27 de abril de 2015
Han sido tres largos lustros caracterizados por la corrupción, el nepotismo, el autoritarismo, la mentira, la violencia y el más absoluto desprecio por las formas democráticas y la sociedad civil. Habiendo podido ser el líder y motor del continente, Venezuela es hoy el paradigma del mal gobierno y el ícono de una izquierda irracional, antioccidental, totalitaria y caduca, que ha preferido mirarse en el socialismo trasnochado del siglo pasado que en los nuevos aires que soplan en todo el mundo, desde China hasta en el Chile que es la envidia en la región.
En un país que tiene de todo para ser el primero de la clase, otrora líder en la región y modelo de desarrollo con sus deficiencias obvias, hoy falta de todo. Hay cortes de luz. El metro de Caracas, antaño referencia mundial por su modernidad y avanzada tecnología, es hoy un caos que se hunde a pedazos. La pobreza, a pesar de las mentiras del gobierno, ya llega a la mitad de la población y, con el ánimo de acabar con los ricos, ya ha alcanzado a las capas medias del país. La delincuencia campa a sus anchas y en estos "hermosos" años de caos bolivariano se han producido más de 300.000 homicidios. Caracas es mucha más peligrosa, por su tasa de homicidios, que Kabul, Bagdad o Damasco. O que las tres juntas. Las cárceles están atestadas de presos, dobladas en su capacidad de reclusión, y son auténticas escuelas de criminalidad, de donde salir vivo después de cumplir una condena es una proeza digna de encomio.
Hay presos políticos en condiciones infrahumanas. No hay separación de poderes y la justicia es una quimera ya casi inalcanzable. El parlamento es una caricatura y su presidente, Diosdado Cabello, un personaje lamentable que alienta al linchamiento físico y oral de la oposición. Se dice, además, que seguramente es una narcotraficante. Faltan las medicinas básicas. La gente se muere de enfermedades ya casi desaparecidas y la suciedad invade a los hospitales. La educación, si es que merece tal nombre, está politizada y por los resultados que obtiene, en lo que se refiere a valores y principios, ha merecido estar en los peores puestos en todos los indicadores de calidad mundial. No hay libertad de prensa. Ni de nada. La policía y el ejército están absolutamente corrompidos e implicados en el negocio de la droga y en la venta de armas y pertrechos militares a los terroristas colombianos y a la vulgar delincuencia común.
Todo es un desastre, se mire por donde se mire, no hay ningún logro que destacar. Se han malgastado 990.000 millones de dólares en quince años y no se ha construido siquiera una carretera, un puente o, al menos, una vivienda digna de merecer tal nombre. Y el gobierno de Caracas, en lugar de rectificar, como haría todo el mundo, se empecina en continuar con sus políticas fracasadas, en desacreditar y perseguir a sus adversarios, y, para colmo, en seguir su inútil viaje hacia ninguna parte como si no pasara nada, como si el fiasco al que han llevado a la nación no fuera consigo.
Mientras todo esto ocurre, en medio de una sangría interminable de venezolanos que huyen despavoridos de un barco que se hunde en medio de la nada sin que nadie lo remedie, los tontos útiles del continente, entre los que destaca con luz propia el presidente colombiano, el incalificable campeón de la majadería Juan Manuel Santos, prefieren mirar para otro lado como si la cosa no fuera con ellos y reírle las gracias, como vulgares bufones, al sátrapa de Caracas. Le toleran sus violaciones de derechos humanos. Le agasajan. Le visitan en su reino del disparate, al que algunos llaman todavía país, y le cortejan por miedo a que se desate la rabia y les llame pendejos, como hacía el difunto Hugo Chávez con ese maestro de la miseria política que es José Miguel Insulza, que cuanto más cobarde era frente al tirano más era humillado.
¡Qué lejos quedan los tiempos en los que había algo de grandeza política en el continente y los grandes líderes condenaban la barbarie y el regreso a las cavernas! Pero pedirle grandeza a estos miserables, es pedirle peras al olmo; lo suyo es la bajeza moral y ética, las grandes peroratas y el boato y las declaraciones solemnes y pomposas para contentar a estúpidos. Nada de contenidos, solo pura retórica, y justificar lo imposible en aras del entendimiento con el "nuevo mejor amigo".
¿Y la izquierda europea qué piensa de lo que ocurre en Venezuela? Pues nada de nada, llevan años sin pensar, casi desde que se murieron Willy Brandt y Erich Honecker. Se callan y punto. Fieles a sus análisis de librillo, que escriben en el salón de su casa ciertos pensadores, y a las consignas de sus partidos, esta izquierda europea repite las mentiras y babosadas de sus amos de Caracas. Ya se sabe que una mentira repetida mil veces acaba siendo una verdad, como decía ese genio de la propaganda que era Joseph Goebbels.
Esta izquierda está compuesta, principalmente, por unos payasos sin circo que no quieren enterarse de lo que realmente está pasando en Venezuela y porque viven cautivos de su funesta ideología; no les sirve la cruda realidad, que desde luego ni es noble, ni buena, ni sagrada, y prefieren quedarse con el decorado de cartón piedra que les vende el régimen o la satrapía venezolana.
Luego está su cinismo e hipocresía sin mácula de duda. Defienden a un régimen en el que no podría vivir nunca, ni por asomo, y donde ni siquiera saldrían a la calle a jugarse el pescuezo. ¡Qué fácil es defender lo indefendible, como la dictadura venezolana, en una taberna de Madrid o de París! Esta sintonía de nuestra izquierda con la barbarie y la sinrazón te hace perder la fe en la especie humana. Quizá, al final, tenía razón ese gran "humanista" que era Caligula cuando llegó a afirmar que "qué lástima que la humanidad no tenga una sola cabeza para cortársela". ¿Será así?
@ricardoangoso
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