martes, 9 de abril de 2013

LADRONES Y ASESINOS GENOCIDAS



“… se entenderá por ‘genocidio’ … c) Sometimiento
intencional del grupo a condiciones de existencia
que hayan de acarrear su destrucción física, total
 o parcial; …”. Artículo 6 del Estatuto de Roma

Al comenzar esta indignada nota, permítaseme reiterar la invitación a la charla que, con Carlos Manuel Acuña, daremos el miércoles 10, a las 19:00 hs., en Quintana 161, de la Ciudad de Buenos Aires. Digo ‘charla’ porque tendrá las características de una conversación abierta entre amigos, en la cual propondremos soluciones de cara al futuro, y discutirlas.

Ahora, a lo nuestro. ¿No le parece que lo que el Estado argentino, en todos sus niveles, hace con los más pobres e indefensos de nuestros ciudadanos encaja perfectamente en la definición? El Estatuto de Roma fue suscripto por la Argentina en 2004.


A ese grupo humano la insana e idiota política inmigratoria obliga a agregar ahora los pobladores de las villas de emergencia más populosas de nuestras grandes ciudades. Tampoco los tan declamados derechos de los pueblos originarios, condición falsamente atribuida a las tribus que invadieron el sur provenientes de Chile, se aplican a los coyas de la puna, a los tobas del noroeste ni a los qom de Formosa y el Chaco, que son destinatarios de la peor política de exterminio racial.


El populismo busca mantener en condiciones de vida infrahumanas a aquéllos susceptibles de transformarse en ‘clientes’ de intendentes, gobernadores y presidentes, y los subsidios y planes sólo consiguen evitar que mueran demasiado rápido, sin rendir, en sucesivos votos, los beneficios electorales anhelados. Que ello implique condenar a un millón de jóvenes a ser ‘ni’ –no trabajan ni estudian– y a pasar del ocio y de la falta de educación a la droga parece ser un daño menor y colateral.


Sin negar que ese flagelo –la corrupción– viene casi desde los orígenes de la patria, fue en los últimos diez años cuando, por haberse tratado de la década de mayor recaudación para el Estado en toda su historia, se alcanzó este nuevo hito. Analistas hablan de ingresos fiscales por la alucinante suma de US$ 400.000.000.000.= (cuatrocientos mil millones de dólares).


A pesar de eso, la ‘década ganada’ de los gobiernos de los Kirchner ha permitido que se deteriorara –en la práctica, que desapareciera– toda la infraestructura que tanto nos había costado conseguir. Comprobar este aserto resulta fácil: las rutas están destruidas y su estado cuesta 8000 muertos por año en accidentes, carecemos de una red de autopistas, nuestras ciudades se inundan y las previsibles catástrofes cada vez cuestan más vidas y bienes, los ferrocarriles se han transformado en trampas mortales y ofrecen comodidades dignas del ganado, los servicios públicos han dejado de funcionar, los puertos y canales de navegación están casi inutilizados por falta de dragado, los hospitales y escuelas carecen hasta de lo más elemental, los chicos no tienen clases, no hay dinero para pagar los sueldos de maestros, policías y gendarmes, y todos los otros males que usted mismo podrá agregar.


Como digo, nada de esto es nuevo, como tampoco lo sean los argentinos que realmente viven por debajo del límite de pobreza y de indigencia, o los que sólo obtienen trabajo no registrado, o ‘negro’. Pero lo que indigna, lo que subleva, lo que nos obliga a repensar la política y la forma en que nos comportamos frente a ella es que todo esto sucede después del período más largo de crecimiento, no sólo nacional sino de toda la región sudamericana, con la única excepción de Venezuela. Cuando se inventan feriados tan largos que permiten que el 2,5% de la población se tome vacaciones, ¿no se piensa en el 40% de empleados informales, que sólo cobran los días que trabajan?


Entonces, las preguntas se imponen. Si bien la política, según don Néstor (q.e.p.d.), requiere de mucho dinero, ¿era necesario robar tanto? Después de haberse quedado con los desaparecidos fondos de Santa Cruz, que hubieran permitido vivir como reyes hasta sus tataranietos, ¿era indispensable robar también la comida de los chicos, que nunca tendrán un cerebro apto para pensar? Si ya roban a los más pobres sus magros salarios en los casinos de todo el país, ¿también era necesario robar el dinero destinado aunque fuera sólo a conservar los trenes y los caminos? Si los bienes materiales que poseen –casas, hoteles, aviones, aviones, estancias inexplicables– son tantos, ¿también había que robar truchando medicamentos para los enfermos terminales? ¿Cómo puede justificarse que, para pagar los principescos sueldos de los chicos de la Cámpora, se sigan gastando más de dos millones de dólares diarios en Aerolíneas Argentinas? A la luz de lo que sucedió en La Plata, ¿no hubiera sido mejor destinar esa fortuna a construir obras hidráulicas, usinas, hospitales, escuelas y viviendas?


Si la Argentina, como vemos, depende tanto de sus exportaciones agropecuarias, ¿cómo no se cuidan y pavimentan los caminos necesarios para que la producción pueda trasladarse a los puertos? ¿Es necesario gastar la millonada que se destina a la publicidad de los inexistentes actos de gobierno, sean celestes, amarillos o naranjas, cuando las rutas nos cuestan por año muchísimas más muertes que la guerra de Malvinas? ¿Era necesario destinar a Tecnópolis los fondos que hubieran debido solucionar las inundaciones del río Salado? ¿Fue imprescindible que los caminos en Santa Cruz costaran cuatro veces más que en San Luis?


Si la Antártida y la soberanía nacional en ese continente son tan indispensables y esenciales para el futuro, ¿había que robar hasta el dinero necesario para mantener las bases argentinas que tenemos allí? Si el Ejército dispone de unidades especializadas en catástrofes bélicas, ¿fue necesario robar los fondos que hubieran permitido trasladarlas rápidamente a las zonas inundadas?


La inflación, que siempre castiga con más fuerza a las capas más bajas de la pirámide social, tiene una de sus más profundas causas en la indispensable importación de combustibles, un daño que nos costará décadas reparar, producto de la voluntad de los Kirchner de robarse YPF. ¿No se trata de un excesivo precio sólo para juntar más dinero? Si los más pobres son los que pagan el gas más caro, porque lo compran en garrafas, ¿era necesario robarse la plata destinada a los gasoductos? Si cada vez son más quienes carecen de vivienda, ¿era necesario que Bonafini, Schoklender y los funcionarios cómplices robaran tanto dinero destinado a casas para los más humildes?


Las valijas de Antonini Wilson, los vuelos de Southern Winds con drogas a España, el mantenimiento de la inexistente Lafsa, Guita-rrita Boudou y Ciccone, los subsidios de Ricardo Jaime y los Cirigliano, la embajada paralela en Venezuela, la ‘venta’ de bonos a Chávez, el injustificable crecimiento patrimonial de tantos funcionarios, la nueva colonización de Puerto Madero, las tierras fiscales del Calafate, los gobernadores feudales que viven en castillos mientras sus provincias se hunden en la miseria, la falta de radares en las fronteras del norte, Rudy Ulloa, Lázaro Báez, Cristóbal López, Electroingeniería, Ezkenazi, Whertein, Spolsky y su imperio multimediático, Bulgheroni, la Anses, el Banco Nación, el PAMI, el Banco Central y las AFJP’s, Micheli y su bolsa de dólares en el baño, son sólo botones de muestra de un inventario amplísimo.


Por estos hechos, y muchos más que no caben en la extensión de esta nota, doña Cristina, sus funcionarios y sus cómplices necesarios (los empresarios) deberán ser, irremisiblemente, juzgados cuando pierdan el poder. Y esta vez sí el Estatuto de Roma podrá ser usado para condenarlos, porque se tratará de una ley anterior al hecho. Para poder concretar esa ilusión y enderezar el rumbo de la Argentina, sólo hace falta una cosa: una Justicia seria, rápida, eficiente y, sobre todo, independiente. Con ella, todo será posible; sin ella, nada lo será. Esta será sólo una de las propuestas que discutiremos el miércoles 10, en la charla a la que, espero, pueda asistir.


Bs.As., 7 Abr 13

Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original,

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