De un tiempo a esta parte viene
uno escuchando, entre atónito y asombrado, la cascada retórica e insultante del
dictador caribeño Nicolás Maduro contra España y otros consabidos aliados del "imperio". Descaradas cortinas
de humo para intentar ocultar lo inocultable: la ruina total y el desastre
absoluto al que han llevado quince años de ineficacia, cleptomanía e
ineficiente gestión de uno de los países más ricos del mundo en recursos y
riquezas naturales.
Han sido tres largos lustros
caracterizados por la corrupción, el nepotismo, el autoritarismo, la mentira,
la violencia y el más absoluto desprecio por las formas democráticas y la
sociedad civil. Habiendo podido ser el líder y motor del continente, Venezuela
es hoy el paradigma del mal gobierno y el ícono de una izquierda irracional,
antioccidental, totalitaria y caduca, que ha preferido mirarse en el socialismo
trasnochado del siglo pasado que en los nuevos aires que soplan en todo el
mundo, desde China hasta en el Chile que es la envidia en la región.
En un país que tiene de todo para
ser el primero de la clase, otrora líder en la región y modelo de desarrollo
con sus deficiencias obvias, hoy falta de todo. Hay cortes de luz. El metro de
Caracas, antaño referencia mundial por su modernidad y avanzada tecnología, es
hoy un caos que se hunde a pedazos. La pobreza, a pesar de las mentiras del
gobierno, ya llega a la mitad de la población y, con el ánimo de acabar con los
ricos, ya ha alcanzado a las capas medias del país. La delincuencia campa a sus
anchas y en estos "hermosos"
años de caos bolivariano se han producido más de 300.000 homicidios. Caracas es
mucha más peligrosa, por su tasa de homicidios, que Kabul, Bagdad o Damasco. O
que las tres juntas. Las cárceles están atestadas de presos, dobladas en su
capacidad de reclusión, y son auténticas escuelas de criminalidad, de donde
salir vivo después de cumplir una condena es una proeza digna de encomio.
Hay presos políticos en
condiciones infrahumanas. No hay separación de poderes y la justicia es una quimera
ya casi inalcanzable. El parlamento es una caricatura y su presidente, Diosdado
Cabello, un personaje lamentable que alienta al linchamiento físico y oral de
la oposición. Se dice, además, que seguramente es una narcotraficante. Faltan
las medicinas básicas. La gente se muere de enfermedades ya casi desaparecidas
y la suciedad invade a los hospitales. La educación, si es que merece tal
nombre, está politizada y por los resultados que obtiene, en lo que se refiere
a valores y principios, ha merecido estar en los peores puestos en todos los
indicadores de calidad mundial. No hay libertad de prensa. Ni de nada. La
policía y el ejército están absolutamente corrompidos e implicados en el
negocio de la droga y en la venta de armas y pertrechos militares a los
terroristas colombianos y a la vulgar delincuencia común.
Todo es un desastre, se mire por
donde se mire, no hay ningún logro que destacar. Se han malgastado 990.000
millones de dólares en quince años y no se ha construido siquiera una
carretera, un puente o, al menos, una vivienda digna de merecer tal nombre. Y
el gobierno de Caracas, en lugar de rectificar, como haría todo el mundo, se
empecina en continuar con sus políticas fracasadas, en desacreditar y perseguir
a sus adversarios, y, para colmo, en seguir su inútil viaje hacia ninguna parte
como si no pasara nada, como si el fiasco al que han llevado a la nación no
fuera consigo.
Mientras todo esto ocurre, en
medio de una sangría interminable de venezolanos que huyen despavoridos de un
barco que se hunde en medio de la nada sin que nadie lo remedie, los tontos
útiles del continente, entre los que destaca con luz propia el presidente
colombiano, el incalificable campeón de la majadería Juan Manuel Santos,
prefieren mirar para otro lado como si la cosa no fuera con ellos y reírle las
gracias, como vulgares bufones, al
sátrapa de Caracas. Le toleran sus violaciones de derechos humanos. Le
agasajan. Le visitan en su reino del disparate, al que algunos llaman todavía
país, y le cortejan por miedo a que se desate la rabia y les llame pendejos,
como hacía el difunto Hugo Chávez con ese maestro de la miseria política que es
José Miguel Insulza, que cuanto más cobarde era frente al tirano más era
humillado.
¡Qué lejos quedan los tiempos en
los que había algo de grandeza política en el continente y los grandes líderes
condenaban la barbarie y el regreso a las cavernas! Pero pedirle grandeza a
estos miserables, es pedirle peras al olmo; lo suyo es la bajeza moral y ética,
las grandes peroratas y el boato y las declaraciones solemnes y pomposas para
contentar a estúpidos. Nada de contenidos, solo pura retórica, y justificar lo
imposible en aras del entendimiento con el "nuevo
mejor amigo".
¿Y la izquierda europea qué
piensa de lo que ocurre en Venezuela? Pues nada de nada, llevan años sin
pensar, casi desde que se murieron Willy Brandt y Erich Honecker. Se callan y
punto. Fieles a sus análisis de librillo, que escriben en el salón de su casa
ciertos pensadores, y a las consignas de sus partidos, esta izquierda europea
repite las mentiras y babosadas de sus amos de Caracas. Ya se sabe que una
mentira repetida mil veces acaba siendo una verdad, como decía ese genio de la
propaganda que era Joseph Goebbels.
Esta izquierda está compuesta,
principalmente, por unos payasos sin circo que no quieren enterarse de lo que realmente está
pasando en Venezuela y porque viven cautivos de su funesta ideología; no les
sirve la cruda realidad, que desde luego ni es noble, ni buena, ni sagrada, y prefieren
quedarse con el decorado de cartón piedra que les vende el régimen o la
satrapía venezolana.
Luego está su cinismo e
hipocresía sin mácula de duda. Defienden a un régimen en el que no podría vivir
nunca, ni por asomo, y donde ni siquiera saldrían a la calle a jugarse el
pescuezo. ¡Qué fácil es defender lo indefendible, como la dictadura venezolana,
en una taberna de Madrid o de París! Esta sintonía de nuestra izquierda con la
barbarie y la sinrazón te hace perder la fe en la especie humana. Quizá, al
final, tenía razón ese gran "humanista"
que era Caligula cuando llegó a afirmar que "qué
lástima que la humanidad no tenga una sola cabeza para cortársela".
¿Será así?
@ricardoangoso
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