sino de los que la empujan.
Albert Camus nos presenta el mito de Sísifo como símbolo del esfuerzo inútil e incesante del hombre. Camus veía a Sísifo como metáfora del hombre aislado, incapaz de entender al mundo que le rodea, o, en nuestro caso, la estructura que lo agobia y rebelarse contra ella. Lo que no podía prever el autor de El extranjero, si hoy viviera y estudiara a nuestro país, es que la estructura que ha destruido a la Argentina es, sencillamente un símbolo de lo absurdo, donde solo medran aquellos -los que le dan peso a la roca- que la edificaron en su provecho y que merecerían que Sísifo les aplastara las cabezas con la piedra que empuja.
Pehuajó, zona rural, 30/12/2019
José Luis Milia
Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini tuo da
gloriam.
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