Una gran parte de los argentinos
considera al actual sistema “democrático”
de gobierno como el mejor de todos los posibles. Supuestamente garantiza,
como ninguno, el bienestar general, como también la libertad y el progreso
espiritual y material de los individuos. Esto
es, evidentemente, falso. Y no porque el imperfecto sistema republicano
consagrado en la Constitución Nacional sea inviable, sino porque,
sencillamente, éste es violado de manera sistemática por el Gobierno nacional
en funciones.
Es un debate terminado y
concluyente, en la Argentina, que el voto de la mayoría debe ser el que elija a
quien presidirá Poder Ejecutivo. En cambio, no sucede lo mismo cuando quien fue
elegido mayoritariamente decide avanzar sobre los derechos de las minorías
establecidos en la Carta Magna (para el kirchnerismo, por ejemplo, parece ser
lo más natural del mundo). El abuso de poder es un fenómeno universal que tiene
su origen en la naturaleza humana. El autoritarismo es una enfermedad endémica
de la sociedad que solo puede ser controlada con el debilitamiento del poder
absoluto del Estado mediante la división en tres poderes independientes. El
autoritarismo “democrático” confunde
el poder limitado y delegado para administrar el Estado con la suma del poder
público, que decide sobre la vida y la hacienda de cada uno y de todos los
habitantes. La mayoría (obtenida en una elección presidencial), por el mero
número, no adquiere por simpatía el estatus de principio ético o razón
suficiente para justificar cualquier política desde el Estado. Por lo
contrario, el respeto irrestricto de la persona humana por parte del gobierno
es la base principal del Estado de Derecho; cualquier otra cosa es
totalitarismo vestido con ropaje de “democracia”.
La mayoría, a Hitler, no lo
consideraba ni democrático ni, mucho menos, republicano. El problema cardinal
en cualquier sociedad es el abuso de poder; provenga del Estado o de donde
provenga. El obtener circunstancial o permanentemente la mayoría no debe operar
como una suerte de elección del déspota de turno. Lo ideal sería que nadie ni
nada coarte los derechos de la persona por el solo hecho de serlo;
fundamentalmente que el Estado, dada su negra y milenaria historia de terror,
estafa, fraude, crimen, guerra, extorsión y espanto sobre los individuos, deje
de victimizarse y reclamar más poder para sí
Es una mentira funcional al
totalitarismo el afirmar que “todos somos
el Estado”. “L’État c’est moi”
(El estado soy yo), frase atribuida al rey
Luis XIV, ilustra como ninguna al Estado real frente al ilusorio de los
totalitarios. Ramsés, Cleopatra, Atila, Enrique VIII, Idi Amin, Stalin, Hitler, Napoleón, Fidel Castro, Hugo Chávez
y tantos otros se apropiaron, en
cada caso, de esa frase: “El Estado soy
yo”. La forma monárquica, imperial, comunista, fascista o “democrática” por la que accedieron al
poder es anecdótica; lo verdaderamente sustancial es cómo, por su intermedio,
los tiranos arrasaron y arrasan con la libertad y la hacienda de los sometidos.
La “democratización de la Justicia”
que pretende poner en vigencia el kirchnerismo
a través de las cámaras, es el último peldaño hacia el totalitarismo a secas.
El Poder Judicial independiente de la Argentina,
a pesar de Oyarbide, Zaffaroni y tantos otros, agoniza pero aún respira. Su “democratización” es el
tiro de gracia final. Significa que los jueces serán nombrados o expulsados
por un Consejo de la Magistratura
cuyos miembros serán elegidos por el voto popular. Es decir, por este sistema
tramposo que permite que el que detenta el poder use y dilapide los fantásticos
recursos de todos para instalarse como el mejor candidato, demonice a la
oposición y los medios, compre voluntades y, así, gane elecciones. “Correr (y ganar) con el caballo del
comisario” no es ni democrático ni otorga aval ni legitima el poder. Mucho
menos para elegir a los que deben controlar al “comisario”.
FUENTE: http://www.eltribuno.info/salta/270223-Democracia-choricera.note.aspx
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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