El
artículo escrito por el historiador y profesor Luis Alberto Romero ha sido
publicado por el Club Político Argentino,
lo que allí plantea el autor sobre la “corrección política”, la vocación “totalitaria”
y el “negacionismo” del estado argentino son justamente los mismos que nos
llevaron a iniciar una petición pública. En ella pedimos al señor presiente de la Nación y al
señor presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que se disponga
la ejecución de una auditoría jurídica sobre todo lo actuado en los juicios
llamados de “lesa humanidad”.
Más
de 35.000 personas adhieren a nuestra petición. Nosotros no somos
negacionistas, no negamos que en la
década de los '70 se desarrolló una guerra civil limitada, tampoco pedimos
una amnistía ni indulto alguno, solo pedimos que se demuestre fehacientemente
que el estado garantizó el debido proceso a quienes hoy se encuentran
injustamente privados de su libertad. Si no se cumplió esa obligación
constitucional y el dictamen de los peritos, seleccionados por las partes,
demuestra que se cometieron “irregularidades jurídicas”… el
estado deberá corregir ese error.
LA VOCACIÓN TOTALITARIA Y LA LEY
CONTRA EL NEGACIONISMO
Por
Luis Alberto Romero
“La
legislación sobre el negacionismo pretende imponer la verdad histórica como
verdad legal”, escribió Pierre Vidal Naquet en
referencia a la legislación europea que penaliza la negación del Holocausto, y
que hoy se propone en la Argentina para
los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura.
Pierre Vidal-Naquet, un pensador beligerante por la paz |
Vidal
Naquet -hijo de un francés judío muerto en Auschwitz- fue un refinado
historiador, un activo militante, un apasionado refutador de los negacionistas
-“los
asesinos de la memoria”- y un defensor de la libertad de pensamiento y
de investigación, que veía amenazada por las
leyes europeas que hoy se pretende trasplantar a la Argentina.
En
Europa el negacionismo es una cuestión seria, vinculada con un largo proceso de
discusión pública sobre el genocidio y sobre lo que los contemporáneos hicieron
o dejaron de hacer. Luego de 1945, los europeos decidieron ignorarlo,
combinando la amnesia con el cultivo de una idealizada historia de la
resistencia. Solo en los años setenta nuevas generaciones comenzaron a debatir
la cuestión. La discusión, muy intensa, concluyó con el reconocimiento de las
culpabilidades por los Estados y la adopción de políticas de preservación de la
memoria.
En
las últimas décadas emergieron grupos neo nazis, que entre otras cosas negaban
el genocidio; como respuesta a lo que se consideró una amenaza a la democracia,
se dictaron leyes contra el negacionismo, aceptadas por la opinión pero
rechazadas por quienes, como Vidal Naquet, colocaron la libertad de pensamiento
como valor primero.
¿Qué pasó en la Argentina?
Las organizaciones de derechos humanos identificaron las acciones del estado
terrorista clandestino con el genocidio judío. Hubo razones prácticas: colocarse bajo la nueva legislación sobre la imprescriptibilidad de
los delitos de lesa humanidad. Además, la semejanza parecía natural, casi
obvia.
Pero
a poco que se reflexione, aparecen las diferencias que no son menores. Un
genocidio se define como la eliminación masiva de personas pertenecientes a un
grupo étnico -judíos, gitanos, armenios o bosnios-, mientras que los crímenes
de la dictadura tuvieron como destinatario a un grupo definido en términos
políticos, similar al grupo Baaden Meinhoff alemán o a las Brigadas Rojas
italianas. También hay una diferencia de
magnitud, que resulta cualitativa: fueron seis millones de judíos, contra
30.000 desaparecidos alegados en nuestro país.
Más
importante aún es el hecho de que en la Argentina no hubo ni hay negacionismo.
Ya antes de que concluyera la dictadura, el llamado “show del horror” había
suministrado pruebas contundentes sobre lo sucedido. Nadie niega los hechos; solo se discute sobre la interpretación.
Pero lo más importante quizá sea que
en los países europeos los jueces fallan según la ley, ni más ni menos, y la
libertad de opinión está asegurada por una cultura jurídica liberal básica. En
la Argentina, esa tradición liberal es minoritaria y en ocasiones irrelevante. Los gobiernos acostumbran a avanzar,
abierta o encubiertamente, sobre la libertad de opinión. Son pocos los que
creen que la ley está para ser cumplidas, en su literalidad, y es común
ignorarla o “interpretarla”.
Las
leyes europeas son muy estrictas en la distinción entre el “negacionismo” del hecho
–no hubo genocidio– y la aceptada revisión de sus detalles específicos y de sus
explicaciones. Ciertamente es una línea sutil, sujeta a la interpretación
judicial; pero el riesgo se atenúa porque existe una larga tradición jurídica y
una opinión vigilante.
Horacio Verbitsky, terrorista político (a) el perro |
En
la Argentina no se discute el hecho -los crímenes aberrantes-, pero sí los
detalles. En parte porque importan; pero sobre todo porque algunos de ellos se
han convertido en el credo de una corriente -la de la “corrección política”-
que se legitima en la cerrada defensa de esos artículos de fe. No usar la palabra “genocidio” ya delata a un disidente peligroso, de esos que no se
le escapan a Verbitsky. Discutir si los desaparecidos fueron 30.000 -como se afirma sin fundamentos empíricos-
o alrededor de 8.000, como permiten
afirmar hoy las evidencias disponibles, ya es un sacrilegio mayor. Su “verdad”
incluso ha sido establecida por una ley de la provincia de Buenos Aires, votada
unánimemente. Se trata de un buen ejemplo del poder de los “políticamente correctos”,
del terror que generan sus posibles sanciones y, por otro lado, de la lábil
idea de qué cosa es la ley para nuestros legisladores que, en ese aspecto, se
comportan como cabales representantes del pueblo.
Bomba en el comedor de la Superintendencia de Coordinación Federal, 2 de julio de 1976 |
Un
tercer punto se refiere a la diferencia que se ha establecido entre las
víctimas del terrorismo de Estado y las de las organizaciones armadas.
Ciertamente, las hay, en el número y sobre todo en las desapariciones
sistemáticas, pero en ambos casos los asesinatos establecen una base común. Sobre todo, hubo y hay por parte del Estado
una negativa a cualquier reconocimiento a las víctimas de las organizaciones
armadas.
Finalmente,
está la cuestión de los juicios a los acusados por crímenes de “lesa
humanidad”. Muchos de estos juicios se
apartan radicalmente del principio de la igualdad de la ley; para ellos rige un
derecho diferente: el llamado “derecho de
los vencedores”. La retaliación, la venganza, han pesado más que la
preocupación por afirmar, con estos juicios, un Estado de Derecho que en la Argentina es extremadamente débil.
Esto ha sido posibilitado por una
opinión pública militante y facciosa, a la que los jueces han seguido.
Muchos actuaron -por voluntad o presionados- según estos criterios de
retaliación, tanto en los juicios como sobre todo en el tema de las prisiones
domiciliarias. Aún quienes afirman defender la ley, en estos temas suelen hacer
concesiones al “estado de la opinión” y a la “interpretación”.
Podemos
imaginar cómo se aplicaría entre nosotros una ley que condene el negacionismo.
Probablemente serviría no solo para establecer judicialmente la “verdad
histórica” sino para perseguir a los disidentes, o a quienes
simplemente quieran saber, con mayor precisión, “cuantos”, “quienes”
o “como”.
Sería un importante instrumento para
quienes tienen vocación totalitaria.
La
sociedad argentina tiene un problema con la memoria de su pasado reciente. El manejo casi dictatorial de las políticas
de memoria por parte de quienes se asignan el monopolio de la corrección
política es una parte importante del problema. Necesitamos discutir mucho
sobre lo que nos sucedió, y hacerlo con libertad. Para comprenderlo, los
historiadores necesitan trabajar libremente. Para asumir nuestras
responsabilidades -las de todos, aunque en grados diferentes- necesitamos
llegar al fondo de la verdad, como lo hicieron las sociedades europeas con su
pasado genocida. Quizás entonces podremos comenzar a olvidar, a dar vuelta la página, pues como lo
expresó Ernest Renan, una nación se construye y vive no solo con recuerdos sino
también con olvidos compartidos.
Publicado
en Los Andes, 23/2/2020
NOTA: Las imágenes
y destacados no corresponden a la nota original.
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