Papa Francisco
Viernes 23 de agosto de
2013 | Publicado en edición impresa
Por Eduardo Duhalde |
Para LA NACION
En su reciente visita a Río de Janeiro y en su mensaje a los
fieles argentinos reunidos en la Iglesia de San Cayetano, el papa Francisco interpeló a quienes
tuvieron el privilegio de verlo personalmente y a los millones que seguíamos su
prédica por televisión con esta apelación: "Necesitamos crear una cultura del
encuentro". Cada quien puede reflexionar al respecto en su propia
interioridad, pero entiendo que la intención del Santo Padre apunta a que
compartamos como hermanos ciertas conclusiones de su sabio mensaje; no se trata
de confrontar con el otro para imponer nuestra voluntad, sino de emprender un
camino de "diálogo, diálogo y más diálogo" para arribar a
verdades compartidas.
Este viejo principio cristiano ha sido resuelto en lenguaje
fresco, moderno y llano por el Santo
Padre como ningún otro pensador, filósofo o político lo haya enunciado
antes, aun cuando hace más de una década que nos lo demanda a través de sus escritos
y mensajes. Así, la cultura del
encuentro, piedra angular de la fe, es reinaugurada y destinada a proyectarse
como un verdadero instrumento de cambio social.
Hemos sufrido
demasiado por la confrontación. Aun hoy, en pleno siglo XXI, se ensalza el
conflicto permanente como una forma -ilusoria- de acumular poder político,
basándose en teorías de intelectuales que jamás tuvieron la responsabilidad
directa de resolver cuestiones de Estado.
Pero la vocación por el encuentro, con actitud abierta y sin
prejuicios, hizo que el cardenal Jorge
Bergoglio, en su labor al frente del Arzobispado de Buenos Aires,
solicitara sin éxito numerosas audiencias a las más altas autoridades del país.
Consultado por la prensa sobre esa frustrada tarea, su respuesta sorprende y
emociona: "He llegado a preguntarme si no he pecado, porque debería haber
insistido; no hice lo suficiente". Esta clara expresión de
humildad constituye, en verdad, uno de los pilares de la construcción colectiva
en democracia.
De allí que lo verdaderamente importante sea hacer propias
estas enseñanzas, el reconocimiento del otro y la humanización integral, de
modo que las lleven a la práctica quienes ven la actividad política como un
servicio a la sociedad. Hay ejemplos que demuestran que es posible marchar por
un camino que deje de lado la confrontación y el desencuentro, experiencias que
se realizaron en condiciones de extrema dificultad. Me estoy refiriendo al
Diálogo Argentino, puesto en marcha en 2002, cuando nuestro país atravesaba la
peor crisis de su historia moderna, cuando todos los vínculos sociales parecían
disolverse.
Ya antes de que me tocara asumir la presidencia del país, el
Episcopado Argentino había alzado su
voz para alertar sobre los peligros de una desintegración social. En el espíritu
de la cultura del encuentro, sus representantes, con el apoyo técnico del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), ayudaron a mi gobierno a llevar adelante el Diálogo, al
permitir que se sentaran a una misma mesa los ahorristas desesperados por lo
que sentían como una confiscación; los sindicatos de filas menguadas por el
desempleo; jubilados con ingresos licuados; los empresarios empobrecidos de una
industria casi parada; dueños de campos que habían logrado sobrevivir a los
remates de establecimientos de la década anterior; los desocupados que apelaban
como único recurso a los cortes de ruta, a lo que se agregaron más de 800
organizaciones que representaban todo el espectro sociopolítico y religioso del
país.
Con paciencia infinita, la mesa del Diálogo comprendió que, ante semejante emergencia, era
preciso distribuir los costos, ideando lo que sería la primera acción concreta
para alcanzar la paz social: la implementación del Plan Jefes y Jefas de Hogar.
Era poco lo que podíamos ofrecer desde un Estado quebrado, pero mucho para las
familias que carecían completamente de ingresos. Todo tenía un costo político
que aceptamos pagar, pues sacar del hambre a esos millones de argentinos era
nuestra prioridad.
Cuando ya las miradas de odio se habían ablandado, las
palabras duras dieron paso a otras que buscaban comprendernos y la crisis ya
estaba bajo control, lamentablemente el nuevo gobierno optó por dejar de lado
esta formidable iniciativa.
La principal
responsabilidad siempre es de quien conduce, de quien asume las decisiones
desde el poder. Cuando desaparece el diálogo, se imponen las ideas como
verdades absolutas y se desprecia lo que otros puedan aportar. Cuando nos
preguntamos cómo pudimos llegar a esta situación de conflicto constante entre
argentinos, la primera explicación que puede darse es, tal vez, la más
sencilla: porque hemos dejado de escucharnos, porque quienes deben dar el
ejemplo no quieren dialogar más que con sí mismos.
Encontrarse implica reconocer en el otro a alguien que nos
complementa, a quien debemos intentar comprender porque ese otro es quien puede
comprendernos y devolvernos redoblada toda la dimensión de nuestra humanidad.
Esto es lo que nos puede ayudar en el tránsito hacia la adultez republicana en
busca de un futuro de grandeza.
Después de todo, la Argentina
es el país que ha dado al nuevo sucesor
de Pedro. No podemos quedarnos en un orgullo pueril: si queremos
reivindicar el pensamiento de Francisco,
lo menos que debemos hacer es escuchar su palabra y hacer lo posible por
practicarla. En Brasil, el Santo Padre fue muy claro: "La hermandad entre los hombres y la
colaboración para construir una sociedad más justa no son un sueño fantasioso,
sino el resultado de un esfuerzo concertado de todos hacia el bien común [...]
el único modo de que una persona, una familia, una sociedad crezca; la única
manera de que la vida de los pueblos avance es la cultura del encuentro, una
cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar, y todos pueden
recibir algo bueno a cambio".
Ante estas palabras que emocionan y nos impulsan a buscar el
verdadero camino, creo que es hora de que la
Iglesia vuelva a convocar a todos los sectores de nuestra sociedad a fin de
recrear las condiciones para que fructifique el diálogo entre los argentinos.
NOTA: Las imágenes y negritas no corresponden a la nota original.
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