miércoles, 11 de marzo de 2015

LA PROFECÍA

Por Eduardo Ramos Campagnolo

Una brisa fresca comienza a barrer la inmundicia que dejara la desgracia y el barco navega ahora hacia aguas transparentes. Lo empuja suavemente una brisa fresca que preludia un otoño mejor, seguido por un invierno hermoso y un verano de epifanía: fuerza y vida realidad última. La esperanza ha aparecido en el brillo inusitado de los ojos antes opacos de los navegantes, ojos tristes que vieron reinar a los impresentables con sus manos manchadas y su sonrisa burlona. La profecía comienza en este amanecer a mostrarse en el horizonte.


Disimuladamente los farsantes tratan de escabullirse del escarnio público entre las sombras de su noche. De a uno van esfumándose del escenario de la chapucería -los bufones serán seguramente los últimos-  si no logran zambullirse en el mar del anonimato arderán en la hoguera con su capitanes detrás de los barrotes que todo barco reserva para los indeseables. Hicieron alharaca por el bronce y grotescamente llenaron sus bolsillos de oro. Gritaron su condición de libertadores y exhibieron torpemente su calaña de saqueadores, quedaron desnudos en su impudicia. Creyéronse genios y nunca descubrieron su pueril y primitiva ignorancia.



Aquellos y aquellas que querían  perpetuarse hoy ruegan que un encanto mágico los volatilice cuando sus ojos desorbitados comprenden que el timón está en otras manos. La brisa fresca del mar señala el camino de la nave dejando atrás la pudrición. Ya no hay nubes de tormenta que presagien desastres y calamidades, el cielo es diáfano y la nave se dirige a puerto seguro.

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