Turquía
es una pieza fundamental en Oriente Medio, dada su situación geoestratégica
entre Asia y Europa, pero todavía quedan serían dudas acerca de su compromiso
sincero con los valores que encarna Occidente.
Los
recientes acontecimientos en Oriente Medio, sobre todo debido a la disolución
del Estado iraquí y la irrupción del Estado Islámico en la región, han llevado
a una nueva revalorización geoestratégica del papel de Turquía, tanto a nivel
regional como en lo que significa para la Occidente. Sin la ayuda de Turquía,
junto con otros actores regionales, como Irán y el debilitado gobierno de
Bagdad, será muy difícil derrotar a los fanáticos fundamentalistas que
decapitan impunemente a “infieles” y siembran el terror en todos aquellos
territorios que caen en sus manos. Por no hablar de su brutalidad, e
ignorancia, a la hora de destruir conjuntos históricos de un valor
incalculable.
La
OTAN sigue necesitando de Turquía en esta zona del mundo, es una base de
aprovisionamiento militar estratégicamente situada en la primera linea de
frente en Oriente Medio, toda vez que los Estados Unidos y sus aliados europeos
no tienen aliados creíbles y serios en la región. Si exceptuamos a Israel,
Occidente tiene escasos amigos a la hora de poder diseñar una estrategia
regional que compartan todos los actores implicados en los problemas que se presentan en esta parte del mundo.
A
la división religiosa existente, sobre todo entre sunitas y chiítas que
dramáticamente se enfrentan en Irak, Siria y también en Líbano, hay que añadir
las diferencias políticas entre los que mantienen una visión teocrática del
Estado, como Arabia Saudí e Irán, y los que todavía guardan las formas, al
menos aparentemente, laicas, como podrían ser los casos de Líbano, Siria y la
misma Turquía. Las divisiones políticas y religiosas, para añadir más
complejidad a los conflictos abiertos, son transversales y atraviesan a todos
los países de la zona.
ESTÁ NACIENDO UN NUEVO MAPA DE ORIENTE MEDIO
Además,
asistimos en estos días al final de unas lógicas políticas y militares que
fueron impuestas por las metrópolis colonizadoras, pero especialmente Francia y
Gran Bretaña, en Oriente Medio. En los acuerdos Sykes-Picot, firmados por estos
dos países el 16 de mayo de 1916, las dos potencias acordaron dividirse los
territorios de Oriente Medio una vez terminada la Primera Guerra Mundial.
Françcois Georges-Picot, por Francia, y sir Mark Sykes, por la Gran Bretaña,
acordaron una mapa en donde quedaba fijada la subordinación de Siria y un
ficticio Líbano creado para no satisfacer los apetitos territoriales de los
sirios a los franceses y el resto, pero sobre todo lo que se conocía como Irak
hasta ahora e Irán, quedaría bajo dominio británico.
Las
primeras consecuencias de estos cambios que se avecinan, provocados sobre todo
por las errática intervención de los Estados Unidos en Irak -secundando por
algunos aliados europeos, todo hay que decirlo-, es la desaparición del Estado
iraquí, que quedaría seguramente conformado por tres entidades territoriales:
un Estado kurdo, un gobierno de Bagdad cada día más plegado a los intereses de
los chiítas e Irán y una zona bajo control sunita que hoy está en manos del
Estado Islámico pero que un futuro podría devenir en un suerte de “Estado”
independiente de facto.
En
una situación tan volátil como la que estamos viviendo, en que los escenarios
cambian y aparecen nuevos enemigos como de la nada, la posición de Turquía ante
estos acontecimientos es de vital importancia para los intereses occidentales.
Irán también se revaloriza, pero a falta de que se resuelva el contencioso
nuclear entre Teherán y las grandes potencias, algo que se definirá antes de
julio, no parece que vaya a haber una mejora sustancial en las relaciones con
este país.
LOS DILEMAS FRENTE A TURQUÍA
Pese
a este contexto tan crítico para Occidente, pero también para una zona del
mundo que asiste a un cambio de paradigmas, Turquía se constituye para los
occidentales, pero especialmente para los Estados Unidos y sus socios europeos,
en un aliado fundamental a la hora de desarrollar una estrategia regional que
pueda tener éxito y dote de estabilidad a Oriente Medio.
Sin
embargo, hay que anotar que en los últimos años Turquía no ha dado muestras de
querer avanzar en la resolución de los conflictos con sus vecinos y que el
actual líder del país, el presidente Recep Tayyip Erdogan, se ha mostrado más
nacionalista que sus antecesores. Basta solo anotar que el problema kurdo,
enquistado desde hace ya más de tres décadas y que ha costado unas 50.000
víctimas, sigue sin ser resuelto y sin que las dos partes, el Estado turco y el
Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), hayan firmado un acuerdo; que
Turquía sigue ocupando el 37% del territorio de Chipre que invadió ilegalmente
y que se opone a negociar con Nicosia la resolución política del problema; y,
finalmente, que se niega a reconocer el genocidio armenio perpetrado por las
autoridades turcas, entre fines del siglo XIX y 1923, y en el cual murieron
aproximadamente dos millones de armenios.
Incluso, en una muestra de que el burdo nacionalismo turco sigue
presente, Turquía llegó a querer opacar la celebración del cien aniversario del
genocidio armenio (1915-2015), que se realizará en Yereván este año el 24 de
abril, intentando celebrar ese mismo día su victoria en la batalla de Galipoli,
en un hecho bastante ruin y poco afortunado. El problema reside en que la nueva
Turquía que fundara Mustafá Kemal Atatürk sobre las ruinas del Imperio Otomano
se hizo sobre una base monoétnica,
excluyente con respecto a las minorías étnicas y religiosas, con un notable
déficit democrático y claramente expansionista con respecto a sus vecinos. Este
discurso, con un componente rayano en el racismo y en el odio hacia el
diferente, sigue prevaleciendo, en cierta medida, en la política turca y es el
que impide avances en la resolución de los problemas con sus vecinos. Y que
convierte a Turquía en un elemento, a la larga, de inestabilidad regional. Sin
hacer frente adecuadamente a los dilemas
antes descritos, Turquía seguirá siendo un aliado de la OTAN, los Estados
Unidos y la Unión Europea en esta parte del mundo pero más por razones
coyunturales que porque comparta los valores democráticos de Occidente. Se
impone, simplemente, la realpolitik.
Ricardo Angoso
Periodista
español
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