Desde que la presidente del poder de turno, anunció su
proyecto de “democratizar la justicia”
ríos de tinta han corridos aguas abajo, cientos de programas y notas
periodísticas; marchas de la sociedad acompañadas por políticos de la oposición
se han visto en el país. También se ha visto a los representantes del pueblo
comportarse como ovejas obedientes, que mayoritariamente acataron lo que
ordenaba la pastora desde su atril.
Ese proyecto dividido por seis, ya tiene varias leyes
aprobadas… es tal la confusión en estos días, que el pueblo no sabe a ciencia
cierta que ha sucedido. Santiago
Kobladoff sabiamente nos explica que hemos asistido al funeral de la
república… sin independencia de poderes esta no puede existir.
Nuestra única “tabla
de salvación” reside en las elecciones primarias de agosto y legislativas
de octubre. Si en verdad deseamos salir de este “modelo perverso” la oposición deberá unirse y derrotar en las
urnas a quienes están matando a la república y pretende eternizarse en el
poder. El único camino aceptable es la democracia.
Sinceramente,
Pacificación
Nacional Definitiva
por una Nueva
Década en Paz y para Siempre
Jueves 09 de mayo de 2013 | Publicado en edición impresa
Prácticas autoritarias
LA DEPREDACIÓN DE LA JUSTICIA
Por Santiago
Kovadloff | LA NACION
Foto: LA NACIÓN |
Nunca, desde los días de Alfonsín, la Corte Suprema de Justicia fue objeto
de una expectativa social como la que hoy recae sobre ella. Nunca, desde
aquel entonces, la conciencia social de su significación republicana ha sido
tan alta, tan apremiante, tan requerida. No es para menos. La democracia argentina se encuentra, por obra del Gobierno, en el
linde de su dignidad. Unos pocos pasos más y la República se habrá disuelto
en las imposiciones
de un nuevo despotismo. Nuevo no porque el sectarismo pretenda avasallar la
ley, sino porque, mediante ese avasallamiento, irrumpirá algo hasta ahora
inédito: de la ley habrán sabido valerse
quienes la desprecian para consumar, abusando de ella, sus propósitos
anticonstitucionales. Así se convalidará la reducción de nuestra Carta
fundacional a una cáscara vacía. Será nombrada, será enarbolada, pero ya no
será la que debió ser. Lo ha dicho bien Joaquín
Morales Solá: el Gobierno "decidió
agredir a la democracia con las herramientas de la democracia". ¿Cómo negar que se trata de una innovación
tan ingeniosa como perversa, en el orden de las prácticas autoritarias?
¿Qué ha debido suceder para que
se llegara hasta aquí? ¿Cómo se ha podido convertir la esperanzada transición
de la dictadura militar a la recuperación democrática en este tenebroso pasaje
al vandalismo creciente de un gobierno constitucional que aspira a sepultar las
mismas leyes que le dieron legitimidad? Hay respuestas a estas preguntas.
Disponen de ellas, en buena medida y entre otros hombres, Natalio Botana y Luis
Alberto Romero. Y habrá que ir en busca de esas respuestas en el momento
que corresponda. Hoy son otras las preguntas que apremian. Entre ellas, ésta: ¿procederá la Corte, cuando le quepa
actuar, como lo requiere la defensa del orden constitucional todavía vigente?
Si ella salva su independencia de criterio, salvará a la República. Salvará los
principios que la hacen posible. Salvará su eventual e indispensable
reconstrucción. Ésa es la expectativa de muchos. Pero ¿cuál es la realidad de
todos?
La perversión del orden
constitucional a la que estamos asistiendo aspira a coronar su despliegue con
la desarticulación del papel actual de la Corte
Suprema. ¿Será preciso aclarar,
frente a este panorama, que reivindicar el valor de la República no significa
despreciar los derechos de las mayorías, como pretende la demagogia populista?
De lo que sí se trata es de oponerse a la reducción del orden democrático al
reconocimiento exclusivo y excluyente de esos derechos. La Justicia es, aún hoy
y entre tantas otras cosas, un poder contramayoritario. Eso no significa un
poder alzado contra las mayorías. Un poder contramayoritario, como lo precisó
la jueza Highton de Nolasco, no es
un poder antidemocrático. Es un poder antitotalitario. No niega los derechos de
las mayorías, sino que los inscribe en un marco más amplio que el conformado
sólo por ellos. Más amplio y más determinante: el de la República.
Basta oír, por lo demás, lo que
se dice para ver lo que sucede. Lear
lo supo enunciar como nadie: "Un
hombre puede ver sin ojos cómo va el mundo. Mirad con vuestros oídos".
Lo hacemos. Somos, con notable intensidad en estos meses, una sociedad que
escucha y se hace oír. El porvenir se nos juega en el lenguaje. En el
significado que se atribuye a las palabras. En las palabras que se oyen y en lo
que con ellas se quiere acallar. Si la Justicia se sometiese al poder político,
todos nosotros terminaríamos al servicio de un amo y ya no de la ley. Una nueva servidumbre se habrá perfilado
entonces. Sus filas estarán integradas por quienes hasta ayer nos
considerábamos ciudadanos.
El desenfreno no se detiene ante
nada. No perdona a nadie. Ni siquiera a quienes lo promueven. Son días
implacables. El Gobierno ya no disimula el efecto, en su propio cuerpo, de las
desmesuras que practica. La expectativa social es abrumadora. Nadie sabe aún
qué ocurrirá. Se suceden las denuncias.
El conventillo parlamentario ha reemplazado hace mucho a la acción legislativa.
Bajo el impacto de delitos desenmascarados por el periodismo, la vida
cotidiana de los argentinos se ha convertido en un tembladeral. Nadie sabe qué
puede depararle el día siguiente. La inseguridad ha ensanchado sus dominios. Se
extiende ahora sobre la liturgia democrática, que, hasta ayer, parecía a salvo
de toda duda sobre su función estabilizadora. Detrás de la normalidad aparente que implica la venidera realización de
elecciones legislativas, la Argentina se apresta a poner en juego su
permanencia o exclusión del sistema republicano. La tensión que nos agobia
es la de una metamorfosis siniestra y extenuante. La reducción de nuestra
realidad social a los imperativos de la disputa política ha desfigurado el
rostro y la médula de la Nación. Al igual que nuestro ministro de Economía,
nadie en el Gobierno se muestra decidido a hacerse cargo de lo que realmente
pasa. No estamos a la deriva porque nos falte timonel. Estamos a la deriva
porque el timonel se empecina en orientar la nave hacia donde sólo puede
encallar. Medusa no se
cansan de buscar enemigos para petrificarlos. No advierte, no quiere advertir,
que es ella misma quien genera la adversidad que la consume en el odio. No hay Sófocles que alcance para hacerle
entender que ir por todo equivaldrá, finalmente, a terminar en la nada.
Los ojos de
Mientras tanto, la suma del poder
público está a punto de caer en una única mano. Con ello, la Argentina volverá
al pasado. Un pasado que, al parecer, no alecciona. En 1857, en Londres y en un
encuentro amigable, Rosas le
aseguraba a Alberdi que su modo de
concebir el país ya no tenía porvenir en la Argentina. Se equivocaba. Ignoraba
que alguien, a principios del siglo XXI, volvería a afirmar que hay una forma
única de disciplinar la Nación y es haciendo equivaler la ley a su persona. Curioso: Francisco sólo se quiere obispo de
Roma. Cristina Fernández se quiere Roma.
© LA NACION.
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota
original.
Parafraseando una parte del artículo " Ríos de tinta han corrido"; ¡¡¡ QUE GRAN VERDAD!!!; pero... siguen las aguas pasando debajo del puente; todos escriben y se rasgan las vestiduras, sin embargo el avasallamiento continúa; hasta cuando; ARGENTINOS, COMPATRIOTAS ¡¡¡ digamos basta de una vez y saquemos a esta caterva de sinverguenzas del gobierno!!!
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