OPINIÓN
Don Julio Irazusta, maestro de la
historia y de la política e inspirador del republicanismo, enseña que no se le
debe exigir al candidato electo el cumplimiento fiel, íntegro, total, del
programa sostenido como candidato. Los programas se formulan con el propósito
de ser cumplidos, es claro, y es propio de gente decente respetar la palabra
empeñada. Pero resulta que el candidato, que tiene una visión del panorama
político desde el llano, visión más o menos estrecha debido a lógicas
limitaciones, accede al gobierno y cuenta con muchos más elementos de juicio
que enriquecen su criterio al disponer de un horizonte más amplio gracias a
mayor copia de datos de la realidad, y a la serie de conocimientos y
experiencias acumuladas en las oficinas de la administración pública. Ésta no
es una expresión de cinismo, sino el reconocimiento de que el gobernante debe
ejecutar la política que resulte más conveniente a la sociedad, en beneficio de
todos, sin atarse a los programas sostenidos en un momento para así prestigiarlo
a su propio partido. El bien de todos está por encima de los compromisos de un
partido, de una parte, de un sector. (Cínico es el planteo de un programa que
no se piensa cumplir, pero que se expone nada más que con el engañador
propósito de atraer voluntades que no concuerdan con el verdadero propósito de
uno).Pero al gobernante no hay que pedirle cuentas de los planes del candidato.
Hay que exigirle cuentas, sí, de que redunde a favor del bien común lo que
realice como gobernante .Lo del candidato pudo haber sido un error que, por
suerte, se tuvo la capacidad de corregir. Puede exigírsele al gobernante que
mantenga su empeño de luchar por el bien. Las tácticas de esa lucha pueden
variar, según las circunstancias y según los medios que se alcancen o que se
pierdan las perspectivas de alcanzar. En el fondo sólo se cuestiona la
capacidad de un candidato para planear el futuro. En cambio sí interesa si su
gobierno realmente redunda en bien común, en el máximo bien posible acorde a
las circunstancias de la realidad. Deben mantenerse los criterios de bien y de
mal, mientras el modo de alcanzar ese bien o de evitar los males se ajusten a
las circunstancias, las posibilidades los eventos y la suerte. Pero la política
es una actividad siempre sujeta a la crítica. Así debe ser. Los perdedores en
una elección de inmediato prometen que harán autocrítica. Yo creo que los que
han ganado también tienen esa misma obligación, so pena de ser derrotados en
las elecciones siguientes. El pueblo ha aprobado los cambios producidos desde
el gobierno en el programa original del Partido o Alianza. Eso habilita a
cualquier cambio, a todo cambio? ¿O el Partido Gobernante, después de su
triunfo, también precisa criticar su propia actuación? El tema merece ser
analizado.
Dr. Jorge B. Lobo Aragón
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